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El INDEC informó que la canasta básica total subió a $1.176.852. La inflación aflojó en los papeles, pero en la vida real el sueldo no alcanza. El salto del dólar, los alquileres y la energía empujan a miles de hogares por debajo de la línea de pobreza. La estabilidad estadística se parece demasiado al estancamiento.
Actualidad14/10/2025
La Clase Media se rezaga
Septiembre cerró con una foto que el Gobierno prefirió mostrar sin sonido: una familia tipo necesitó $1.176.852 para no ser pobre.
Según el INDEC, la suba fue de apenas 1,4 % respecto de agosto. Un número “moderado” que permite festejar en los despachos, pero que en la góndola no existe. La inflación general del mes fue del 2,1 %, y la sensación, mucho más alta: carne, verduras, transporte y alquileres siguieron escalando mientras el índice se acomodaba a los deseos del relato.
En los barrios, la pobreza ya no se mide por el umbral del INDEC, sino por la cantidad de veces que una familia se pregunta qué pagar primero: el gas o la comida.
El salario promedio formal ronda $980.000, y eso significa que incluso el que tiene trabajo está por debajo del piso de la canasta.
Una clase media en vías de extinción
Para el propio organismo, un hogar necesita casi $2 millones para ser considerado “clase media”. La diferencia entre no ser pobre y vivir con cierto desahogo es abismal: más de $800.000 mensuales.
Ese vacío define a la clase media frágil, ese limbo donde se flota apenas arriba de la pobreza sin saber cuándo se cae.
En términos reales, la inflación contenida por estadísticas no resuelve nada. El congelamiento de precios y tarifas, combinado con salarios licuados, construye una estabilidad que se parece demasiado al páramo: la canasta sube más despacio, pero nadie puede pagarla.
Mientras el INDEC celebra variaciones menores al 2 %, los alquileres saltan 20 % cada trimestre y los alimentos básicos, empujados por el dólar y los fletes, se recalientan a doble dígito.
El espejismo de la baja inflación
Los funcionarios hablan de “desinflación sostenida”, pero lo que existe es una recesión de consumo.
Cuando la gente deja de comprar, los precios se frenan. El problema es que el alivio estadístico no llena la heladera.
El costo de vida crece más lento, sí, pero los ingresos corren aún más despacio. El resultado es un empobrecimiento silencioso: la economía no explota, se va apagando. La “victoria” de la inflación con dos delante del decimal se paga con locales vacíos, changas desaparecidas y jubilaciones que cubren menos del 40 % de la canasta.
El INDEC puede registrar que la pobreza sube un poco menos, pero eso no convierte a nadie en clase media. La Argentina de las estadísticas estables convive con la Argentina de las ollas flacas.
Mientras el Excel oficial celebra que la canasta crece menos, el almacenero anota más fiados.
Una familia necesita más de un millón ciento setenta mil pesos para no ser pobre y casi dos millones para ser “clase media”.
Entre ambas cifras vive el país real: millones de trabajadores que pagan impuestos, pero no llegan a fin de mes. El Gobierno podrá mostrar que la pobreza bajó una décima; el pueblo sabe que lo que bajó es la cantidad de carne en el plato.
Canasta básica total: $1.176.852 — Canasta alimentaria: $527.736
Ser “clase media” hoy requiere ingresos superiores a $1.997.000 mensuales.
El salario promedio formal ronda $980.000: incluso el que trabaja tiempo completo ya está por debajo del umbral.

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