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El ministro de Economía, Luis Caputo, lanza una nueva licitación exclusiva para bancos con el objetivo de absorber la masa de pesos que amenaza con irse al dólar. El plan busca calmar expectativas electorales y cumplir con el FMI, mientras la economía real se hunde: ventas y producción en caída libre.
Actualidad18/08/2025Caputo vuelve a jugar con fuego financiero
Luis Caputo insiste en la receta que ya usó en su etapa macrista: esterilizar pesos a toda velocidad, comprar tiempo, y mantener en calma el billete verde para llegar a las elecciones. La semana pasada, apenas el 61% de los fondos se renovó en bonos, y quedaron 6 billones de pesos dando vueltas. Ahora el Gobierno ofrece una nueva letra, el bono TAMAR, ajustado a la tasa de plazos fijos mayoristas, exclusivo para entidades bancarias.
El esquema es claro: los bancos están obligados a entrar, porque necesitan esos papeles para cumplir con los encajes que les impuso el Banco Central. El ministro les torció el brazo: o colocan en deuda pública o dejan pesos muertos a tasa cero. Una jugada que desnuda la fragilidad del modelo: el Gobierno ya no logra seducir al sistema financiero, necesita forzarlo.
La paradoja es que mientras el FMI y JP Morgan celebran informes optimistas sobre la supuesta estabilidad argentina, la economía doméstica se derrumba. Las ventas minoristas del Día del Niño cayeron 0,3% interanual y el gasto promedio real se desplomó más del 21%. Es el mismo pueblo al que le piden paciencia en nombre de la estabilidad, pero que no llega a fin de mes.
En paralelo, la micro muestra señales de asfixia: comercios con promociones agresivas todos los días, tickets más chicos y giro de stock de “temporadas viejas”. La paz cambiaria se paga con recesión. El ancla no es el tipo de cambio; el ancla es la demanda.
FMI, carry trade y núcleo electoral
La otra pata de la estrategia es externa: sin cumplir metas de reservas, el FMI no suelta desembolsos. Caputo lo sabe y por eso hace equilibrio. El nuevo bono no solo apunta a congelar los pesos, también es un gesto hacia Washington y hacia la banca global, para demostrar disciplina fiscal.
El modelo se sostiene en la bicicleta del carry trade: tasas altísimas en pesos que atraen capitales financieros de corto plazo.
Esos fondos, lejos de ir a la producción, se reciclan en deuda que se renueva cada 30 o 60 días. Una rueda que ya conocemos: rinde para algunos, pero hunde al aparato productivo.
Milei juega su capital político a mantener el dólar quieto. Sabe que su núcleo electoral –clase media urbana y jóvenes– no toleraría una nueva corrida. El billete planchado es promesa de campaña y símbolo de estabilidad. Lo que no se cuenta es el costo: consumo desplomado, industrias frenadas, pymes en asfixia, y trabajadores que ven cómo la recesión devora sus ingresos.
Detrás del decorado, los números cierran con alambre: encajes diarios (ya no promedios mensuales) que inmovilizan liquidez, multas más duras y una ventanilla de “liquidez” que admite lo que la doctrina negaba. Resultado: el crédito productivo queda segundo; primero, la supervivencia regulatoria de los bancos. Y cuando el banco mira a su balance, la pyme se queda sin oxígeno.
Cuando el consumo dice basta
El contraste entre la estabilidad financiera y la economía real se volvió obsceno con las cifras del Día del Niño. Más del 87% de los comercios aplicaron promociones, y aun así las ventas se hundieron. Juguetes más baratos, libros que no se compran, ropa elegida con cautela. En las jugueterías de barrio, el ticket promedio fue de 13 mil pesos. En las cadenas, de 38 mil. La foto es clara: el consumo se segmenta, y el mercado interno pierde densidad.
Mientras tanto, la avalancha importadora empuja a la baja los precios “de vidriera”, pero erosiona márgenes y desplaza producción local. La flexibilización de controles técnicos promete “eficiencia”, aunque abre dudas sobre seguridad y competencia desleal. Si la política es dejar que el precio compita solo, la industria nacional compite con la materia prima.
La otra cara es el financiamiento familiar. Con tasas altas y tarjetas recalentadas, el “pague en cuotas” dejó de ser motor y pasó a ser salvavidas pinchado. Las familias priorizan alimentos, servicios y alquiler; lo que queda se estira en regalos más chicos, más útiles, más baratos. No es austeridad virtuosa: es restricción pura.
Sin decirlo, el Gobierno opera en modo “campaña permanente” de expectativas: vende estabilidad para sostener adhesiones, y esa estabilidad se compra en el mercado de futuros con dólar intervenido y deuda de cortísimo plazo. Si octubre sale bien, habrá “validación”; si sale mal, la corrección será hija de su propio diseño. En ambos casos, los bancos ya están a cubierto; el resto se enterará en la góndola.
El punto ciego del plan es político: ¿cuánto aguanta la coalición oficial si para sostener la calma preelectoral debe pelearse con su propio aliado táctico, el sistema bancario? La suba de encajes, el cómputo diario y las penalidades más severas fueron leídos como puñalada por el sector. Una calma comprada con ruido donde más duele.
En este tablero, Caputo necesita que el “relato financiero” ordene la conversación pública. Que los informes benévolos preparen el terreno y que las licitaciones especiales muestren demanda. Pero la realidad es más terca: base monetaria que no cae como prometían, tasas reales positivas que enfrían todo, e importaciones que alivian algunos precios a costa de empleo local. Es el viejo camino del ajuste por cantidades.
Los escenarios del “día después” son dos
Continuidad con dólar quieto: más deuda de corto plazo, más encajes integrados con bonos, y un crawling testimonial. Beneficia al carry, no al salario.
Corrección cambiaria: salto con traslado a precios moderado si hay reservas y credibilidad; alto si no las hay. En ambos casos, la economía real queda pagando.
En términos de economía política, la operación es transparente: cumplir con el FMI, sostener el humor del inversor, y administrar el malestar social con promesas de “rebote” siempre a tres o seis meses vista. La misma metáfora de siempre: el puente que no llega del otro lado.
El plan Caputo busca lo mismo de siempre: calmar al mercado, conformar al FMI y darle oxígeno electoral a Milei. Pero detrás del maquillaje financiero, la economía real cruje. Los bancos entran porque no tienen opción, los organismos internacionales aplauden porque les sirve, y el oficialismo gana tiempo porque lo necesita.
El problema es que los argentinos no pagan las cuentas con bonos TAMAR ni con reportes de JP Morgan. Pagan con salarios que no alcanzan, con ventas que caen, con fábricas que apagan máquinas. La ilusión de un dólar quieto puede durar hasta octubre. Después, la factura de este experimento volverá con intereses. Y como siempre en Argentina, los que primero la pagan no son los que la firmaron.
El Día del Niño en números
-Ventas minoristas: -0,3% interanual (precios constantes).
-Gasto promedio real: -21,1%.
-Juguetes: -5,2% vs. 2024 (cadenas y cercanía).
-Ticket promedio: $13.000 en barrio / $38.000 en cadenas.
-Promos: presentes en +87% de comercios, pero sin empuje real.
-Lectura: más ofertas, menos poder de compra. El consumo ya dijo basta.
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