¿Una startup suiza ha desarrollado el primer “bioordenador” del mundo? ¿Una computadora de bajo consumo energético integrada por “minicerebros” humanos o humanoides?
El anarquismo posmoderno
Ursula Kroeber Le Guin Berkeley no propuso una nueva humanidad, sino miradas y condiciones futuras en las que especuló desde el misterio moral y afectivo de la experiencia.
Cultura 20/11/2024Lo humano son solo humanos diferentes, semejanza que empieza y sigue otra semejanza.
Esto es también la secuencia del amor, no su propia consecuencia ni tampoco algo que le es natural. Tiene las proporciones de una novela, un poema, un cuento, un ensayo creativo, una confesión alternativa a la secuencia del sufrimiento. Una sucesión ficticia donde el futuro se escribe a sí mismo sin dictado y revisitándose como a un inmenso potencial oculto:
Es nuestro sufrimiento lo que nos une. No es amor. El amor no obedece a la mente y se convierte en odio cuando se lo obliga. El vínculo que nos une no es una elección. Somos hermanos. Somos hermanos en lo que compartimos. En el dolor, que cada uno de nosotros sufre solo, en el hambre, en la pobreza, en la esperanza, conocemos nuestra hermandad. Lo sabemos porque hemos tenido que aprenderlo, que no hay ayuda para nosotros excepto la de los demás, que ninguna mano nos salvará si no extendemos la nuestra. Y la mano que extiendes está vacía, como la mía. No tienes nada. No posees nada. No eres dueño de nada. Eres libre. Todo lo que tienes es lo que eres y das.
Y es que Le Guin fue una anarquista en la única clave que permite esta palabra: “ficcional”, sí, sin partir de lo único y lo propio entendidos como solipsismo, autorreferencia histórica objetiva o individualista subjetiva, siendo única y propietaria de una especulación. Fue una novela, un poema y un cuento ensayados en una de las producciones literarias más interesantes de los siglos XX y XXI e inspiración para Neil Gaiman, Hayao Miyazaki, J. K. Rowling.
Con historias ambientadas en el mundo imaginado de “Terramar” o sobre la federación “Ekumen”, la carrera de siete décadas de Le Guin se ha convertido en la referencia de la denominada “ficción especulativa” o “specfic”, abreviatura que también ha sido utilizada para denominar a la “ciencia ficción”, pero que, en este caso, se refiere a la ampliación de la literatura y de la vida mediante “lo fantástico”. El crítico canadiense John Clute llama con el término eslavo “fantastika” precisamente a este tipo de escritura propositiva “sobre todo” y que evita las limitaciones de aquel subgénero basado en utopías y distopías atenidas a principios científicos futuristas.
La ficción especulativa es una expansión total que explora la verosimilitud en todos los escenarios posibles. En palabras del famoso crítico estadounidense Harold Bloom: Le Guin, al igual que Tolkien, ha elevado la fantasía a la categoría de alta literatura.
Sin embargo, ocho premios Hugo, seis Nebula, veinticuatro Locus y un Nacional del Libro en los Estados Unidos, más un Gran Premio del Imaginario en Francia y constantes nominaciones al Nobel de literatura, aunque bien merecidos, fueron para esta autora anarquista solo concesiones a un sujeto del que se distanció de maneras liberadoras, una imagen propia que continuamente se esmeró por criticar y reversionar. Y es que como señalan los estudiosos auténticamente comprometidos con la importancia de su obra, esta sigue siendo una donación fascinante a la libertad, a seres en un mundo limitado por ilusiones de poder del pasado y la autoridad, de la culpa y la autovigilancia, del conformismo, de las ideologías, de la tradición y del proceso.
Esta no es una escritura sobre un mundo potencial, una lectura utópica y radicalizada de entre las muchas que existen a partir de Rousseau e incluso antes, la mera idealización de sistemas alternativos de economía política dignos de explorarse. No, Le Guin trabajaba con la potencia de una introspección expandida y expansora, que no sirve a la imaginación, sino que es una curiosidad por aquellas interpretaciones morales todavía no desarrolladas. Imaginar así no parte de lo propio o de lo ajeno, de una imagen estable o de una tensión sin descanso, así como este tipo de ficción ni es mentira ni está interesada en una realidad que tenemos que vivir.
En opinión del filósofo estadounidense Lewis Call, Le Guin incorporó el anarquismo a la corriente principal discursiva que acapara la atención del público, sacándolo de un apartheid cultural, muchas veces autoimpuesto. Si ser anarquista no es otra cosa que conocer una bibliografía canónica y defender a pies juntillas las propuestas de William Godwin, Pierre Joseph Proudhon, Peter Kropotkin o Mikhail Bakunin, entonces, solo implica participar una de las minorías intelectuales más irrelevantes de nuestros días.
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