El Gobierno sin margen: recesión, despidos e imagen por el piso

La economía argentina entró en una fase recesiva que ya golpea al consumo, la producción y el empleo. Crece la conflictividad social, los mercados dudan de la capacidad de avanzar con reformas estructurales y hasta el establishment internacional marca la pérdida de popularidad y liderazgo del Presidente.

Política 14/09/2025
NOTA

Crisis económica y política

 

La economía real dejó de ser un gráfico en los informes del Gobierno y se convirtió en la conversación cotidiana de millones de argentinos. 

 

Desde abril no hay señales de recuperación: el consumo cae, las fábricas paran líneas de producción y el empleo formal empieza a resquebrajarse. Los números lo confirman: junio fue el peor mes en nueve años en términos de despidos, y julio no mejoró. La Unión Industrial Argentina ya anticipó que una de cada cuatro empresas redujo su plantilla.

 

El cuadro se completa con suspensiones en plantas metalúrgicas, petroquímicas y automotrices; cierres en empresas de cerámicos, motos y lácteos; y un goteo de conflictos laborales que se multiplica en todo el país. Los indicadores, que hasta hace poco parecían datos técnicos, ahora son historias concretas de familias que se quedan sin ingresos y barrios donde la changa pasa a ser la única opción.

 

Mientras tanto, la caída del crédito y la parálisis de ventas empujan a más firmas a depender de cadenas de pago cada vez más frágiles. El dato que puso en alerta al propio sector financiero fue el salto en la cantidad de cheques rechazados entre junio y julio: según el Banco Macro, la duplicación en apenas un mes ya instaló el semáforo en amarillo. 

 

Cuando los bancos dejan de confiar en la capacidad de pago de las empresas, el riesgo de colapso se multiplica.

 

El Gobierno celebra un crecimiento estadístico que podría rondar el 3% anual, pero se trata de un mero arrastre contable tras la pésima performance de 2024. Nadie en la economía real habla de recuperación: la sensación es de un tobogán descendente sin piso claro.

 

El impacto sectorial es visible. En la construcción, las obras privadas se frenaron por falta de crédito y las públicas por recorte presupuestario. En las industrias regionales, desde Santa Fe hasta Córdoba, la Federación Industrial advierte sobre “capacidad ociosa récord” en ramas metalmecánicas. 

 

En el comercio, cadenas medianas ya recortan personal mientras los supermercados remarcan menos productos porque no hay compradores. Incluso en las plataformas de transporte urbano, el fenómeno es elocuente: más choferes, menos viajes, tarifas congeladas. Una ecuación que no cierra para nadie.

 

El poder político en crisis

 

El deterioro económico no se traduce solo en números: también erosiona la legitimidad política de Javier Milei. La dura derrota en la provincia de Buenos Aires fue el primer aviso. El “apoyo popular al ajuste”, argumento que utilizaba el FMI para seguir sosteniendo al Gobierno, comenzó a resquebrajarse. Y sin respaldo social, cualquier programa económico pierde anclaje.

 

Los mercados lo saben. En la city financiera ya circula la tesis de que Milei no tendrá mayoría suficiente en el Congreso para impulsar las reformas centrales de su agenda: laboral, previsional e impositiva. El resultado electoral bonaerense encendió las alarmas: el oficialismo podría quedar reducido a un rol defensivo, limitado a vetar leyes que lo incomoden, sin capacidad de construir mayorías activas.

 

El economista Martín Polo, de Cohen Aliados Financieros, sintetizó la preocupación del establishment: el Gobierno enfrenta riesgo de salida de capitales, el proceso de desinflación se frena y la agenda de reformas queda empantanada. La exigencia de 2026 —elevar el superávit primario a 1,6% del PBI— anticipa un ajuste todavía más severo, en un contexto donde la paciencia social ya se desgasta.

 

A esto se suma el juicio internacional. El Financial Times, voz de referencia en la elite global, habló sin rodeos: Milei atraviesa “la mayor crisis de su gestión”, marcada por la recesión, los escándalos de corrupción y la caída de su popularidad por debajo del 40%. El diario británico recordó que el Presidente arrancó con inflación a la baja y respaldo popular, pero advirtió que su estilo agresivo y confrontativo, incapaz de construir consensos, hoy se vuelve en su contra.

 

El contraste es brutal. Milei inició su gestión con un discurso de “reconstrucción de la Argentina desde las ruinas”, prometiendo que la austeridad abriría el camino a la prosperidad. Un año después, el paisaje es inverso: inflación todavía alta, actividad en caída, salarios licuados y una oposición que recupera fuerza territorial. El PJ, lejos de la lona, huele a revancha y hasta se proyecta con un “Axel 2027”.

 

El círculo se cierra: la economía se frena, los votos se pierden, los mercados desconfían y hasta los aliados internacionales marcan la falta de liderazgo. En ese tablero, la pregunta ya no es cuánto dura el ajuste, sino cuánto dura la espalda política para sostenerlo.

 

El espejismo de la ortodoxia

 

El plan económico de Milei buscaba imitar experiencias de “shock” en la región. El recetario es conocido: recorte fiscal brutal, ancla cambiaria y apertura de importaciones. En los noventa, ese cóctel funcionó por la entrada de capitales externos y un clima político alineado. En 2025, las condiciones son diferentes: el mundo está en tensión geopolítica, la liquidez internacional es escasa y Argentina ya cargó sobre sus espaldas la deuda con el FMI.

 

Los números muestran el límite. El Banco Central intervino con ventas por más de u$s 300 millones en la banda de $1472, a costa de reservas que en gran parte son “prestadas” del propio Fondo. 

 

El superávit primario que festeja el oficialismo se apoya en licuar jubilaciones y salarios públicos, pero no en una mejora genuina de la recaudación. Y la inflación, aunque desacelerada, se mantiene en niveles que impiden la recomposición de ingresos.

 

El resultado es que la recesión deja de ser un efecto colateral y se convierte en el verdadero corazón del programa. Como advirtió Luis Campos, investigador de la CTA, “este plan solo cerraba con recesión y caída del empleo formal”. La pregunta es cuánto aguanta la sociedad en ese esquema.

 

Una gobernabilidad en duda

 

La política, que suele ser el arte de lo posible, hoy parece bloqueada. Milei eligió el camino del enfrentamiento con gobernadores y legisladores. El veto a la ley de distribución de ATN lo mostró aislado frente a provincias que, sin recursos frescos, amenazan con trabar cualquier reforma. El Congreso, en minoría oficialista, luce como un muro más que como un espacio de negociación.

 

El propio estilo presidencial juega en contra. El Milei confrontativo, que capitalizó bronca y redes sociales en campaña, choca contra la lógica de la gobernabilidad. El Financial Times lo describió como un presidente “belicoso” que ahora se muestra “inusualmente arrepentido” tras la derrota bonaerense. 

 

El giro, improvisado, no despeja dudas: ¿puede un Gobierno sin músculo político sostener un programa que depende justamente de grandes consensos?

Los votantes lo sienten. Cada encuesta reciente marca que la aprobación cayó por debajo del 40%. La promesa de “sacrificio con recompensa” empieza a resquebrajarse frente a heladeras vacías y changas mal pagas. El riesgo es que el ajuste, lejos de consolidar, deje tras de sí un vacío de poder.

 

El final abierto

 

La paradoja es evidente. El programa de Milei necesitaba recesión para mostrar resultados rápidos en inflación y equilibrio fiscal. Lo logró. Pero en el mismo movimiento desarmó su base de sustentación política y social. Si el Gobierno no reacciona con capacidad de diálogo y acuerdos, como advierte la propia prensa financiera internacional, lo que se viene no es una consolidación sino un vacío de poder.

 

El costo lo pagan las familias argentinas, con salarios que se licúan frente a un dólar al borde del techo de la banda, con changas mal pagas reemplazando empleos formales, y con un futuro inmediato donde la promesa de “reformas profundas” se topa con la realidad de una sociedad que no resiste más pérdidas.

 

La Argentina, otra vez, vuelve a su dilema histórico: la economía política manda. Y cuando la economía real no aguanta, ninguna épica libertaria ni relato de redes sociales alcanza para sostener al poder.

 

 

El semáforo amarillo de los bancos: la duplicación de cheques rechazados entre junio y julio anticipa un posible colapso en la cadena de pagos.

 

 

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