Carrizo le pidió disculpas a CFK y culpó a la pareja Sabag–Uliarte

Nicolás Carrizo fue absuelto en el juicio por el intento de asesinato a Cristina Kirchner. Se despegó de Sabag Montiel y Brenda Uliarte, aseguró que no sabía nada del plan. Para él, Sabag actuó para impresionar a su entonces novia, marcada por una vida de abusos y precariedad.

Actualidad24/08/2025
NOTA 2

Después de casi tres años preso, Nicolás Carrizo salió a hablar. El supuesto “jefe de Los Copitos” fue absuelto en el juicio por el atentado a Cristina Kirchner y, sin vueltas, se despegó de quienes fueran sus “empleados” en la venta de algodones de azúcar: Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte. 

 

“Yo no sabía que la querían matar”, dijo en la radio, y hasta se animó a pedirle disculpas a la expresidenta por los mensajes que se viralizaron de la causa: “Quizás la pude haber ofendido, pero fueron chistes de mal gusto”.

 

Carrizo relató que conoció a los acusados en una fiesta y que luego la relación se limitó a lo laboral: él fabricaba algodones y ellos revendían. Asegura que jamás escuchó un plan político ni una conspiración financiada. La hipótesis que quedó en pie es más sórdida y menos épica: Sabag actuó como un “incel” desesperado por impresionar a su pareja. Brenda, que arrastraba una vida de pérdidas y abusos, lo humillaba constantemente, incluso en lo más íntimo. 

 

Lo comparaba con Eduardo Prestofelippo, “El Presto”, un influencer con el que ella mantuvo una relación sexoafectiva y al que quería hackearle las cuentas. Sabag, obsesionado con ser alguien de “valor”, terminó gatillando a Cristina como si eso pudiera redimirlo ante ella.

 

En la causa, los mensajes de Carrizo (“Recién intentamos matar a Cristina”, “El arma es mía”) jugaron en su contra, pero terminaron siendo humo: fanfarroneo de WhatsApp para divertirse en un grupo de amigos. Ni la fiscalía ni los abogados de Cristina encontraron pruebas de participación real. Al contrario: la querella pidió expresamente que lo absuelvan.

 

La política como telón de fondo se esfumó. Lo que queda es un drama humano mezclado con la banalidad del mal: un vendedor de algodones que se hizo el gracioso en chats, un “incel” humillado que quiso mostrarse macho, y una joven con vida quebrada que empujó todo hacia el desastre.

 

El atentado fallido contra Cristina no fue la obra maestra de un poder oculto, sino el pase al acto de un combo tóxico: precariedad, obsesiones y humillaciones convertidas en bala. Un realismo mágico perverso que no exonera culpas, pero sí desarma el mito de la gran conspiración. A veces la política se topa con lo más bajo: obsesiones de un joven sin validación que quiso hacerse héroe para impresionar a una chica.

 

 

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