Modelo Milei: La economía ya vive del fiado

Mientras el gobierno festeja superávit financiero, el consumo se sostiene con tarjeta y cuotas. La recesión se consolida, el dólar pierde ancla y el esquema económico acumula fragilidades que ni el propio mercado disimula.

Actualidad07/08/2025
NOTA

El dato parece técnico, pero es brutal: casi la mitad de los argentinos ya usa la tarjeta de crédito para comprar alimentos. No para aprovechar puntos ni promociones, sino para llegar a fin de mes. Y en un país donde la inflación sigue alta, la tasa de interés encarece el crédito y los salarios corren atrás de los precios, pagar la comida en cuotas es hipotecar el sueldo del mes que viene. Es el síntoma más claro de una economía que no se sostiene en la producción ni en el ingreso, sino en el endeudamiento doméstico.

 

 

El relevamiento de la UBA muestra que desde el inicio de la gestión Milei el uso de tarjeta en supermercados pasó del 39% al 46% de las compras, mientras el efectivo y el débito retrocedieron fuerte. Es decir, menos compras con dinero propio, más con dinero prestado. En paralelo, el consumo mayorista se derrumba: un 34% por debajo del nivel de diciembre de 2023, reflejo de supermercados que venden stock acumulado sin reponer. 

 

Cuando el comercio no reabastece, es porque no confía en que la demanda crezca.

 

El gobierno insiste en que hay “signos de recuperación” en las ventas minoristas, pero la foto completa es otra: la caída acumulada en supermercados ronda el 7% y la contracción mayorista, el 19%. 

 

Con una inflación que ya no baja y un dólar oficial contenido a fuerza de reservas negativas, el rebote es más estadístico que real. El consumo mejora un poco porque antes se había desplomado.

 

Dólar quieto, confianza en fuga

 

El plan de Milei se apoya en un esquema cambiario de bandas que nadie cree. El techo de la banda —1.450 pesos— actúa como referencia psicológica, pero sin reservas genuinas y con importaciones abiertas, el mercado descuenta que tarde o temprano habrá un salto. El Banco Central interviene para evitarlo, pero cada operación erosiona aún más las reservas.

 

La inflación, lejos de extinguirse, se acomoda en niveles altos. Agosto amenaza con superar a julio y, según economistas de todas las tribus, romper la barrera del 1% mensual a la baja va a costar. En este contexto, el discurso oficial sobre el “riesgo cuca” y la amenaza de un regreso kirchnerista sirve para agitar a la base, pero no para calmar a los mercados. Porque el problema no es ideológico, es aritmético: sin dólares, no hay ancla.

La motosierra fiscal, que el gobierno exhibe como trofeo, no alcanza para compensar la falta de ingreso de divisas. El FMI exige acumulación de reservas, pero la política económica se centra en aguantar hasta las elecciones, no en sembrar para después.

 

Ajuste social como ancla política

Con salarios planchados, paritarias topeadas y apertura de importaciones, la recesión no es un accidente: es parte del diseño. Altas tasas para frenar la inflación también frenan el crédito productivo. Las empresas venden menos, ajustan personal o suspenden inversiones. El consumo interno —motor histórico de la economía argentina— se achica, y lo que queda se financia a tasas usurarias en la caja del supermercado.

 

En los hogares, la inflación no es un índice: es la decisión de si se paga el alquiler o la tarjeta. 

 

El endeudamiento para gastos básicos revela una fragilidad estructural: si el salario no alcanza y la deuda crece, la próxima crisis no vendrá del mercado financiero sino de la heladera vacía.

 

La bandera del equilibrio fiscal puede seducir a cierto electorado o a organismos internacionales, pero la economía real funciona con otro idioma: necesita trabajo, poder adquisitivo y un horizonte de previsibilidad. Sin eso, el superávit es apenas un número en una planilla, sostenido por el ajuste a quienes menos pueden absorberlo.

 

¿A dónde lleva este camino?

 

El experimento libertario se enfrenta a su propia contradicción: busca estabilidad con un esquema que no genera confianza y crecimiento con una política que frena la actividad. La tarjeta de crédito como salvavidas de millones de familias no es un signo de consumo saludable, sino la confirmación de que el modelo vive del fiado.

 

Milei compra tiempo con reservas que no tiene, promete un futuro de abundancia sin mostrar el puente para llegar y reduce la economía a una ecuación fiscal que no contempla el desgaste social. El riesgo no es solo una recesión prolongada: es que el agotamiento llegue antes que la recuperación y deje al país sin crédito externo… y sin crédito interno.

 

En economía, como en la vida, se puede vivir un tiempo de prestado. Pero cuando la deuda llega a la góndola del supermercado, ya no se discute de ideología: se discute de hambre.

 

 

Un gigante alimenticio con pérdidas

Molinos Río de la Plata, sinónimo de góndola y marca registrada en las mesas argentinas, cerró el primer semestre de 2025 con un agujero de $19.485 millones. No es un accidente contable: es el síntoma de un modelo donde ni los gigantes logran cubrir costos. Con precios que subieron apenas 11,1% y costos unitarios disparados casi al ritmo de la inflación (40%), cada paquete vendido fue un golpe a la rentabilidad. El resultado operativo se dio vuelta como media: de $15.442 millones positivos en 2024 a -$20.242 millones este año. Y el costo financiero hizo el resto, hundiendo la pérdida antes de impuestos a $31.588 millones.

 

El diagnóstico es claro: vender más volumen —1,9% arriba en el mercado local y 21,8% más en exportaciones— no sirvió para nada si el margen por unidad se evapora. El mercado interno sigue contracturado: el 93% de los ingresos de Molinos dependen del consumo doméstico, que arrastra una caída real del 7% en supermercados y del 19% en mayoristas desde que arrancó la gestión Milei.

El negocio de bodegas directamente se desplomó 15%. Y aunque la empresa afinó su cintura —8,6 puntos menos en costos y gastos sobre ventas—, el flujo de caja quedó $16.962 millones en rojo. Esto no es solo un problema empresarial: si una compañía con marcas líderes, escala nacional y acceso a financiamiento no puede evitar el quebranto, ¿qué queda para las pymes alimenticias?

 

Molinos apuesta a que en 2026 el ingreso de los hogares repunte y le devuelva oxígeno, mientras las calificadoras sostienen su nota como quien le da crédito a un gigante golpeado pero no caído. El riesgo es que, si la recesión persiste, la góndola se siga llenando de marcas líderes que venden mucho… y ganan poco o nada. En ese juego, los consumidores pierden variedad y el mercado interno pierde su corazón: la comida en la mesa.

 

Casi la mitad de los argentinos compra alimentos con tarjeta de crédito: no por promociones, sino para llegar a fin de mes.

 

 

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