Erich Fromm y el anhelo de libertad

¿Por qué el anhelo humano de libertad, una vez que es satisfecho, a menudo se convierte en una fuente de ansiedad y desorientación? ¿Es en verdad imposible ser libres o nos oponemos a esta posibilidad? ¿Terminamos huyendo de la libertad en lugar de abrazarla?

Cultura 03/09/2024
NOTA

En su libro de 1941 Escape de la libertad, el psicólogo social y filósofo Erich Fromm examinó esta desconcertante paradoja, siendo testigo de las particularidades políticas de un momento de intersección en la historia de Occidente particularmente convulso:   

¿Por qué una de las naciones más liberales y educadas de la Tierra como la Alemania de Weimar, con la mayor cantidad de radios y de libros leídos por persona, había votado o dejado pasar a Adolf Hitler, sometiéndose con entusiasmo a un régimen del todo contrario a una serie de derechos conquistados y envidiables para cualquier otro pueblo?

Antes de 1933, sus compatriotas alemanes disfrutaron de una materialización de la libertad inédita y que había tomado siglos, si quiera, poder imaginar, solo para regarla a una entidad política que les tendría que decir que hacer. El nazismo no habría engañado a nadie, porque su promesa siempre fue precisamente desaparecer toda oposición política, estructurar la vida de aquella nación por cualquier medio y decidir su moral, su cultura y su porvenir.

Sin embargo, a Fromm le intrigaban más casos menos escandalosos o más sutiles. Algo muy comprensible si tenemos presente que el Diablo está en los detalles. Otra nación en pleno desarrollo a mediados del siglo pasado, basada, además, en el mito de la emancipación no solo de un imperio colonial, sino de la Historia, sustituida por valores fundantes, si bien, decía rechazar la autoridad de cualquier autócrata, un Hitler, un Stalin, un papa o un rey, a su manera estaba intercambiando ciertas libertades como experiencias por la conformidad colectiva.

La patria adoptiva del filósofo alemán, los Estados Unidos, construyó nociones de libertad personal, más o menos, materializadas que, no obstante, muchos sintieron como una la carga, es decir, la dificultad de ser un individuo y vivir como tal. Y para muchos estadunidenses este yugo se hizo más ligero acostumbrándose a una cultura de tendencias masivas.

Para Fromm este fenómeno es el de una “libertad negativa” que manifiesta las fuerzas destructivas del mundo como una suerte de liberación individual: las personas se emancipan de algo que se ha vuelto “un tipo” de libertad, una forma de organización de la vida de uno, con los demás y en la Historia, difícil de mantener. Existirían tres versiones de esta negatividad:

El “autoritarismo”, con sus elementos sádico y masoquista, sería el disfrute de la imposición de un orden en el mundo, tratándose más bien de una experiencia de dominio desde y de abstracción de una fuerza suprema que es el carisma de un líder o un ideal difuso.

La “destructividad” va más allá de una dinámica de control y de ser controlados, siendo una renuncia puramente destructiva de todo aquello que permanece más allá de nuestras manos.

La conformidad, finalmente, es el comportamiento individual y colectivo más complejo de los tres, siendo una incorporación inconscientemente de creencias, normativas y deducciones homogeneizantes que, sin embargo, se asumen contradictoriamente como bien personales y no impuestas. Esto evita lo genuino de la individuación como pensamientos.

Dicho esto, esta negatividad puede ser una liberación negativa porque descarta versiones de ser libre, las convenciones simplistas o que se mantienen por la coerción proactiva o de las costumbres. Ha hecho falta el coraje de luchar históricamente para decir “no”.

Sin embargo, Fromm destaca sobre todo que la libertad negativa es por sí sola solo una contraparte o la destrucción de otra cosa: solo si es acompañada por un elemento creativo o una “libertad positiva” se vuelve posible la libertad real o una libertad progresiva como conexión con otros, más allá de los lazos mínimos de nuestras interacciones sociales.

El individuo se siente indefenso atrapado en una masa caótica de datos y espera con patética paciencia hasta que los especialistas hayan descubierto qué hacer y adónde ir.

El resultado de esta clase de influencia es doble: uno es el escepticismo y el cinismo hacia todo lo que se dice o se imprime, mientras que el otro es una creencia infantil en todo lo que se le dice a una persona con autoridad. Esta combinación es muy típica del individuo moderno. Su resultado esencial es disuadirlo de tomar sus propias decisiones.

La vida se compone de muchas piezas pequeñas, cada una separada de la otra y carente de sentido como un todo. El individuo se queda solo con estas piezas como un niño con un rompecabezas. Sin embargo, el niño sabe lo que es una casa y, por lo tanto, puede reconocer las partes de la casa en las pequeñas piezas con las que está jugando, mientras que el adulto no ve el significado del “todo”, cuyas piezas caen en sus manos. Está desconcertado y simplemente sigue mirando sus pequeñas piezas sin sentido.

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