Suben los encajes y las promesas pero la plata no es zonza

El Gobierno decidió tensionar con los bancos y congelar el crédito al sector privado para obligarlos a financiar al Tesoro. En paralelo, las denuncias de corrupción paralizan las inversiones prometidas. Se puede endulzar a los plutócratas, pero nunca engañarlos.

Actualidad27/08/2025
NOTA 3 COLUMNAS

Los bancos son otra pelea de Milei

 

El Banco Central volvió a subir los encajes hasta el 53,5%: de cada 100 pesos que ingresan en depósitos, más de la mitad queda inmovilizada. La medida empuja a los bancos a comprar bonos del Tesoro, porque si no lo hacen, se quedan con dinero que no rinde nada. 

 

Es un apriete técnico con efecto inmediato: menos crédito para familias y empresas. Es, en lenguaje claro, un “corrimiento” del dinero del sector privado hacia la caja pública.

 

Desde el punto de vista económico, la jugada es un parche que alimenta un círculo vicioso: los bancos reducen préstamos, las pymes no acceden al financiamiento, las tasas suben y la rueda de la actividad real se frena. 

 

Desde el punto de vista político, es directamente suicida: enfrentar a los bancos en medio de la volatilidad del dólar y de un clima enrarecido por denuncias de corrupción es pegarse un tiro en el pie.

 

La city no lo disimula. Los tesoreros bancarios hablan de la “Banca Simons criolla”, donde los depósitos se convierten en encajes eternos y no hay margen para la intermediación. 

 

Ya no es que falte liquidez: la rentabilidad se evapora, y con ella la voluntad de acompañar al Gobierno. Si algo enseña la historia es que el dinero es conservador: en los 80 los encajes al 90% convivieron con hiperinflación, y en los 90 la convertibilidad los bajó a la mínima expresión para revivir al sistema. Hoy, volver a niveles de hace casi cuatro décadas sólo muestra improvisación y desesperación.

 

El establishment, que hasta hace pocas semanas se mostraba alineado con el orden fiscal, ahora pone condiciones. Los grandes empresarios congelan inversiones hasta que se aclare el horizonte político y judicial. La energía, que era el sector estrella para 2025, pisó el freno. No es que el capital extranjero o local sea moralista: es práctico. 

 

No arriesga miles de millones si sospecha que el andamiaje institucional se puede desmoronar. Las denuncias que salpican a Karina Milei y a funcionarios del círculo presidencial fueron la alarma que nadie esperaba.

El problema no es que falten planes económicos. 

 

Los libertarios tienen un catálogo entero: ajuste fiscal, motosierra del gasto, aspiradora de pesos, tasas siderales. 

 

El problema es que todo eso es insostenible sin un contexto político estable. A la economía real no le sirven las fantasías de orgía financiera: necesita reglas claras, confianza mínima y señales de continuidad. 

 

Un plan puede ser la fantasía más excitante para la plutocracia, pero el dinero nunca es idiota: si no hay garantías de que la fiesta se sostenga en el tiempo, no se presenta ni con una copa.

 

El cierre es brutal en su simpleza: podés subir encajes, apretar a los bancos, secar la plaza de pesos y exhibir disciplina fiscal. Podés enamorar al mercado por un rato. Pero si el dinero huele a inestabilidad, el cocodrilo impide sacar dinero. 

 

El riesgo electoral puede ser pasajero; el descrédito político no. Y en economía, cuando la confianza se rompe, ni la tasa más alta ni el ajuste más duro alcanzan para reconstruirla.

 

 

 

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