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Un estudio internacional confirmó lo que muchas personas sospechaban en silencio: la migraña no es “solo un dolor de cabeza”. Cuando se combina con depresión o trastornos del sueño, el impacto se multiplica y afecta la vida laboral, emocional y social.
Actualidad27/08/2025Imaginá que tenés una alarma que se dispara de golpe, sin previo aviso, varias veces al mes. No importa dónde estés ni lo que hagas: la sirena suena adentro de tu cabeza, con luces cegadoras y zumbidos insoportables. Eso es la migraña. Y ahora un nuevo estudio revela que, cuando a esa alarma se le suman la depresión o los problemas de sueño, la vida se vuelve aún más difícil de habitar.
La investigación, publicada en Advances in Therapy, entrevistó a más de 600 personas con migraña. Casi la mitad convivía además con otra condición: desde ansiedad y trastornos digestivos hasta hipertensión. Pero lo más demoledor fue descubrir que quienes tenían migraña más depresión o insomnio reportaban una calidad de vida mucho peor que quienes “solo” sufrían la migraña.
¿Por qué? Porque la migraña no es un invitado discreto: te obliga a encerrarte en la oscuridad, te roba horas de trabajo, te hace cancelar planes. Si además no podés dormir bien, o si la tristeza se vuelve compañera diaria, cada crisis es un doble golpe. Es como pelear contra varios enemigos al mismo tiempo.
Cuando la migraña se cruza con la vida cotidiana
El 60% de quienes participaron en el estudio eran mujeres entre 30 y 50 años: plena etapa de crianza, construcción profesional y multitareas. Más del 85% trabajaba, pero muchas dijeron haber perdido productividad o eficacia por los episodios. No hablamos de una tarde perdida, sino de un sistema que castiga: si faltás, cobrás menos; si rendís poco, te señalan.
Los datos son claros:
-Quienes tenían depresión y migraña sufrían más limitaciones para sostener el día a día.
-Quienes cargaban con trastornos del sueño eran tres veces más propensos a rendir mal en el trabajo y a sentirse emocionalmente quebrados.
-Incluso quienes tenían “pocas” crisis al mes, si sumaban problemas de sueño o ánimo, vivían igual con una calidad de vida muy deteriorada.
La enfermedad que se normaliza
Un detalle estremecedor: solo el 18% de los consultados había ido al médico en los seis meses previos. Eso significa que la mayoría naturaliza el dolor, lo tapa con café, ibuprofeno o silencio. Es como si se aceptara que vivir con migraña es “aguantar” en lugar de buscar soluciones.
Pero especialistas insisten en que el abordaje tiene que ser integral: no alcanza con recetar una pastilla para calmar el dolor. Hay que mirar si la persona duerme bien, si atraviesa depresión, si sufre estrés o precariedad laboral. Porque el cuerpo no es un compartimento: es una red. Y la migraña, cuando se engancha a otros problemas, tiende a multiplicar su alcance.
La migraña como espejo social
En países como Argentina, el subdiagnóstico es altísimo. No se habla de migraña en la misma escala que de la hipertensión o la diabetes, pese a que está entre las principales causas de discapacidad a nivel mundial. Y eso no es casual: el dolor de cabeza es visto muchas veces como una excusa, un mal menor, algo que no amerita faltar al trabajo ni pedir ayuda.
El estudio recuerda que detrás de cada episodio hay algo más que un dolor físico: hay carga emocional, social y cultural. Porque si una mujer de 40 años tiene que encerrarse en un cuarto oscuro para sobrevivir al dolor, alguien más debe cuidar a los hijos, cubrirla en el trabajo, sostener lo que ella no puede.
La ciencia lo confirma con datos, pero miles lo sabían en carne propia: la migraña no es solo un martillo en la cabeza, es un terremoto en la vida diaria. Y cuando se combina con depresión o falta de sueño, las paredes tiemblan aún más. La pregunta que deja este estudio es sencilla y urgente: ¿cuánto dolor estamos dispuestos a normalizar antes de reconocer que la salud también se mide en silencios, en noches sin dormir y en lágrimas que nadie ve?
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