Incidente en Independiente: todos se lavan las manos

El partido entre Independiente y Universidad de Chile terminó en una batalla campal que dejó heridos, detenidos y un estadio destrozado. La CONMEBOL demoró en suspender, el club descargó culpas, Nación caranchea y Provincia no es estricta.

Actualidad22/08/2025
NOTA 1

Un bochorno internacional

 

La noche de Copa Sudamericana en Avellaneda, que debía ser fiesta de fútbol, terminó en un espectáculo vergonzoso que recorrió el continente. Hinchas visitantes rompiendo butacas, fierros volando desde las tribunas, familias corriendo entre gases y ambulancias saliendo a toda velocidad. Una escena que, como tantas veces en nuestro fútbol, no tuvo un único responsable: todos se reparten culpas mientras la gente se llevó el peor saldo.

 

El ministro bonaerense Javier Alonso fue directo: adentro del estadio la seguridad es privada, afuera la policía. En el Fiorito quedaron internados 20 heridos, dos de ellos graves. Hubo 111 detenidos, pero lo más grave fue lo que no pasó: el partido continuó cuando ya era evidente que la situación era insostenible. Según Alonso, la propia policía pidió suspender antes del entretiempo y la respuesta de la CONMEBOL fue una orden insólita: “que reprima Infantería para que el partido siga”. No hubo represión masiva, pero sí destrozos que hicieron pensar en tragedias pasadas.

 

Independiente, dueño de casa, también quedó señalado. El operativo exigía planes y cordones de seguridad privada que nunca existieron. Las imágenes mostraban gargantas liberadas y sectores sin control, con hinchas visitantes avanzando sobre los locales. El club, en boca de su presidente Néstor Grindetti, se desentendió. Pero la responsabilidad es evidente: cuando abrís tu estadio a una competencia internacional, no alcanza con vender entradas y encender las luces.

 

La CONMEBOL, como siempre, defendió el show televisivo por sobre cualquier otra cosa. Los partidos internacionales se manejan como si fueran un negocio de streaming: lo importante es que la transmisión no se corte. Por eso se demoró tanto la suspensión y por eso las órdenes que recibían los efectivos eran delirantes: garantizar el espectáculo, aunque el público quedara en riesgo. Es el costado más obsceno de una organización que factura millones de dólares y que mide su éxito en sponsors, no en la seguridad de los hinchas.

 

Siempre el circo de la pelea (política)

 

El Gobierno nacional no perdió oportunidad de meter cuchara. Patricia Bullrich salió rápido a culpar a la Provincia de “convivir con los barras”. No aportó pruebas ni propuestas, pero buscó llevar el foco hacia Axel Kicillof, en plena pelea política. El detalle que no pasó inadvertido: Grindetti, presidente de Independiente, fue candidato de Bullrich en 2023. La jugada fue tan burda que hasta en redes quedó claro que la ministra más que aportar soluciones, carancheó sobre el desastre.

 

La Provincia tampoco puede hacerse la distraída. Aunque Alonso defendió el accionar policial, lo cierto es que el operativo terminó mostrando grietas. Si la policía ya sabía que el partido debía suspenderse, ¿por qué no se actuó con mayor firmeza? ¿Por qué se permitió que la CONMEBOL siguiera dictando las reglas como si Avellaneda fuera un set de televisión y no un estadio lleno de familias? La frontera entre respeto institucional y dejadez política se hizo demasiado fina.

 

El saldo es amargo: un estadio roto, heridos, detenidos y un bochorno que refuerza la imagen de un fútbol incapaz de garantizar seguridad. Y, como siempre, los hinchas comunes pagando los platos rotos de dirigentes que piensan en caja, de organismos internacionales que miran el rating y de gobiernos —nacional y provincial— que convierten cada crisis en un round político.

 

Lo más doloroso es que se rozó la tragedia. Un par de decisiones más, un gas lacrimógeno mal tirado, y hoy estaríamos hablando de otra Puerta 12. La diferencia estuvo en que la represión que pedía la CONMEBOL no se ejecutó. Pero la pregunta queda abierta: ¿hasta cuándo se va a tolerar que el negocio pese más que la vida?

 

El fútbol bonaerense es identidad y comunidad. Avellaneda lo sabe bien: cada tribuna es historia, trabajo y barrio. Lo que pasó fue exactamente lo contrario: un espectáculo que mostró la desconexión entre quienes conducen y quienes sufren las consecuencias. Quizás sea hora de que alguien, de una vez, ponga el cuerpo por los que pagan la entrada para alentar y no para terminar en un hospital.

 

 

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