Villaverde se baja del Senado, sigue en Diputados

Renuncia épica o jugada maestra

Lorena Villaverde no asumirá en el Senado. Ese dato, que en otra etapa hubiera sido apenas un trámite administrativo, hoy se convirtió en una pieza clave de la ingeniería parlamentaria del oficialismo. La legisladora rionegrina dejó caer su aspiración a la Cámara alta y decidió blindarse en Diputados, donde todavía tiene dos años de mandato. El movimiento se presenta como un gesto de responsabilidad institucional, pero en la rosca se lee otra cosa: un retiro táctico para no convertirse en un problema mayor para el Gobierno.

La sesión que bloqueó su jura dejó al descubierto una grieta narrativa. La oposición la impugnó invocando causas judiciales en Argentina y Estados Unidos. Villaverde respondió con precisión quirúrgica: sobreseída, absuelta, sin delitos vigentes. Cada acusación fue devuelta con un descargo detallado, casi quirúrgico, en el que insistió en que no tiene vínculos con narcotráfico, lavado, ni con el empresario Fred Machado. Lo repite como si cada sílaba fuera un ladrillo de autodefensa. Y, en términos políticos, lo es.

La escena extraña es que la diputada electa renunció por escrito al Senado y, pocas horas después, retiró esa renuncia. Finalmente volvió a renunciar de forma pública, en un texto dirigido al Presidente, donde mezcló convicción libertaria, tragedia personal y denuncia contra la vieja política. Un comunicado que funcionó como catarsis y como salvavidas. Porque la renuncia deja en claro que no obstaculizará las reformas. Y, al mismo tiempo, evita que su caso siga empantanando el tablero legislativo.

Villaverde construyó un relato en el que la operación política es más grande que ella. Asegura que quisieron usar su nombre como herramienta para desgastar al Gobierno y frenar la conformación del bloque oficialista en el Senado. Según su versión, los sectores que la impugnaron buscan frenar la agenda de reformas y encontraron en su biografía una presa fácil. El tono con el que lo dice es casi cinematográfico: una dirigente que se muestra víctima, pero que da un paso al costado para salvar el rumbo histórico del país. Una escena digna de Frank Underwood pero con épica libertaria.

En paralelo, la legisladora reconstruyó públicamente su pasado judicial. Explicó la redada policial que vivió en Estados Unidos, la acusación por conspiración vinculada a la tenencia de dinero, el proceso que terminó en su sobreseimiento y el rol que, asegura, tuvo la discriminación racial en su condena inicial. Relató incluso la denuncia anónima surgida tras su divorcio de un empresario energético, a la que calificó de maniobra para desgastarla. Su estrategia es clara: anticiparse a cada golpe, responder con relato propio y ubicar a sus detractores en el campo del viejo régimen.

La rosca real está en otro punto. Su salida del Senado evita un conflicto institucional que amenazaba con trabar el funcionamiento del oficialismo. En Diputados no representa un riesgo inmediato. Mantendrá su banca hasta 2027 y se alinea con el bloque para garantizar los votos que el Gobierno necesita en las próximas semanas. No renuncia a la política. Renuncia a ser la excusa perfecta para que las reformas se empantanen en la Cámara alta.

La frase que dejó en su carta resume la lectura del oficialismo: ningún cargo vale más que la oportunidad histórica de cambiar el país. En ese tono épico encontró un camino elegante para retroceder sin admitir derrota. Una renuncia que sostiene al Gobierno, despeja el Senado y protege su propio futuro parlamentario. Una jugada que no resuelve la discusión de fondo, pero sí despeja el tablero para que otros sigan moviendo las piezas.

Villaverde no será senadora. Pero seguirá votando en Diputados. Y en tiempos de reformas ajustadas al número, ese asiento vale más que cualquier titular.