
Casi a la misma hora, un sargento recibe un balazo en el brazo al parar a ayudar a un supuesto herido y un cabo pierde la mochila bajo amenaza de pistola. Ambos iban de civil rumbo al turno.


El domingo 25 de mayo, Alan Paz, de 28 años, murió aplastado por una pared mientras trabajaba en condiciones precarias. Su familia, sus compañeros y el cuerpo de delegados denuncian un asesinato laboral y organizan una marcha en busca de justicia.
Policiales 03/06/2025
Por Rodrigo Lescano
El almuerzo dominical de la familia Paz, el pasado 25 de mayo, fue interrumpido por un par de aplausos breves y firmes que resonaron desde el exterior de su vivienda, en el barrio tigrense de Las Tunas. Al acercarse para ver de quién se trataba, Alejandra y David, jefes del hogar, reconocieron la figura de un obrero del Frigorífico Rioplatense, donde trabajaba su hijo Alan.

Como en La Ilíada, cuando Antíloco debe comunicar a Aquiles la muerte de Patroclo a manos de Héctor, el operario se convirtió, a su pesar, en portador de una tragedia: Alan, su hijo de 28 años, había sido aplastado por una pared mientras trabajaba.
La noticia cayó con el peso de lo irreversible. Amigos, vecinos y familiares se enteraron de lo ocurrido y se dirigieron a la planta. David, su padre, pasó primero por el Hospital de Pacheco, pero su niño, al que le había enseñado desde los 16 años el oficio de albañil, no se encontraba allí.
Sin explicaciones, sin respuestas
En los portones del Rioplatense, los vigiladores no daban explicaciones y se limitaban a negar el acceso. Ningún representante de la empresa apareció. La ansiedad y el miedo por el destino de Alan carcomían a quienes buscaban una respuesta.
De repente, una figura uniformada comenzó a avanzar lentamente por el playón de entrada. Era un oficial de la Policía Bonaerense del destacamento del barrio. Todos entendieron que traía lo que nadie quería oír. A las 15.30 de ese domingo, la familia Paz fue autorizada a ingresar al lugar. Vieron con sus propios ojos la escena del crimen. Y entonces comprendieron, con un nudo en el estómago, por qué en el barrio a ese establecimiento todavía le decían el matadero.
Ese domingo, ninguna autoridad del frigorífico salió a dar la cara. La bronca se apoderó de las 80 personas que se encontraban en los portones exigiendo una respuesta. Prendieron fuego unas ramas, y la vigilia se convirtió en una protesta por justicia. El cuerpo de delegados se hizo presente de inmediato.
Con un dolor que lo atravesaba de par en par, David miró a sus familiares y a los obreros que lo rodeaban. Su voz, quebrada pero firme, rompió el silencio:
—Alan era un chico muy trabajador y muy buen amigo —dijo—. De esos que te dan lo que no tienen si precisás algo.
Como albañil, David no podía entender cómo había pasado. Ese chico que en sus días francos lo acompañaba a las obras, que trabajaba a la par de él —sin descanso, sin papeles, pero bajo su mirada atenta—, nunca se había lastimado.
Alan perdió la vida en el sector de secado de sangre, al derrumbarse una pared mientras era demolida. Sus compañeros no pudieron siquiera remover los escombros que lo habían sepultado por completo.
—Yo encontré a mi hijo envuelto en una bolsa. Su cabeza estaba rajada. No tenía casco —declaró David.
Mientras esperaba la llegada de los canales de televisión, no entendía por qué el encargado de su hijo lo había hecho ir a trabajar un domingo feriado. La situación era aún más grave: Alan estaba cursando paperas y, pese a eso, el médico de la planta le ordenó que volviera al trabajo.
Su padre se lamentó de que se haya ido. Pero Alan le había explicado su miedo:
—Soy nuevo, y no quiero que me despidan.
Las inundaciones en su barrio, producto del temporal de días atrás, ya le habían impedido asistir al trabajo. Y, como padre de un niño de 8 años, no podía darse el lujo de no llevar el pan a su casa.
Cuando las cámaras se retiraron del lugar, la familia Paz y la comisión interna, opositora a la conducción de José Fantini en el Sindicato de la Carne, resolvieron realizar una asamblea al día siguiente para debatir entre los obreros y los familiares los pasos a seguir para conseguir justicia. A la medianoche, la empresa propiedad de la familia Costantini decretó el duelo.
El dolor se transforma en reclamo
“Justicia por Alan Paz. Una muerte anunciada. Fuera Mouriño (jefe del departamento médico – N. de la R.). Walter de la Torre (jefe de Alan – N. de la R.), inútil”, fue la frase escrita por David esa mañana durante la asamblea, sobre uno de los paredones del establecimiento que dan a la ex Ruta 9.
Aunque no estaban obligados a presentarse, los obreros asistieron igual. No para trabajar, sino para acompañar a la familia Paz. Esta última esperaba todavía que alguien de la patronal se acercara, pero el gerente de personal, al encontrarse con el tumulto de gente, decidió dar la vuelta. La reunión sirvió como un abrazo colectivo frente al dolor. Habían perdido a un compañero, un amigo, un hijo.
Pero también fue el momento de nombrar las cosas por su nombre: lo que ocurrió no fue un accidente. Fue un asesinato laboral.
Un asesinato laboral evitable
—Fue una muerte evitable, por estar trabajando en condiciones inseguras —sostuvo Carlos Zerrizuela, delegado y miembro de la Lista Roja—. Se le cayó una pared encima por un salario de miseria. Nos matamos laburando, ganamos poco y encima nos morimos.
La velocidad de las máquinas, la falta de mantenimiento, el cuchillo, el trabajo repetitivo y el cansancio son una constante en una industria que recauda enormes ganancias gracias a la exportación, pero no realiza los cambios necesarios para que sus obreros no pierdan la vida trabajando.
—Hace tres años murió nuestro compañero Sapo Escobar, electrocutado mientras intentaban hacer andar una máquina y la producción seguía como si nada —denunció el gremialista—. El sector de mantenimiento está en pleno riesgo: soldaron una bandeja en faena mientras todo seguía funcionando. Y tenemos compañeros en andamios, sin arnés, mientras los animales pasan al costado.
Un estudio del Bachillerato Popular Raíces, a partir de datos estadísticos de accidentes laborales en el Rioplatense entre 2018 y 2023, estableció que, para ese período, ocurrieron 486 accidentes leves, mientras que otros 211 no tienen información registrada.
Esta realidad fue constatada tras la visita de funcionarios del Ministerio de Trabajo bonaerense al lugar de los hechos. Se dejó constancia de que la tarea que realizaban Alan y sus compañeros se llevaba a cabo de manera improcedente e insegura. No se había dado aviso al Servicio de Seguridad e Higiene, como exige el reglamento, por lo que ningún técnico estuvo presente, tal como debía haber sido.
El ahorro en condiciones laborales que lleva a cabo la empresa a cargo de Martín Costantini tiene un solo fin: aumentar sus ganancias y su posición en el mercado. Seguir produciendo a toda costa, sin importar las vidas obreras, permite a esta firma de capitales nacionales faenar por día casi 1800 animales y exportar el 70% de su producción. Junto al Frigorífico Swift, Coto, Gorina y Quickfood, el Frigorífico Rioplatense está considerado uno de los dueños de la carne en Argentina.
Un grito que no cesa
El cortejo fúnebre por Alan hizo una parada en la planta. Alejandra, su madre, se bajó del auto y, a los gritos, pidió justicia. En los últimos días, el paredón del establecimiento se convirtió en un santuario. Las velas encendidas iluminan la frase que escribió David.
Aunque la última visita del Ministerio de Trabajo había constatado que el frigorífico estaba en condiciones, ahora recomendaron la creación de un comité de seguridad mixto entre la empresa y el sindicato. Pero excluyeron al cuerpo de delegados.
Alejandra se niega a aceptar el “ya pasó” que proponen la empresa y el gobierno. No quiere que los poderosos se salgan con la suya ni que sigan muriendo obreros. La comisión interna se declaró en asamblea permanente. Exigen que se explique qué pasó, se señale a los responsables y se tomen medidas concretas para aplicar una verdadera política de seguridad laboral.
Alejandra y David están organizando, junto a los delegados y organizaciones solidarias, una marcha desde el frigorífico hasta el centro de Pacheco para este jueves a las 15 horas. Siempre fueron espectadores de los conflictos de este matadero, pero esta vez son los protagonistas. En las redes se los puede ver juntando fondos para estampar unas remeras con la cara de su hijo.
El almuerzo de los Paz terminó aquel mediodía con dos palmadas que anunciaron la tragedia. Desde entonces, su casa —y el barrio entero— quedaron marcados por un grito que no cesa: justicia por Alan.

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