
Mientras Milei refuerza su alineamiento con Donald Trump, los principales grupos empresarios advirtieron en el Coloquio de IDEA que la economía argentina no puede darse el lujo de cerrar la puerta al mayor mercado del mundo.
El uso de la capacidad instalada cayó al 59,4 %, su nivel más bajo en dos años. Las manufacturas trabajan con casi la mitad de sus máquinas paradas. La economía financiera sigue girando, pero la industria —que sostiene empleo y consumo— se hunde en recesión.
Actualidad15/10/2025Mientras en los foros libertarios se celebran rendimientos de bonos y carry trade, la Argentina productiva entra en terapia intensiva. Según el Indec, la utilización de la capacidad instalada industrial cayó al 59,4 % en agosto, contra el 61,2 % del mismo mes de 2024. Traducido: de cada diez máquinas, cuatro están apagadas. Y cuando las fábricas se apagan, no se apagan balances: se apagan sueldos, consumo y futuro.
La economía de Narnia y la del galpón
Los números son elocuentes. Los sectores con mayor nivel de uso fueron refinación de petróleo (86 %), metálicas básicas (70 %), alimentos y bebidas (66 %), papel y cartón (61 %) y químicos (60 %). Pero debajo de esa delgada capa de actividad, el resto del aparato productivo se desmorona: textiles 41 %, plásticos 42 %, metalmecánica 44 %, automotriz 53 %, tabaco 46 %.
Detrás del tecnicismo —“caída en el uso de la capacidad instalada”— hay un hecho simple: menos producción significa menos empleo y menos salario circulante. El ciclo es perverso: la falta de demanda frena la producción; la producción frenada reduce la oferta de trabajo; y el menor trabajo vuelve a hundir el consumo. Es la rueda inversa del desarrollo.
Mientras tanto, el Gobierno festeja el “orden financiero”. En la economía de Milei, la prioridad no es que las máquinas funcionen sino que los bonos rindan. Es la versión criolla del milagro de Narnia: un país donde los balances suben mientras las persianas bajan.
El dato detrás del dato
Las ramas más golpeadas son las que más empleo generan: metalmecánica, plástico, caucho y textiles. Son los talleres, las fábricas medianas, las cooperativas que dependen del mercado interno. Allí, la utilización del potencial productivo cayó entre 5 y 10 puntos interanuales. En la metalmecánica, por ejemplo, el uso bajó al 44 %, el peor nivel desde la pandemia.
La causa no está en la “ineficiencia empresaria” sino en la política macroeconómica de enfriamiento. El plan fiscal recortó obra pública, subsidios y poder adquisitivo. Y cuando el Estado deja de comprar y los consumidores dejan de gastar, la industria deja de vender.
El dato oficial muestra que el modelo financiero no es solo un problema ético: es un problema de supervivencia. No hay país posible si su estructura productiva funciona al 60 %. Ese nivel implica que miles de empresas están usando solo parte de su maquinaria, pagando energía, alquiler y personal sin generar margen. El límite ya no es contable, es físico.
Del Excel al barrio
En los despachos oficiales se habla de “eficiencia del gasto” y “ajuste virtuoso”. En los barrios industriales, las palabras son otras: suspensiones, reducción de turnos, cierre de líneas. La diferencia entre una planilla de cálculo y una línea de producción es que en la primera se pueden borrar números; en la segunda, se pierden personas.
Los efectos empiezan a notarse en el empleo. Con la construcción paralizada y el sector textil operando a la mitad, la desocupación estructural amenaza con crecer. En el conurbano bonaerense, los talleres chicos que sobrevivieron a la pandemia y al shock inicial del ajuste vuelven a suspender personal.
La economía real no se mide en el riesgo país ni en el spread de los bonos. Se mide en la luz encendida de un galpón, en el ruido de una máquina, en el salario que circula en la verdulería del barrio. Y si algo enseña la historia argentina es que sin industria no hay Nación: hay solo un tablero financiero esperando el próximo derrumbe.
Mientras Milei refuerza su alineamiento con Donald Trump, los principales grupos empresarios advirtieron en el Coloquio de IDEA que la economía argentina no puede darse el lujo de cerrar la puerta al mayor mercado del mundo.
Los alimentos suben entre 2 % y 4 % en las primeras semanas del mes y la incertidumbre cambiaria reaviva la tensión. La caída del consumo ya no alcanza para contener las remarcaciones: el fracaso del plan económico y la duda sobre la ayuda de Washington comienzan a trasladarse a precios.
Ni la intervención directa del Tesoro de Estados Unidos logró sostener la confianza en la deuda local. El Gobierno liberó más de dos billones de pesos que podrían volcarse al mercado cambiario y presionar el tipo de cambio.
Con la recaudación desplomada y el gasto atado a leyes indexadas, el gobierno de Javier Milei enfrenta el límite estructural de su propio experimento. Aunque promete alivio con fondos de Washington, la realidad fiscal lo obliga a un recorte feroz.
Viajaron más turistas que el año pasado, aunque permanecieron menos tiempo para ajustar el gasto sin resignar consumos. El buen clima, las reservas de último momento, la cercanía del verano y la necesidad de descanso, después de muchas semanas sin un fin de semana largo, impulsaron el movimiento.
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