Malvinas, China y litio: el nuevo tablero de EE.UU. en Argentina

El futuro embajador norteamericano dejó clara la prioridad de Washington: frenar el avance chino en la región. El gesto sobre Malvinas no es inocente. Hay recursos, hay intereses y, sobre todo, hay poder en juego.

Actualidad23/07/2025
NOTA

Peter Lamelas, el flamante embajador designado por Donald Trump para la Argentina, se plantó ante el Senado de Estados Unidos y lanzó una frase que sacudió el tablero: “Estados Unidos no reconoce la soberanía ni de Argentina ni del Reino Unido sobre Malvinas”. Dijo “neutralidad”, pero en términos geopolíticos, eso es movimiento. Y en un momento donde China pisa cada vez más fuerte en América del Sur, lo que se mueve no es el discurso: es la estrategia.

Washington sabe lo que está en juego. El Atlántico Sur, con sus rutas marítimas, sus potenciales recursos energéticos y sus vínculos con la Antártida, no es un decorado. Es un frente. Y si Argentina se le escapa hacia Beijing —como lo sugieren los convenios militares, científicos y comerciales—, no hay F-16 ni embajador que alcance para recomponer el vínculo. Por eso el mensaje de Lamelas fue quirúrgico: elogios a Milei, guiños a Trump, dardos a China... y un gesto a la causa nacional que no cuesta nada y puede abrir puertas.

La causa Malvinas, un nuevo peón en la guerra global

Lamelas no viene a saludar. Viene a operar. Su discurso ante el Senado lo dejó claro: “hay que expulsar a China poco a poco”. Y para eso, necesita aliados. No importa si son libertarios, peronistas o desarrollistas: lo que importa es que jueguen del lado correcto del tablero. La Cuestión Malvinas, históricamente anclada en el respaldo británico, ahora aparece como una variable más flexible. Estados Unidos ya no está dispuesto a poner las manos en el fuego por Londres si eso significa perder influencia frente al gigante asiático.

El contexto lo explica todo: Argentina busca modernizar sus Fuerzas Armadas, China ofrece financiamiento sin condicionamientos, y el Reino Unido bloquea compras militares clave. Resultado: EE.UU. queda afuera de la mesa. La supuesta neutralidad que propone Lamelas no es un gesto altruista, es una forma de reingresar al juego. Si el precio es correrse medio paso del discurso tradicional pro-británico, lo pagan encantados.

Y no es solo Malvinas. Es el litio, es Vaca Muerta, son las tierras raras, es la base espacial en Neuquén, es el vínculo con la defensa. Es, en suma, el mapa de los recursos estratégicos donde el nuevo embajador viene con una sola consigna: contener a China y asegurarse que los negocios pasen por Washington.

Milei, Trump y la alfombra roja geoestratégica

En su discurso, el embajador entrante dejó asentado que buscará facilitar comercio, reducir regulaciones, presionar sobre el cepo y abrir la puerta grande para los laboratorios norteamericanos. Y aún así, el gesto sobre Malvinas fue claro. No por convicción, sino por cálculo. Y ahí, aunque duela a algunos, se abre una posibilidad concreta para la política exterior argentina: aprovechar la grieta anglosajona para reposicionar la soberanía como un tema vigente. Si Estados Unidos se corre un paso del Reino Unido, es porque quiere algo. El desafío será —por primera vez en décadas— hacer que ese interés juegue a favor del reclamo nacional, no como moneda de cambio.

Soberanía, pero en clave realpolitik

La geopolítica no premia a los que lloran soberanía, sino a los que la trabajan. La frase de Lamelas sobre Malvinas no es una caricia: es una llave. Una que puede abrir o cerrar puertas, según cómo se juegue. Estados Unidos no va a militar la causa argentina por amor. Lo va a hacer si eso le permite empujar a China un paso más afuera. Y eso no está ni bien ni mal. Está en el código de los intereses.

El futuro embajador vino a hacer negocios, no historia. Pero a veces, en el marco de un buen negocio, se pueden mover piezas que favorezcan a la patria. Si la dirigencia local está atenta —más allá de Milei y su devoción atlantista— puede haber margen para reposicionar a la Argentina no como satélite de nadie, sino como jugador estratégico. La clave será entender que la neutralidad es apenas una palabra. El poder, en cambio, es una práctica. Y se disputa, incluso en la causa más sensible.

 

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