Criptobros, coaching, “alto valor”, “Diosas Onbly”: el éxito con humo

Un mosaico de fenómenos culturales —desde los criptobros hasta los “hombres de alto valor”— pasando por la explotación sexual del Only Fans contra mujeres revela la expansión de una lógica individualista y casi mística: la promesa de riqueza sin esfuerzo real.

Actualidad17/08/2025
NOTA

La juventud en peligro

 

 

Entre cursos digitales, frases motivacionales y ostentación en redes sociales, emergen nuevas formas de consumo que expresan la liquidez del esfuerzo

 

Un monoambiente en CABA cuesta medio millón de pesos, refinanciar la tarjeta supera el 200% anual y los salarios se estancan. Pero en paralelo, proliferan jóvenes que sueñan con un Lamborghini en Miami, un Rolex en la muñeca y la promesa de “escapar del sistema”. No son casos aislados: son síntomas de una cultura que se expandió con las redes sociales y que articula coaching de apariencias, criptomonedas, masculinismo neoliberal y cursos motivacionales que prometen libertad financiera.

 

Se los llama criptobros, chantas digitales, hustle bros, hombres de alto valor. Detrás de cada etiqueta se esconde una matriz común: el deseo de riqueza ilimitada sin producción tangible, sostenida apenas en humo discursivo y simulacro de éxito. Un fenómeno que no distingue tanto de género como de época: aunque los arquetipos predominantes son masculinos, muchas mujeres también participan de estas comunidades, donde lo que importa es la performance individualista de “ser más” en el mercado simbólico de las redes.

 

OnlyFans: la meca del ascenso sin esfuerzo

 

El desembarco de OnlyFans en la vida de las adolescentes argentinas es un fenómeno que interpela a toda la sociedad. Lo que comenzó como un espacio digital para monetizar contenido erótico se transformó en un atajo simbólico al “éxito fácil”, un imaginario que seduce especialmente a chicas de sectores populares y clases medias empobrecidas, que no encuentran horizontes laborales ni oportunidades de ascenso en la economía formal. 

 

Los informes revelan que el 97% de quienes producen en la plataforma son mujeres, jóvenes que, sin acceso a empleos bien remunerados ni a carreras universitarias con salida concreta, encuentran en la exposición de su capital sexual una forma inmediata de generar ingresos en dólares. 

 

Lo problemático es que, bajo la apariencia de “emprendimiento digital”, lo que se reproduce es un proxenetismo virtual, donde las grandes ganancias quedan en manos de la plataforma y de intermediarios, mientras la vida íntima de estas chicas queda expuesta a chantajes, acoso y un estigma que difícilmente puedan revertir.

En la Argentina, OnlyFans se presenta como una “solución” de corto plazo para adolescentes que ven cómo sus familias no llegan a fin de mes. La pandemia y la digitalización aceleraron este proceso: basta un celular, un documento (que puede ser falsificado) y una red social para comenzar. 

 

Lo que no se dice es que la competencia es feroz, que las suscripciones son bajas y que el desgaste emocional y psicológico es alto. El peligro, como advierten especialistas, no es solo el material filtrado o la explotación encubierta, sino el mensaje cultural que cala hondo: que el cuerpo femenino es la mercancía más rentable y que el único ascenso posible es el que pasa por monetizar la intimidad. 

 

Ese espejismo, que combina precariedad económica y algoritmos de captación, dibuja una nueva “meca” para las adolescentes argentinas: la del éxito rápido, sin estudio ni empleo formal, pero a costa de hipotecar lo más vulnerable de sí mismas.

 

Un espejo de la sociedad salarial rota

 

El criptobro fue la primera caricatura visible: joven, varón, entusiasta de Bitcoin o Ethereum, convencido de que su fe en la blockchain lo hacía superior al sistema financiero tradicional. A su alrededor, se armó una estética de masculinidad digital: gimnasio, dietas biohacker, relojes de lujo y un discurso de independencia absoluta. Algo así como el viejo varón proveedor, pero en clave cripto.

 

Después aparecieron otros perfiles: los coachs digitales, los vendedores de cursos piramidales, los “hombres de alto valor” que predican disciplina, armas y estoicismo de supermercado. Todos se nutren de la misma crisis: la imposibilidad de que la sociedad salarial sostenga expectativas de movilidad. En 2024, más de la mitad de la población argentina no alcanzaba a encuadrar en ingresos de clase media. Hoy, el 74% se sigue percibiendo como tal, pero apenas un 47% lo es efectivamente. Esa fractura se traduce en nuevas búsquedas.

 

Cuando el empleo estable se esfuma, cuando el salario no garantiza acceso a la vivienda ni consumo aspiracional, emergen alternativas simbólicas que reemplazan producción por marketing. Los jóvenes saben que con sueldos en pesos no llegan, entonces buscan un atajo en dólares digitales, en cursos para “romper el sistema”, en comunidades que venden motivación. El dinero aparece como promesa de control en un mundo donde todo lo demás es incertidumbre.

 

Delirio místico del éxito

 

El discurso de estos colectivos es casi religioso. Hablan de libertad como salvación, de “romper cadenas”, de “dominar el miedo” con frases que recuerdan sermones de autoayuda. La vida se organiza en rituales: levantarse a las 5 de la mañana, entrenar, grabar contenido motivacional, simular viajes en business. Se trata de fabricar una narrativa aspiracional que otros compren, en cuotas de 50, 500 o 2000 dólares.

 

El sociólogo Ezequiel Gatto conecta este fenómeno con la vieja fiebre del oro: antes había que arriesgar el cuerpo en expediciones peligrosas; ahora basta un celular y conexión a internet. El objetivo no cambió: buscar una tierra de abundancia donde todo es posible. La diferencia es que hoy se acumula capital simbólico —seguidores, likes, apariencia de éxito— que luego se convierte en capital monetario a través de cursos y mentorías.

 

El problema es que esta fantasía no construye comunidad, la desarma. Mientras en el siglo XX el trabajo organizaba vidas colectivas —fábricas, sindicatos, barrios—, el presente digital multiplica microtribus que se sostienen en el algoritmo. En lugar de proyectos comunes, proliferan marcas personales. En vez de vínculos duraderos, seguidores temporales.

 

El auge de criptobros, gurúes digitales y “hombres de alto valor” no es un capricho generacional, sino el reflejo de un modelo que agotó su capacidad de incluir. La sociedad salarial se derrumba, la clase media se parte, y en ese vacío aparecen vendedores de humo que ofrecen identidad, pertenencia y futuro bajo el envase del éxito instantáneo.

 

La paradoja es evidente: en un mundo donde cada vez cuesta más pagar un alquiler o llegar a fin de mes, lo que crece es la ilusión de que todo puede resolverse con voluntad y marketing. El goce del lujo sin producción es el nuevo mito. La pregunta que queda abierta es si estas tribus digitales son apenas un síntoma transitorio de la crisis o la antesala de una cultura donde el dinero, ya sin trabajo, se convierte en la única religión.

 

La ilusión de dinero fácil pervierte el futuro de los jóvenes.

 

Los criptobros y gurúes digitales son síntomas de un quiebre mayor: la caída de la sociedad salarial y el triunfo del individualismo como mercancía.

El “alto valor” no es más que una simulación neoliberal: venderse como mercancía premium en un mercado saturado de identidades efímeras.

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