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La mora en créditos sube y las cuotas ya se llevan el 19% del ingreso promedio. Mientras se desacelera el financiamiento al consumo, crece un endeudamiento silencioso que adelanta el choque: las familias no llegan, ni al mes ni a los vencimientos.
Actualidad05/08/2025Presupuesto familiar y deuda al límite
El dato es crudo: las cuotas de créditos y tarjetas ya representan el 19% del presupuesto promedio de los hogares. Y la mora, que hasta hace poco era manejable, hoy muestra señales de alarma.
Lo que antes se pateaba con licuación vía inflación, ahora se transforma en un ancla que pesa sobre el ingreso real, mientras los créditos al consumo pierden impulso. El corazón del problema no está solo en los números: está en el modo en que las familias sobreviven a una economía que promete estabilidad, pero a costa del bolsillo cotidiano.
La última medición del crédito disponible muestra una caída generalizada en casi todos los rubros, salvo en hipotecarios —que aún con crecimiento, siguen en mínimos históricos— y prendarios, con una tibia suba. Pero donde realmente se sintió el freno es en las tarjetas de crédito, que directamente no registraron movimiento en el último mes. El plástico dejó de ser salvavidas: es boomerang. Y mientras la mora en tarjetas trepó al 4,2%, en préstamos personales ya alcanzó el 5,6%, el máximo en tres años.
La plata no alcanza, se financia la carencia
Este nivel de endeudamiento no refleja euforia consumista, sino su contrario: angustia estructural. Endeudarse no es una apuesta al futuro, es una estrategia de supervivencia. Las familias financian con crédito lo que antes se pagaba al contado: comida, servicios, transporte, salud. La inflación no se fue, pero dejó de licuar cuotas, y entonces se nota lo que el relato no quiere contar: no hay ingreso real que aguante si todo el peso del ajuste se descarga sobre el hogar promedio.
La paradoja de este momento es brutal. Mientras se celebra la desaceleración de precios, el alivio no se traduce en mejora de poder adquisitivo. Porque el precio relativo de las deudas se disparó. El que financiaba el resumen esperando que la inflación lo licue, ahora se enfrenta a vencimientos que llegan con toda su carga. Y los bancos lo saben: por eso también se desacelera la oferta crediticia. Nadie presta con gusto cuando el riesgo de incobrabilidad empieza a asomar en la curva.
El otro dato clave es que la morosidad golpea con más fuerza en los créditos sin garantía: personales y tarjetas. No es casualidad. Ahí está la desesperación: el que llega a pedir un préstamo personal es porque ya agotó la tarjeta. Y cuando el banco te presta sin garantía es porque ya no hay nada más que perder. La vulnerabilidad económica no se mide solo por ingresos, sino por dependencia del crédito para llegar a fin de mes.
Lo que estamos viendo no es una explosión de consumo, sino una implosión del ingreso real. El endeudamiento familiar crece no porque haya más confianza, sino porque hay menos margen. Y cuando las cuotas se comen la heladera, el problema ya no es macroeconómico: es existencial. El ajuste silencioso no pasa por el Congreso ni por el FMI: pasa por la tarjeta que rebota en la caja del súper. Y ahí no hay relato que alcance.
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