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El rescate norteamericano y el ajuste local no alcanzan para contener las tensiones. Morgan Stanley advierte que, gane o pierda Milei, el dólar saltará tras las elecciones. El Tesoro usará los fondos externos para pagar deuda, no para sostener el tipo de cambio.
Actualidad14/10/2025
Ni Trump ni la motosierra frenan la corrección cambiaria
Ni la ayuda de Washington ni la ortodoxia monetaria alcanzan para frenar la presión que se acumula debajo del tipo de cambio. Morgan Stanley, una de las usinas más influyentes de Wall Street, proyecta que el dólar podría ubicarse entre $1.700 y $2.000 tras las elecciones del 26 de octubre.
El diagnóstico es claro: el dinero del Tesoro estadounidense no fue diseñado para estabilizar el mercado, sino para evitar un default inmediato y administrar una devaluación más controlada. En criollo, un salvavidas que permite hundirse más despacio.
En su informe, la entidad describe tres escenarios posibles, pero todos terminan con un dólar más caro. Aun con victoria oficialista y apoyo político, la cotización de fin de año rondaría los $1.700. Si el resultado es ajustado, escalaría a $1.900 o $2.000. Y si el oficialismo pierde por margen amplio, el salto podría superar ese techo. En ningún caso se mantiene la actual estabilidad.
El mensaje de fondo es político: los mercados descuentan que la estrategia de Milei —basada en tasas altas, ancla cambiaria y expectativa de capitales externos— ya llegó a su límite.
Un modelo agotado
La motosierra fiscal logró reducir el gasto, pero no generó confianza sostenida. El sistema financiero sigue operando con iliquidez y tasas prohibitivas: cauciones arriba del 80 %, repos al 125 %, plazos fijos que rinden 60 %. El dinero dejó de circular y la economía real paga la factura.
La confusión aumentó cuando Federico Sturzenegger insinuó una inminente “flotación cambiaria”. En un país donde cada palabra puede mover el dólar, su declaración bastó para desatar otro round de nerviosismo. Mientras tanto, el Fondo Monetario recortó las proyecciones de crecimiento, elevó la estimación de inflación y anticipó más desempleo.
El “crecimiento del 5 %” prometido en el Presupuesto 2026 ya parece parte del marketing político, no de la realidad.
En este contexto, los operadores interpretan que los dólares de Trump servirán para pagar bonos en lugar de defender el peso. El Gobierno buscará evitar una corrida desordenada, pero sabe que el deslizamiento cambiario es inevitable. La incógnita no es si habrá devaluación, sino cuándo y con qué velocidad.
El problema estructural es simple: no hay reservas. Dolarizar —como fantasean algunos funcionarios— requeriría entre US$ 21.000 y US$ 86.000 millones, mientras que el BCRA apenas supera los US$ 10.000 millones netos.
En ese marco, hablar de flotación libre suena a voluntarismo o a ensayo de laboratorio.
Los inversores lo entienden y se cubren. Morgan Stanley lo traduce con elegancia técnica: los activos argentinos “están baratos”, pero la prima de riesgo sigue siendo alta porque la macro está sostenida por expectativas, no por fundamentos. En palabras más terrenales: el modelo vive de crédito político, no de solvencia.
Argentina se acerca a una nueva corrección cambiaria, inevitable por aritmética y por política. El salvataje de Trump compra tiempo, no futuro. Y la motosierra de Milei, que pretendía ordenar las cuentas, terminó serruchando la confianza.
En los escritorios de Wall Street lo saben: el dólar subirá no porque falte apoyo, sino porque sobra incertidumbre. La pregunta ya no es si habrá una devaluación, sino quién contará el cuento cuando el reloj marque $2.000.
Porque no será gratis, habrá una disparada de la inflación y aumentará la pobreza fuertemente,
Los fondos de Washington se usarán para pagar deuda, no para sostener la banda cambiaria y dolarizar exigiría hasta US$ 86.000 millones: la fantasía choca con las reservas reales del BCRA.
La Canasta no espera
Si el dólar se dispara a $2.000, la inflación de los de abajo será de un aumento instantáneo del 40%, porque en los barrios los precios suben antes que el dólar cierre la jornada.
El kilo de pan, el litro de aceite a $3.000, y el alquiler saltará en la misma proporción. En la canasta del laburante, cada salto del dólar se traduce en menos carne, menos garrafa y más deuda con el chino. En este país, cuando el dólar sube, no hay inflación técnica: hay ajuste de los pobres.

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