El precio de la estabilidad: caída récord del empleo formal

El nuevo informe del Instituto Interdisciplinario de Economía Política muestra que desde diciembre de 2023 se perdieron más de 200.000 puestos asalariados formales. Mientras el Gobierno celebra la baja de la inflación y el orden fiscal, la economía real ajusta por el trabajo y las PyMEs.

Actualidad03/11/2025
NOTA

Hay 205.000 empleos menos

 

La política económica del gobierno de Javier Milei logró lo que parecía imposible hace un año: estabilizar la moneda, frenar la inflación y generar previsibilidad cambiaria. Pero esa calma tiene su precio. El informe del Área de Empleo y Distribución del IIEP marca que entre diciembre de 2023 y julio de 2025 se destruyeron 205 mil empleos formales, el número más alto de los últimos años.

El mercado laboral se achicó a 10,09 millones de trabajadores registrados, el menor nivel desde la contracción de 2023. La caída es pareja: 127 mil en el sector privado, 58 mil en el público y 21 mil en casas particulares. El empleo industrial retrocedió 0,3 %, los servicios personales 0,3 % y la minería 0,8 %. Sólo el agro mostró una mejora leve.

Detrás de esas cifras hay una regularidad: la política de estabilización ordena los precios, pero desordena el tejido productivo. Los sectores más intensivos en mano de obra —industria, construcción, servicios— operan hoy con capacidad ociosa y márgenes comprimidos. Las empresas que sobrevivieron al salto de tarifas y a la apertura comercial reconfiguran su estructura con menos personal y más tecnología.

 

De la promesa del ajuste a la nueva normalidad

En la lógica mileísta, esto no es un error: es parte del plan. El Gobierno repite que “ajustar el gasto y liberar precios” son pasos previos al crecimiento genuino. La hoja de ruta es de manual monetarista: primero la recesión, luego la eficiencia. El problema es cuánto puede sostenerse socialmente ese tránsito.

La economía argentina atraviesa un proceso de reconversión estructural. La apertura importadora y la baja de retenciones favorecen al agro y a la minería, pero golpean al empleo urbano y a la pequeña industria. El modelo de país que emerge es más financiero y exportador, menos manufacturero y asalariado.

Los números del IIEP lo confirman: 16 provincias perdieron empleo en julio, con caídas más fuertes en Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, todas ligadas a la energía y la industria electrónica. En cambio, Santiago del Estero, Mendoza y San Juan mostraron leves subas por inversiones mineras y agrícolas.

Detrás de ese mapa se dibuja la nueva geografía del poder económico: el oeste productivo crece, el cordón industrial bonaerense se ajusta, y la clase media urbana se reconfigura entre el rebusque y el teletrabajo. La economía formal se contrae mientras el trabajo independiente crece sin red ni protección.

 

Un voto que sabía lo que elegía

Nadie puede decir que el ajuste sorprendió. Milei construyó su legitimidad sobre la idea de que el desorden era más caro que el sacrificio. Votar estabilidad implicaba aceptar costos. Y los números muestran que esa ecuación se está cumpliendo: los precios bajan, las tasas se moderan y los balances se ordenan, pero la gente trabaja menos o cobra peor.

La política económica funciona como una cirugía sin anestesia: necesaria para frenar la hemorragia inflacionaria, dolorosa para el cuerpo productivo. El oficialismo apuesta a que la recuperación llegue en 2026 y que el rebote alcance a los sectores que hoy ajustan. El riesgo es que, cuando el crecimiento vuelva, la estructura laboral sea otra: más fragmentada, más autónoma, más desigual.

La Argentina de Milei entra en una fase que puede definirse como estabilidad de alta fricción: cuentas ordenadas, inflación controlada, pero una economía real que aún no encuentra su pulso. La destrucción de 205 mil empleos formales no es una anécdota estadística: es el retrato de un cambio de paradigma.

 

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