“Camporavirus”: intendentes del conurbano en alerta por el colapso político de La Cámpora y un “efecto La Matanza” en otros municipios

La decadencia de las gestiones camporistas en Lanús, Quilmes y Hurlingham dejó de ser un problema local. Ahora el temor es que el conurbano entero termine pareciéndose a La Matanza. Y que desembarque Guillermo Moreno, ahora defensor de violadores.

Política 08/08/2025

Por Julián Truzzo

 

En Lanús, Quilmes y Hurlingham, tres municipios gobernados por los intendentes de La Cámpora Julián Álvarez, Mayra Mendoza y Damián Selci, el deterioro institucional y social se aceleró al punto de encender alarmas en las intendencias vecinas. 

El estado de abandono, la inseguridad desbordada, el retroceso económico y la pérdida de control territorial, sumado a una rápida caída de la imagen de los dirigentes camporistas entre sus vecinos, están generando lo que en otras gestiones del peronismo bonaerense ya se denomina como un “contagio camporista”. Y el término que más se repite entre funcionarios y asesores para referirse a la consecuencia de este “camporavirus” es el de un potencial “efecto La Matanza” en los municipios circundantes.

Aunque circula solo entre funcionarios como una cruel ironía, el concepto de “efecto La Matanza” se refiere a la progresiva licuación del estándar de vida que durante años golpeó a La Matanza, y que ahora amenaza con expandirse. Pero, ¿qué significa exactamente “convertirse en La Matanza”? En principio, se alude a un modelo que combina desinversión, pauperización crónica, violencia cotidiana y una ruptura irreversible entre la ciudadanía y la política. Pero más allá de las palabras, las consecuencias de la decadencia son visibles.

En La Matanza, una de las zonas con más hechos de inseguridad en el país, los homicidios, robos violentos y ataques a policías son moneda corriente. A eso se suman enfermedades vinculadas con la precariedad ambiental, como la tuberculosis, y un impacto económico devastador. En las últimas semanas, de hecho, la clausura de un centro de distribución de Mercado Libre, que podría haber generado 2300 empleos, fue leída por muchos empresarios y vecinos como una señal clara del rechazo camporista al capital privado.

Los intendentes camporistas, sin embargo, no parecen tomar nota de ese retroceso. Por el contrario, los síntomas se replican. En Hurlingham, donde gobierna Damián Selci, el camporista que según la última encuesta de CEOP LATAM acumula un 56,5% de imagen negativa, el caos es tal que hace apenas unos meses, por ejemplo, un trabajador municipal fue atacado con un machete en el cementerio público. Hace unos meses, Selci había impedido la instalación de una importante cadena de comidas rápidas en William Morris.

Pero la violencia no se detiene ahí: hace pocos días, entre uno de los muchos hechos de inseguridad cotidianos, un auto fue robado en una entradera y luego estrellado por delincuentes en la ciudad de Buenos Aires. Selci, identificado por todos los rankings como el intendente con peor imagen del conurbano, se ha convertido así en el símbolo principal de este declive y en la cara del “camporavirus”. En especial porque su gestión, cargada de retórica ideológica pero vacía de respuestas concretas, agrava el aislamiento vecinal. 

Por si fuera poco, a todo esto se añade la posible llegada a su municipio del exsecretario de Comercio Guillermo Moreno, que una semana después de presentarse en un acto junto a Selci en Hurlingham, reivindicó como un cuadro político “valioso” a Ezequiel Guazzora, un militante fanático de La Cámpora con una condena de 10 años y seis meses de cárcel por la violación sexual de una menor.

Mientras tanto, en el municipio de Lanús, con un 48,5% de imagen negativa, Julián Álvarez también enfrenta una crisis que va más allá de los hechos delictivos: a finales de junio, un niño de diez años fue encañonado para robarle el auto a sus padres. En paralelo, distintos actores políticos locales lo acusan de ocultar los niveles reales de inseguridad. Es por eso que su imagen cae en picada y el temor crece: el “efecto La Matanza” ya no es un caso aislado, sino una advertencia.

En Quilmes, por otro lado, donde Mayra Mendoza administra una de las intendencias más grandes del sur del conurbano con un 47,2% de imagen negativa, la situación no es tan distinta. El desborde en seguridad es tal que, hace unos meses, hasta un equipo del canal televisivo de noticias A24 tuvo que abandonar una cobertura por amenazas y condiciones extremas. Las calles muestran el desgaste de años de desidia y Mendoza carece de respuestas en temas básicos, lo cual refuerza el malestar de los vecinos.

Frente a esto, algunos intendentes peronistas ya empezaron a marcar límites. En Avellaneda, por ejemplo, Jorge Ferraresi limitó al camporismo en el armado de listas para las elecciones locales. Pero su decisión no fue aislada. Por el contrario, fue leída como el gesto de uno entre muchos otros intendentes listos para blindar su gestión frente a un proceso de destrucción que muchos ya consideran inevitable si no se toman medidas drásticas.

El temor de los intendentes es que el colapso de los distritos camporistas genere una ola de descontento generalizado, una marea de frustración social que termine beneficiando, paradójicamente, a los mismos responsables del deterioro. En este marco, el oportunismo político de La Cámpora se vuelve evidente: cuanto peor, mejor.

Bajo esa idea, un caos generalizado que funcione como plataforma para recuperar centralidad política a nivel nacional, aún a costa del empleo, la educación, la seguridad y la dignidad de los vecinos del conurbano, les resulta un plan posible. El “efecto La Matanza” del conurbano, por lo tanto, no es solo un fenómeno social y económico. Es una estrategia política. Y su costo, si no se frena a tiempo, lo pagarán los bonaerenses.

Máximo Kirchner y Guillermo Moreno compartieron un acto de campaña en Hurlingham con Selci. Días más tarde, el exsecretario de Comercio reivindicó a Ezequiel Guazzora, un militante de La Cámpora preso por violar a una menor.

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