Pymes al límite: el modelo importador ya destruye empleo y consumo

La capacidad instalada cayó al 58% y se perdieron más de 270 mil empleos formales en 18 meses. Con dólar quieto, avalancha importadora y crédito clausurado, la economía real entra en depresión. El 80% del trabajo argentino —las PyMEs— está bajo asedio.

Actualidad28/09/2025
NOTA

Crisis PyME: dólar planchado y consumo en caída

 

No hace falta esperar un paper: la depresión económica ya se expresa en el piso de las plantas. La industria PyME opera al 58,2% de su capacidad: de cada diez máquinas, cuatro están apagadas. Y cada máquina apagada es un sueldo menos, una mesa más flaca y un barrio que se apaga temprano. En 18 meses se destruyeron 272.880 empleos formales. 

 

El consumo —motor de la Argentina profunda— se hunde 9% interanual; el canal mayorista acumula 24 meses de retroceso; los supermercados encadenan ocho meses de “rebote” leve que no compensa la paliza previa. La macro puede declamar estabilidad; la micro, donde se cobra y se come, está con pulmotor.

 

La anatomía del golpe se ve por sectores: automotriz -8,1% de capacidad utilizada, químico -5,8%. Menos turnos, más suspensiones, reprogramación de pagos a proveedores y un ritual repetido: “aguantamos como podemos”. 

 

No es una foto aislada: es una tendencia. La oferta local pierde metros frente a la importada, el costo financiero hace inviable el capital de trabajo y la demanda cae porque los salarios reales no dan la talla. La ecuación es simple y cruel: menos ventas → menos producción → menos empleo → aún menos ventas. Bucle perfecto de recesión.

 

Esa dinámica pega distinto según el mapa. En el cordón bonaerense, donde la PyME metalmecánica marca el pulso, el freno se traduce en talleres cerrados y cooperativas que no logran sostener el ritmo. En el interior, la textil y la del calzado no compiten contra el producto traído en contenedores a dólar calmo y tasa baja afuera. Donde el proveedor local tardó décadas en armar red, una ola importadora de seis meses la desarma.

 

El dato social es el más áspero: la movilidad laboral es hacia abajo. No hay traslados masivos de trabajadores de sectores en caída a sectores ganadores; hay desvinculaciones y, con suerte, changas. El “ajuste” que en Excel luce prolijo, en la calle es un apagón de consumo: primera línea, alimentos; segunda, servicios; tercera, todo lo demás.

 

Modelo importador, dólar quieto y crédito clausurado

 

El corazón del programa es político antes que técnico: se eligió planchar el dólar para aplacar nominales y habilitar importaciones como ancla de precios. El costo es doble. Primero, reservas que se queman para sostener la paridad. Segundo, industria local que se queda sin mercado. El saldo comercial lo canta: el superávit acumulado a julio se derrumbó 64% (unos US$ 5.071 millones contra US$ 14.075 millones un año atrás). 

 

La composición empeora: importaciones +32%; exportaciones +6%, el peor desempeño relativo en una década. Se compra más de afuera de lo que la economía es capaz de vender; el resto es relato.

 

La otra pata del cepo real se llama crédito. Con encajes que saltaron de ~30% a más del 50% y tasas reales positivas “para mostrar prudencia”, el sistema financiero dejó de financiar a la producción y volvió a su negocio favorito: financiarse a sí mismo. Resultado: capital de trabajo carísimo o inexistente, inversión congelada y consumo en terapia intensiva. 

 

Sin crédito, no hay renovación de stock, no hay salto de productividad, no hay nada. El círculo cierra con la apertura importadora: si afuera el costo del dinero es menor y el dólar no corre, el incentivo es traer hecho. Es macro para la foto y micro para el entierro.

 

En la economía política del modelo aparecen dos ganadores claros. Finanzas, que arbitra tasas y bonos con riesgo acotado; e hidrocarburos, con demanda externa y marcos regulatorios específicos. El resto mira detrás del vidrio. No hay “derrame” porque no hay tubería que conecte a la base productiva con los brotes de arriba. 

 

La consecuencia es estructural: desindustrialización silenciosa, terciarización de baja productividad y empleo precario como norma.

 

¿Post-electoral? La promesa es que la estabilidad se consolide. El problema es que la estabilidad sobre subconsumo tiene patas cortas. Una economía no crece por decreto: crece cuando su demanda interna tracciona, su oferta invierte y su comercio exterior suma dólares netos. 

 

Hoy ninguna de las tres ruedas gira como debería. Por eso la palabra que vuelve, con memoria dolorosa, es depresión. No por el precio del dólar en la tapa, sino por la suma de indicadores en el mostrador: máquinas paradas, tickets más chicos, sueldos flacos y más gente buscando trabajo que trabajo buscando gente.

 

Cambiar de rumbo, no se intenta

 

¿Se puede cambiar la dirección? Sí, pero requiere política económica, no slogans. En orden:

-Rehabilitar el crédito PyME con líneas de capital de trabajo reales (tasa subsidiada y plazos que calcen con ciclo productivo).

-Ordenar importaciones con criterio de sustitución inteligente: insumos críticos sí, final importado que barre competencia local, no.

 

-Recuperar salario real de manera compatible con la desinflación: paritarias con cláusulas de revisión y alivio tributario temporal en cargas sobre la nómina.

-Reperfil fiscal que no pulverice la demanda: recortar gasto improductivo sin serruchar el piso del mercado interno.

 

-Exportar valor: acelerar regímenes de promoción a sectores con densidad PyME (agroindustria, bioeconomía, equipamiento médico, software embebido) y resolver logística.

 

No hay milagros. Hay decisiones. Y detrás de cada decisión, nombres y responsabilidades. El programa actual eligió la combinación “dólar quieto + importado barato + tasas altas”. El resultado está a la vista: capacidad instalada al 58%, empleo formal en retroceso y consumo deprimido. La clase media —esa que sostiene el mostrador— achicó su canasta hasta el hueso. Y cuando la heladera se convierte en Excel, la política cree que ganó la pelea a la inflación; en realidad, le ganó a la cena.

 

El cierre también es político: si el 80% del trabajo lo generan las PyMEs, entonces la política que las asfixia no es neutral. Es una elección distributiva: entre la hoja de balance de un banco y la persiana de un taller. Entre la promesa de un derrame que nunca llega y la dignidad de un sueldo que sí circula. A veces la economía se explica sola: la estabilidad que vacía la fábrica es inestable por definición. Y tarde o temprano pasa la factura, con intereses.

 

Capacidad instalada PyME al 58,2% y 272.880 empleos formales menos en 18 meses: la depresión se ve en la fábrica, no en el PowerPoint.

 

 

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