Reservas en jaque y confianza en default

El dólar planchado es apenas un espejismo sostenido por deuda y bicicleta financiera. Mientras se fugan capitales a un ritmo alarmante, el Gobierno no logra atraer inversiones reales ni generar confianza política para sostener el modelo.

Actualidad22/07/2025
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Un dólar quieto puede calmar la ansiedad por un rato. Pero cuando debajo de esa calma lo que hierve es la fuga, el endeudamiento y la falta de horizonte, el equilibrio se vuelve pánico contenido.

El gobierno de Javier Milei sostiene un tipo de cambio ficticio, caro en términos reales, mientras los dólares se le escapan por las rendijas del sistema financiero que él mismo liberó. Y a pesar del relato de la confianza, lo que no aparece es lo único que podría hacer sustentable este modelo: inversiones reales. Porque el capital especulativo no apuesta a proyectos sin respaldo político. Y el de Milei, a esta altura, es puro vértigo sin red.

La acumulación de reservas, condición básica para la estabilidad, está en coma. Lo admite incluso el FMI, que le tira flores al ajuste pero vuelve a repetir que “las reservas netas son críticamente bajas”. En buen romance: no hay dólares. O los que entran por ventanilla del Fondo, salen por la puerta del mercado. En apenas un mes y medio, se fugaron más de 5.200 millones de dólares. No hubo compra de maquinaria, ni inversión productiva. Hubo formación de activos externos: la forma técnica de decir que los que pueden, sacan la plata del país.

 

La bicicleta sin pedal: carry trade sin confianza

Caputo intenta hacer girar la rueda con un viejo truco conocido: tasa alta, dólar planchado y deuda para contener la presión. El llamado “carry trade” funciona mientras los fondos creen que podrán salir a tiempo. Pero esta vez, la mesa está floja de patas. No hay régimen político que garantice sustentabilidad. Ni una dictadura que discipline con botas, ni un consenso hegemónico como el que tuvo Menem en los noventa. Lo que hay es fragilidad institucional y conflictividad política. Demasiado ruido para un país que pide silencio cambiario.

El experimento libertario imaginó que podía emular la convertibilidad sin tener ni el contexto, ni los socios, ni los fierros del poder real. Aquello fue sostenido por una arquitectura institucional que, con todos sus defectos, construyó confianza interna y externa. Milei, en cambio, dinamita puentes incluso con sus aliados. Y sin puentes, no hay capital que cruce. Por eso los dólares no llegan. Porque la rentabilidad no es suficiente cuando el riesgo es terminal.

 

Dólar barato, país caro

Con una moneda sobrevaluada, las exportaciones pierden competitividad. Y la promesa de eliminar retenciones no alcanza a entusiasmar a un campo que desconfía del rumbo y de la palabra oficial. Porque para vender hoy, hay que creer en mañana. Y Milei —por más fervor que ponga en su prédica— no ofrece garantías de continuidad. Las variables económicas están sometidas a una lógica voluntarista que combina ajuste brutal con fe ciega en el mercado. Pero los mercados no creen: actúan. Y lo que vienen haciendo es mirar, no invertir.

El relato oficial se sostiene con préstamos de organismos internacionales que no alimentan la economía real, sino el relato. El último paquete del BID y el BIRF suma 1.500 millones de dólares, dirigidos a modernización tributaria y reformas regulatorias. Nada de eso es liquidez inmediata para enfrentar la demanda del segundo semestre, que históricamente es más alta. Con exportaciones planchadas, consumo retraído y sin crédito externo genuino, la única salida visible parece ser una nueva negociación con el FMI. Y ya ni eso está asegurado.

Se agota el tiempo, no solo los dólares

El verdadero problema de este modelo no es solo económico: es político. Porque ningún programa de estabilización puede sostenerse si no hay poder real para bancarlo. Y el gobierno de Milei, más allá del ruido mediático, no construyó músculo político, ni territorial, ni institucional. Depende de un relato y de una casta de financistas que ya demostraron en 2018 cómo termina la historia cuando se prioriza el ancla cambiaria sobre la estrategia de desarrollo.

No hay inversión sin reglas claras. No hay reservas sin superávit comercial sostenido. No hay confianza sin respaldo político. Y lo que hoy ofrece el oficialismo es un menú que combina ajuste, incertidumbre y fuga. La bicicleta se pedalea en el aire, y cada nuevo préstamo es una rueda más en un mecanismo que no genera movimiento real. Solo posterga la caída.

Quienes hoy defienden este modelo desde el dogma, olvidan que ni el menemismo fue solo ortodoxia. Fue, sobre todo, poder. Del que Milei carece. Y eso es lo que marca la diferencia entre una convertibilidad duradera y un experimento que puede estallar antes de llegar a las elecciones.

La pregunta ya no es si el plan económico es sustentable. La pregunta es si lo es el gobierno. Porque cuando los dólares se van, lo que queda al desnudo es el vacío de conducción. Y ese sí que no se llena con tasa. Se llena con política.

Poder sin base, modelo sin destino

El talón de Aquiles del plan Milei no está en la economía, sino en la política. El experimento libertario intenta emular recetas de estabilización sin el capital más valioso: poder real. No tiene gobernadores propios, ni una mayoría parlamentaria que respalde reformas estructurales, ni aliados sólidos en el sistema judicial o sindical. El músculo territorial es nulo y la paciencia social, limitada. Lo que sostiene el relato es un círculo reducido de financistas y técnicos que, lejos de aprender del 2018, repiten la misma matriz: dólar barato, deuda cara y fuga sin restricciones. Pero sin política, no hay ancla que aguante. El dólar puede estar planchado por un rato, pero si la conducción es débil, la economía no responde. En este contexto, la falta de respaldo institucional convierte cualquier intento de estabilización en un castillo de naipes. Porque sin poder, no hay orden. Y sin orden, no hay confianza.

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