Reforma laboral: blanqueo a costo cero y salarios flexibles

Capital Humano afina un paquete que combina blanqueo “a costo cero”, libertad para pactar salarios en dólares y beneficios no remunerativos, más jornadas elásticas con banco de horas. No habrá tope general a indemnizaciones ni jornadas de 13 horas; sí reglas para estirar hasta 12 horas.

Actualidad03/11/2025
NOTA

El Gobierno prepara su primer capítulo de fondo en el Congreso: una reforma laboral diseñada para bajar el costo de contratar, blanquear empleo y dar previsibilidad a sectores que operan con ciclos productivos cada vez más cortos. En lo técnico, el corazón es triple: blanqueo a costo cero (condonación plena del pasado irregular para el empleador que formalice), libertad contractual para pactar parte del salario en dólares y reincorporar vouchers alimentarios como beneficio social no remunerativo, y jornadas elásticas con banco de horas que habiliten hasta 12 horas sin que todo el tramo adicional sea “hora extra” automática, respetando 12 horas de descanso y 48 semanales. En lo político, el objetivo está dicho: volver a hacer “contratable” a la Argentina sin romper el tablero de derechos básicos que sostienen la convivencia laboral.

La línea roja ya está trazada por Capital Humano: no habrá un tope general a las indemnizaciones por despido. El Gobierno prefiere previsibilidad por el lado del flujo (pago en cuotas, metodologías homogéneas de cálculo, herramientas de seguro o fondos sectoriales) antes que una poda que reabra la grieta social. El mensaje a PyMEs y a inversores extranjeros es directo: menos sorpresa judicial, más reglas escritas; y a los sindicatos, una señal de contención para no dinamitar puentes.

 

Blanqueo, salarios y jornada

-Blanqueo a costo cero. Es la pieza que puede mover la aguja. Condonación de aportes, contribuciones, multas e intereses por el período en negro a cambio de ingresar al sistema con un costo permanente competitivo. En castellano: el Estado compra pasado para que el empleador compre futuro. ¿La trampa? Definir qué antigüedad se reconoce previsionalmente al trabajador formalizado. Si el Estado acredita años sin aportes, sube el gasto; si no los acredita, crece la judicialización. La llave será una combinación de PUAM, moratorias técnicas y criterios por tramo que eviten la doble injusticia (para el fisco y para el trabajador).

-Salarios en dólares y vouchers. La libertad de pactar remuneraciones en moneda extranjera, siempre canalizada por convenio o acuerdo válido, protege poder de compra en sectores donde la referencia es el dólar (economías regionales, servicios exportables, tech). Los vouchers alimentarios (reloaded de los “ticket canasta”) reingresan como beneficio social no remunerativo: bajan el costo total para el empleador y no computan para jubilación ni aguinaldo. Es un arma de doble filo: puede atraer talento y sincerar costos, pero también desfinanciar el sistema si la porción no remunerativa sube demasiado. La frontera la fijarán los convenios y la inspección.

-Jornadas elásticas y banco de horas. No hay 13 horas obligatorias. Se habilita, dentro de la ley, estirar hasta 12 horas con compensación por banco de horas, siempre que se respete 12 horas de descanso entre turnos y el límite de 48 semanales. La lógica es normalizar lo que muchos sectores ya hacen: concentrar horas en picos y devolverlas en valles sin convertir todo en sobrecosto. Funciona en Alemania, Brasil o España porque tiene anclaje convencional y auditoría. Si acá se convierte en selva, el atajo a la competitividad se paga con salud y ausentismo.

-Indemnización sin tope, pero en cuotas y estándares de cálculo que bajen el “precio de la incertidumbre”. En PyMEs, un despido único puede fundir caja; en grandes, un fallo outlier dispara el “costo del miedo”. La clave es bajar litigiosidad por diseño (definiciones claras de qué es salario, qué es beneficio, qué es variable) y crear seguros sectoriales que amortigüen sin socializar pérdidas a ciegas.

 

Rosca, federalismo y economía real

Nada camina sin números en el recinto. Interior operará con dos llaves: blanqueo y alivio de cargas como puente con gobernadores y bloques provinciales; y gradualismo fiscal para que AFIP y ANSES no queden al borde. El oficialismo ofrecerá cláusulas de revisión bianuales: si el blanqueo no sostiene la base, se recalibra; si el banco de horas dispara accidentes o ausentismo, se repara. La oposición pedirá piso de derechos y metas cuantificables (empleo formal neto, litigios resueltos, siniestralidad). El acuerdo, si llega, saldrá por sector y por provincia más que por discursos.

En la economía real la película es menos romántica. Ganan actividades con demanda cíclica (alimentos, logística, agroservicios), exportadoras con ventanas chicas y servicios globales que pagan parte del salario en dólares. Ganan PyMEs que hoy no formalizan por miedo al pasado. Pierden sectores de baja productividad sin crédito ni tecnología que sobreviven por arancel o preferencia local. Pierde el sistema previsional si la porción no remunerativa y los dólares “por fuera” se vuelven regla. Y puede perder el trabajador joven si la “libertad” se negocia en soledad. Por eso el manual dice convenio, no selva.

El Gobierno vende un contrato social minimalista: orden macro, costo laboral racional, formalización masiva y seguridad jurídica. La pregunta que vale no es ideológica: es empírica. ¿Cuántos trabajadores blanqueados a 12 y 24 meses? ¿Cuánto cae el costo laboral unitario (salario + cargas / productividad) frente a Brasil y México? 

La rosca no es detalle; es método. Gobernadores quieren empleo formal que pague impuestos y menos litigio que atore PyMEs. Sindicatos aceptan discutir banco de horas donde ya se usa y moneda donde el sector la necesita, a cambio de pisos claros y medición de fatiga. Empresas piden certeza sobre qué integra el salario, costos previsibles y seguro para el despido. El Estado —si quiere que esto funcione— debe poner inspección, estadística y formación para reconvertir gente: sin capacitación, la libertad contractual es teoría.

 

Se voto “salir trabajando”: eso tendremos

Hay, además, un mandato social que nadie debería negar: “del país se sale trabajando”. Esa frase, refrendada en las urnas, no es un salvoconducto para cualquier trabajo, a cualquier costo. Es un pedido de orden que tenga sentido para el trabajador que, después de 10 o 12 horas, vuelve a su casa con salud, tiempo y ingreso que se sostenga. El Gobierno eligió competitividad y formalización como hoja de ruta. Bien. Pero competitividad sin salarios reales y formalización sin previsión son atajos que después se pagan caros.

En ese equilibrio se define todo. La baja de impuestos sobre el trabajo debe devolver algo a la nómina; los vouchers no pueden vaciar la jubilación; el dólar salarial no puede ser un sueño de recibo; el banco de horas no puede ser una planilla que desconoce cuerpos. La reforma que se cocina no necesita épica: necesita contabilidad honesta y política adulta. Si blanquea en serio, si acorta tiempos muertos del juicio, si baja el costo unitario sin desfondar al trabajador, el resultado será visible: más empleo registrado, menos miedo, más inversión con raíz.

La virtud —y el límite— del programa está en su realismo. La Argentina votó estabilidad y apertura; nadie puede enojarse con lo que votó. Pero la política no puede delegar el costo humano de la transición. La economía política de una reforma laboral exitosa exige tres cheques al portador: formación para quien cambia de oficio, crédito para PyMEs que invierten en productividad y salud ocupacional que haga medible la fatiga. Sin eso, la reforma será barata en el Excel y carísima en la calle.

La discusión, en definitiva, no es si la Argentina debe adaptarse al mundo que compite: ya lo hizo. La discusión es cómo. Si el Congreso aprueba un blanqueo verdadero, si la libertad de moneda y beneficios no remunerativos no vacían la jubilación, si el banco de horas no rompe cuerpos y sí mejora el uso del tiempo, el país habrá encontrado una salida laboralista a la trampa de siempre: costo alto, empleo bajo, informalidad eterna. 


Blanqueo a costo cero, salarios flexibles y banco de horas: la apuesta es bajar el costo de contratar sin romper derechos básicos. La diferencia la harán convenios y auditoría.

No habrá tope general a indemnizaciones ni jornadas de 13 horas. Sí elasticidad hasta 12 y pago en cuotas: menos sorpresa, más previsibilidad… si se controla.

 

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