Mirtha Legrand se retira de la TV pero con glamour

A los 98 años, Mirtha Legrand prepara su último ciclo televisivo desde Mar del Plata. Después de más de medio siglo frente a cámara, “La Chiqui” cierra una era dorada de la cultura argentina. Pero su despedida no tiene tono crepuscular: es puro glitter, memoria y deseo de seguir viendo renacer al país que amó desde su mesa.

Actualidad03/11/2025
NOTA

Hay nombres que no se escriben, se iluminan. Y el de Mirtha Legrand pertenece a esa categoría de palabras que brillan solas, como si tuvieran electricidad propia.

A los 98 años, la actriz, conductora y emblema del cine de oro argentino prepara lo que será su último ciclo televisivo: seis programas desde Mar del Plata, el escenario que acompañó su mito tantas veces. Será un mes y medio de televisión en vivo, conversaciones, glamour y esa mezcla inconfundible de rigor y ternura con la que Mirtha transformó el arte de entrevistar en un ritual nacional.

La decisión no la sorprende ni la entristece: “Hay que saber cuándo cerrar el telón”, dicen cerca suyo. La frase suena pragmática, pero tiene perfume de época. Porque con Mirtha no se apaga una figura: se cierra una era.

 

Un siglo en la pantalla

Cuando debutó en 1968 con Almorzando con las estrellas, la televisión todavía era en blanco y negro. Desde entonces, Mirtha atravesó dictaduras, transiciones democráticas, privatizaciones, plataformas y crisis. Vio pasar gobiernos, modas y generaciones. Su mesa fue escenario de discusiones que después ocuparon tapas de diarios, un espacio donde la política y la farándula se sentaban a la misma distancia del micrófono.

Su estilo, muchas veces imitado y nunca igualado, hizo del almuerzo una liturgia nacional. La gente no “veía televisión”: entraba a su casa a compartir la sobremesa con Mirtha. Lo que comenzó como un formato de entretenimiento se convirtió en una bitácora emocional del país.

Hoy, cinco décadas más tarde, La Chiqui prepara su despedida como se despide una reina: con luces, vestidos imposibles y un gesto de gratitud hacia su público.

“Yo no quiero irme de este mundo sin ver renacer a mi país”, dijo en su último programa. La frase no sonó a nostalgia, sino a declaración de amor.

 

La herencia del brillo

Su nieta Juana Viale tomó hace tiempo la posta de los almuerzos, mientras Mirtha conserva el prime time de los sábados con La noche de Mirtha.

Ahora, su hija Marcela Tinayre suena como posible sucesora para mantener vivo ese universo que se mueve entre lo chic y lo político, entre la moda y la historia.

Las Legrand-Tinayre-Viale son un linaje de televisión, una constelación femenina que desafió el paso del tiempo con algo más que glamour: disciplina, inteligencia y trabajo.

Detrás del mito hay una mujer rigurosa, que llega al estudio con guion subrayado, exige precisión a sus productores y revisa cada detalle. En su mundo, la elegancia siempre fue una forma de respeto.

Su obsesión no era el espejo, sino el reflejo: cómo se ve la Argentina a través de su mesa.

 

Mirtha, el espejo y la esperanza

En uno de sus últimos almuerzos, frente a Diego Santilli, Mirtha se permitió una confesión que conmovió al país: “Yo no quiero irme de este mundo sin ver renacer a la Argentina.”

No hablaba como conductora ni como leyenda: hablaba como ciudadana, como mujer que vio pasar 100 años de historia argentina en primera fila.

Y, a su modo, esa frase resume toda su obra: un país que conversa, se contradice, se escucha y se mira en una mesa redonda. Esa fue su revolución: poner a hablar a los argentinos. Su mesa no era un ring, era un espejo. Y en cada reflejo, Mirtha dejó algo más que glamour: dejó la idea de que la televisión, cuando tiene alma, puede ser un archivo del corazón colectivo. Su despedida desde Mar del Plata no será un adiós, sino un último acto de presencia. Mirtha no se apaga: se multiplica.

Su voz, sus frases, su cadencia seguirán habitando la memoria audiovisual de un país que la convirtió en verbo. En tiempos donde todo dura un instante, ella duró un siglo. Y lo hizo con tacos, con humor, con inteligencia y con brillo. 

Cuando la cámara se apague por última vez, no habrá silencio: habrá eco.

El eco de una mujer que convirtió la televisión en literatura oral, la moda en identidad y la sobremesa en historia.

Y en la eternidad de la pantalla argentina, su glitter —ese resplandor propio, mezcla de estilo y coraje— seguirá encendido, como una constelación que nunca se apaga.

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