Nietzsche, el filósofo artista

Nietzsche fue el filósofo de la vida. Un niño que bajó a jugar en la playa como su propio estruendo y que no regresó del olvido. Se quedó donde sus orejas, su nariz y sus ojos abarcaban más que el mar del todo, donde todo son olas y no una gran masa de agua dormida.

Cultura 26/09/2024
NOTA

De Jesús rescató su predicación intensa contra la exterioridad moral y el autodesprecio. Como Zoroastro, analizó acciones, palabras y pensamientos. De los estoicos aprendió sobre resiliencia, de Wagner sobre la disolución posible gracias a la música, de Schopenhauer sobre la emancipación que ofrece la contemplación estética, y de Heráclito que todo es devenir. Buda también coincidía con este último y Nietzsche aprendió de este maestro a no imitar al yo ni a adorar un espejo, sino a errar y ser errante en vías que desaparecen.

Sin embargo, Nietzsche rechazó el nihilismo de las grandes soteriologías del pasado, de las ideologías de masas, del pesimismo y de la decadencia necesitadas de redención. Todo esto es “nihilismo negativo”, desvalorizar la vida. El cristianismo propone un nuevo ser distinto del ser que peca. El budismo diagnostica un ser que sufre por su irrealidad. Y Wagner y Schopenhauer buscaban soportar ser. Es posible, sin embargo, un “nihilismo positivo” o creativo, un ser que no mire nada con desdén, lástima, culpa, piedad o conmiseración. Una conclusión curiosa en un hombre que sufrió achaques toda su vida y que perdió la cordura antes de morir.

El famoso pensador de Röcken fue un anti-Zoroastro por ir más allá del bien y del mal, o un Zaratustra genuino que fue al origen o, mejor dicho, al nacimiento de lo bueno. La filosofía de Nietzsche es una advertencia sobre “la inversión de todos los valores” que ha ocurrido a lo largo de la Historia. Hombres viejos y con miedo a morir necesitaron rechazar sus cuerpos llenos de temor y de años. Pidieron a todos los jóvenes rechazar su voluntad de vivir lo que puede ser, lo que puede sentir y lo que hace la vida. Eso que cambia peligrosamente debía ser una ilusión cruel, un engaño, una enfermedad, un mal, y así inventaron otra vida alejada, como imagen, como referente, como verdad, protegida de la vida que ocurre. Hicieron absolutas ideas sobre la vida para tratar de vivir en ellas, a Dios, al bien, a la razón. Estas ideas murieron y la vida siguió viviendo.  

Para Nietzsche, la verdad no es un conjunto de reglas que guían la vida y no proviene de ningún lugar hacia donde podamos trascender desde la ignorancia. La verdad es “inmanente”, no coincide con lo que debe ser ni con lo que deseamos que sea la verdad, sino con los materiales, los colores, los motivos para inventar valores, los cuales no podemos capturar y fosilizar. En todo caso, es posible evaluarlos junto al lugar y al tiempo de su “genealogía” o nacimiento:

En algún rincón remoto del universo, derramado y resplandeciente en innumerables sistemas solares, hubo una vez una estrella en la que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Ese fue el minuto más alto y más mentiroso de la "historia universal"; sin embargo, fue sólo un minuto. Después de que la naturaleza tomó algunas bocanadas de aire, la estrella se enfrió y los animales inteligentes tuvieron que morir.

Se podría inventar una fábula así sin haber ilustrado cuán miserable, sombrío y voluble, cuán sin rumbo y arbitrario parece el intelecto humano en la naturaleza. Ha habido eternidades en las que no existió, y cuando se acabe de nuevo, nada habrá sucedido.

Nietzsche hablaba en términos estéticos porque la conclusión trágica de su filosofía solo se puede afirmar y trasmitir de una generación a otra no como un problema, sino como un lucidez que nos fortalece ante la vida y nos vulnera para escuchar el corazón del momento, sin ningún consuelo “extramundano”. Si Dios alguna vez fue real, lo fue como la idea de ser como Dios. Sin esta idea, podemos ser lo que Dios no pudo y quizá bailar en el interior de nosotros mismos, el único sitio al que podemos regresar y al que sería mejor volver sin arrepentirse.

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