
El Gobierno avanza con una reforma que flexibiliza vacaciones, salarios y horarios. Detrás del discurso de “modernización”, el mileísmo recompone viejas reglas de los 90 y concede al capital una ventaja inédita.


Tras la derrota en Buenos Aires, el dólar volvió a dispararse y el Tesoro quedó con apenas US$ 1.100 millones líquidos. Mientras el Banco Central guarda reservas prestadas, el Gobierno insiste en negar la fragilidad cambiaria y juega con un margen que puede esfumarse en cuestión de días.
Actualidad08/09/2025
El poder de fuego del Tesoro bajo la lupa
El lunes posterior a la paliza bonaerense no fue solo un mal día político para Javier Milei. Fue también el inicio de una semana donde el dólar volvió a sacudir la confianza en la capacidad del Gobierno de controlar la corrida.
En las pizarras, la divisa trepó entre 3,5% y 4% y se acercó peligrosamente a los $1.450, a escasos pasos del techo de la banda cambiaria. La pregunta que se hacen todos en la City es sencilla: ¿cuánto poder de fuego le queda al Tesoro para contener la presión?
La respuesta es incómoda. Después de haber gastado más de US$ 500 millones en la previa de las elecciones para maquillar el tipo de cambio, el Tesoro dispone hoy de poco más de US$ 1.100 millones líquidos. En paralelo, enfrenta vencimientos de deuda que demandarán casi la misma cifra de acá a diciembre. En criollo: la billetera ya no da.
El Banco Central, en teoría, acumula cerca de US$ 19.000 millones líquidos para intervenir en caso de emergencia. Pero la mitad de ese stock son dólares “prestados”: ingresos del FMI, créditos del BID y del Banco Mundial, o colocaciones que no son de libre disponibilidad. Lo que queda en propiedad genuina ronda los US$ 7.000 millones. Y todos saben que, cuando el fuego apremia, la frontera entre reservas propias y prestadas se vuelve borrosa, pero no infinita.
El diseño del esquema de bandas —con techo en $1.470— es otra trampa autoimpuesta. Hasta que no se rompa ese límite, el BCRA no puede intervenir directamente. Eso obliga al Tesoro a ser el fusible que se quema primero, con dólares que ya no tiene. La política juega a la espera, como si el mercado fuese a concederle tiempo gratis. Pero la historia argentina enseña lo contrario: cuando los capitales huelen debilidad, van a fondo.
En este contexto, Caputo y Bausili repiten que “hay munición suficiente” para frenar la corrida. Sin embargo, lo que se ve es otra cosa: un stock menguante, reservas prestadas y un mercado que opera con la certeza de que tarde o temprano la devaluación llegará. La licitación de deuda por $7,2 billones esta semana es la primera prueba: si el Gobierno no logra renovarla en condiciones razonables, la presión sobre el dólar se multiplicará.
El problema no es solo financiero. Es político. La derrota en la provincia más grande del país dejó al Gobierno sin el aire necesario para sostener expectativas. En vez de dar señales de corrección o ampliar la base de sustentación, Milei eligió atrincherarse en su núcleo duro y repetir que “nada va a cambiar”. Ese empecinamiento se traduce en más desconfianza. El mercado sabe leer las derrotas políticas tanto como los balances contables.
El riesgo mayor es que se repita el libreto conocido: gastar las últimas balas para sostener un tipo de cambio artificial, quemar dólares que no sobran y llegar a octubre sin margen. A esa altura, la corrección será inevitable y mucho más dolorosa. Por eso el mercado ya descuenta una devaluación en los futuros: todos los contratos posteriores a octubre cotizan por encima del techo oficial.
El Gobierno insiste en que la corrida es producto de “ruido político”. Pero el ruido se vuelve trueno cuando las reservas se achican y los vencimientos apremian. Los inversores no se dejan convencer por slogans: miran el flujo de dólares, la dinámica de la deuda y el resultado electoral. Y lo que ven es un oficialismo debilitado que prefiere negar la crisis antes que asumirla.
La paradoja es brutal. Milei llegó prometiendo dinamitar la mentira del poder político y hoy sostiene el mismo espejismo que criticaba: un dólar contenido a fuerza de deuda y reservas prestadas. El reloj financiero sigue corriendo y el poder de fuego del Tesoro ya no alcanza para frenar la corrida. No hay apocalipsis todavía, pero la mecha está encendida. Y en economía, las bombas no avisan dos veces.

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