
A menos de tres semanas de las elecciones, el Gobierno dilapidó cerca de 1.000 millones de dólares —la mitad de lo acumulado tras eliminar las retenciones al campo— para sostener artificialmente la cotización del dólar.
Los almaceneros denuncian aumentos injustificados mientras las ventas siguen en picada. Con el dólar planchado y el poder de compra pulverizado, la pelea no es contra la inflación, sino contra la concentración.
Actualidad05/08/2025La bronca del almacén: precios altos, ventas en baja
“No deberían haber aumentado”. La frase suena simple, pero contiene todo el hartazgo de un sector que sobrevive con la caja chica del barrio. Fernando Savore, vicepresidente de la Federación de Almaceneros bonaerense (FABA), fue directo al hueso: los precios en góndola siguen subiendo pese al desplome del consumo.
En lugar de reflejar los costos reales, responden a decisiones corporativas que privilegian rentabilidad en dólares antes que rotación de mercadería. En el medio, los almacenes —esa red silenciosa que sostiene el día a día en cada cuadra— queda atrapada en una trampa imposible: ni pueden subir, ni pueden vender, ni pueden cerrar.
Según Savore, hubo nuevas remarcaciones en lácteos, cigarrillos, perfumería y limpieza. Algunas incluso tras semanas de estabilidad o leves bajas. “Nos sorprende, porque muchas empresas habían bajado porque no vendían… No deberían haber aumentado”, explicó. La lectura no es sólo emocional: es una radiografía de la distorsión. El dólar oficial está clavado, la inflación desacelera, el salario sigue planchado. Pero los precios suben. ¿Quién gana? Las grandes firmas. ¿Quién pierde? El almacén de la esquina. Y vos, que pagás más por menos.
Dólar quieto, precios vivos y márgenes al revés
Desde que el Gobierno decidió enfriar la economía con dólar contenido y superávit fiscal a fuerza de motosierra, se generó un fenómeno extraño: los precios mayoristas dejaron de correr, pero las grandes empresas igual remarcan. El costo ya no es la excusa. Es la costumbre. O peor: es una estrategia para maximizar márgenes en un mercado que consume cada vez menos.
El minorista pyme, ese que no fija precio sino que lo recibe, queda atrapado en una lógica que no controla. Compra caro, vende poco y margina nada. Si aumenta, espanta al cliente. Si sostiene precios, pierde frente al supermercado. Si no tiene stock, cierra. Y en medio de ese círculo, pelea contra gigantes que especulan desde escritorios sin persianas.
La frase de Savore —“¿Quieren vender? Bajen los precios”— no es un exabrupto. Es una advertencia. La rentabilidad concentrada está rompiendo el equilibrio que sostenía al comercio minorista. Y cuando ese ecosistema se resquebraja, lo que se pierde no es sólo una góndola. Se pierde cercanía, crédito fiado, conversación, humanidad. Se pierde barrio.
La economía real no se ve en los gráficos de Excel. Se ve en el changuito medio vacío, en el fiado que vuelve, en el domingo a la tarde que salva el minimercado de siempre. La batalla de los almaceneros no es ideológica, es existencial: defender el precio justo es defender la supervivencia del comercio que sostiene a millones de familias. Porque sin almacén, no hay barrio. Y sin barrio, no hay país que aguante.
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