La soja se despertó y el Gobierno suma otra ayuda del cielo

El acuerdo entre Washington y Beijing por la reanudación de compras del poroto norteamericano disparó los precios internacionales y valorizó en hasta US$375 millones la soja argentina aún sin vender. El Gobierno aprovecha el repunte.

Actualidad05/11/2025
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La soja volvió a respirar. Dormida por la guerra comercial entre China y Estados Unidos, se disparó en Chicago hasta alcanzar su mayor precio en 16 meses, impulsada por el acuerdo entre Donald Trump y Xi Jinping. Lo que parece un movimiento técnico en la pizarra internacional tiene consecuencias políticas directas en Buenos Aires: el programa económico de Milei, ajustado al límite, recibe un nuevo soplido de aire.

El entendimiento entre las dos potencias supone que Beijing volverá a comprar 12 millones de toneladas del grano estadounidense antes de fin de año y al menos 25 millones anuales hasta 2028. Ese reacomodamiento global empujó las cotizaciones a más de 416 dólares por tonelada y revalorizó los granos retenidos por los productores argentinos: unas 15 millones de toneladas sin vender, hoy valen 375 millones de dólares más.

Un golpe de suerte productiva que llega justo cuando el Banco Central necesita divisas, el campo todavía evalúa liquidar y el relato oficial exige resultados visibles sin ceder poder político.

 

De la guerra comercial al “amor fati”

En la jerga económica, se llama “shock externo favorable”: una mejora de precios que no depende del esfuerzo interno pero que ayuda a mejorar los números fiscales y comerciales.

Para el Gobierno libertario, es una bendición que no contradice su dogma. Sin emitir, sin pedir crédito y sin cambiar la regla del juego, el Tesoro obtiene un refuerzo indirecto de exportaciones. El discurso se mantiene coherente: la mano invisible de los mercados ayuda a quien se ajusta. El efecto es más simbólico que estructural, pero no menor.

La soja argentina no compite directamente con el poroto estadounidense —nuestro fuerte sigue siendo la harina—, sin embargo, la suba global eleva el precio del subproducto, donde el país mantiene liderazgo mundial.

La molienda rosarina, que venía operando al 60% de su capacidad, ya empezó a registrar movimientos de contratos hacia diciembre. En lenguaje llano: entra más plata sin que el Gobierno toque una sola variable macro. Y en política, eso es oro.

 

El viento que sostiene el relato

El “viento de cola” tiene mala fama entre los economistas serios porque suele enmascarar la falta de reformas de fondo. Pero en el tablero de Milei, cada mejora exógena es capital político.

El presidente puede mostrar que el mercado, su dios secular, recompensa la coherencia. Y aunque la suba de la soja no provenga de la Argentina sino de Corea del Sur —escenario del acuerdo Trump-Xi—, la narrativa es la misma: la confianza global regresa y el país vuelve a alinearse al orden productivo internacional.

La sequía dejó cicatrices, los costos logísticos siguen altos y las retenciones continúan siendo una barrera. Pero la revalorización del stock sin vender inyecta liquidez real al interior y mejora la expectativa de los exportadores, que hasta ahora se resistían a liquidar a un dólar atrasado. Un pequeño alivio que, para la administración libertaria, vale tanto como un acuerdo con el Fondo.

El acuerdo entre China y Estados Unidos no solo reactivó las compras: reactivó el ánimo inversor. Los importadores chinos volverán a mirar a América como proveedor estable, y eso repercute en toda la cadena: desde los corredores del microcentro hasta los puertos del Paraná. En la Casa Rosada ya traducen el fenómeno en términos políticos: “El mundo nos da la razón.” No es del todo cierto, pero funciona. La economía global se acomoda, y Milei aparece en el momento justo: con los granos valorizados, el litio con precio firme y el gasoducto en funcionamiento.

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