Dólar barato y fuga: el espejismo que no aguanta

Mientras el Gobierno sostiene un tipo de cambio bajo para contener la inflación, los dólares desaparecen por fuga y especulación. La pregunta no es si alcanza: es cuánto más puede durar un modelo que niega su propia escasez.

Política 20/07/2025
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Por M. Beltrán (Economista en desarrollo real)

 

El Gobierno de Javier Milei diseñó su arquitectura económica sobre una premisa: contener la inflación con un dólar oficial barato. La estrategia, simple en apariencia, se sostiene sobre un colchón de divisas artificial que se agota a un ritmo alarmante. En apenas tres meses, la salida de dólares del país ya consumió casi la mitad del primer desembolso que el Fondo Monetario Internacional otorgó al programa libertario. Mientras tanto, la producción se enfría, la demanda interna se pulveriza y el tipo de cambio oficial se mantiene planchado en niveles que no reflejan la verdadera tensión de la economía real.

En los últimos 45 días se fugaron más de 5.200 millones de dólares a través de la formación de activos externos. Es dinero que no fue a inversiones, ni a producción, ni a infraestructura: fue a cuentas del exterior, colchones y cajas de seguridad. Lo grave no es solo la cifra, sino la contradicción: el mismo gobierno que plantea un tipo de cambio bajo para “ordenar precios” promueve un esquema que libera la fuga sin control y sin respaldo. En el fondo, esa fantasía de estabilidad descansa sobre un pacto implícito: mantener a raya la inflación a costa de dejar escapar los dólares. El problema es que no hay dólares para todos. Y tarde o temprano, alguien tiene que pagar la cuenta.

 

Producción sin insumos, precios sin rumbo y tasas altas

Con un tipo de cambio congelado y sin acceso a financiamiento genuino, los sectores productivos enfrentan un dilema cruel: no hay dólares para importar insumos, pero tampoco hay previsibilidad para planificar a futuro. La industria nacional comienza a detenerse, no porque no tenga demanda, sino porque no puede abastecerse. En los parques industriales del conurbano, se multiplican los talleres con stock parado, trabajadores suspendidos y pymes que achican turnos. Es el síntoma de un programa económico que prioriza la bicicleta financiera por sobre la economía real.

En paralelo, las tasas de interés siguen altas, el consumo se desploma y el dólar financiero, lejos de calmarse, vuelve a tensionar el mercado. El oficialismo sostiene que hay superávit, pero se trata de un resultado basado en licuación, ajuste feroz y freno a la obra pública. No hay creación de riqueza ni expansión del aparato productivo. Solo hay un ancla que ya no encuentra puerto.

 

Una economía que se devora a sí misma

El propio Banco Central muestra señales de alerta: sin liquidaciones récord del agro, sin nuevos préstamos del FMI y con reservas en caída, el margen para sostener el tipo de cambio oficial se achica cada semana. Las promesas de desregulación no trajeron inversiones: solo alimentaron la fuga. Mientras tanto, los exportadores liquidan lo mínimo indispensable y los importadores ruegan por dólares que ya no aparecen.

En este escenario, el dólar barato opera como una trampa. No dinamiza la economía, no mejora el salario real, no impulsa la inversión. Solo posterga una devaluación inevitable, al costo de congelar la producción y destruir empleo. Y cuando ese ajuste llegue —porque va a llegar— no encontrará una economía robusta, sino una estructura devastada.

El problema no es técnico, es político. El modelo actual niega la escasez que lo habita. Pretende sostener precios bajos con dólares que no tiene, financiar fuga con reservas prestadas y contener una crisis estructural con marketing financiero. Es un espejismo de corto plazo que no puede transformarse en horizonte. 

Lo que hoy se presenta como disciplina fiscal y orden monetario es, en realidad, una pausa artificial que le da la espalda al trabajo, la producción y la soberanía económica. No hay estabilización posible sin dólares genuinos, ni dólares genuinos sin un modelo que genere confianza en quienes producen, exportan y emplean. El Gobierno eligió el atajo del dólar barato, pero el camino que viene exige realismo, planificación y, sobre todo, una mirada puesta en el largo plazo. Porque ningún país puede crecer con una moneda subsidiada por su propia destrucción.

 

Tufo de pelea con los bancos

El modelo de dólar barato tiene fecha de vencimiento. No porque lo diga el manual, sino porque el stock es finito. Y cuando se agotan los dólares del Banco Central, lo que sigue no es solo una devaluación: es una guerra fría entre el Gobierno y el sistema financiero, donde cada actor cuida su quintita.

Cuando el Central no tiene divisas para sostener el tipo de cambio, empieza a recortar lo que sí puede controlar: acceso a importaciones, pagos al exterior, transferencias en moneda dura. Pero más temprano que tarde, esa tensión se traslada a los bancos. ¿Por qué? Porque son los bancos los que operan los dólares de los ahorristas, los que venden bonos en el contado con liqui, los que manejan los flujos financieros que el mercado necesita para seguir funcionando.

Y ahí empieza la fricción. Los bancos quieren previsibilidad, y Milei no la ofrece. Quiere que liquiden bonos, que financien la transición, pero no les garantiza condiciones claras. En un contexto donde los depósitos en dólares no se expanden, donde el riesgo país no baja y donde las tasas reales son negativas, el negocio bancario se achica. Y nadie quiere poner el cuerpo si no sabe quién paga los platos rotos.

Además, los bancos están incómodos con la forma en que el Gobierno interviene en el mercado de futuros. La jugada de los últimos días para contener la suba de los dólares financieros fue interpretada como una señal de debilidad: intervenir sin dólares es como echar nafta al fuego. Y los traders lo saben.

El cortocircuito con el sistema financiero no es menor. Si los bancos dejan de acompañar, el programa pierde capacidad de maniobra. Sin confianza en el sistema financiero, ni el carry trade sirve. Y si los bancos huelen que el Central está al límite, ajustan su exposición, cuidan liquidez y dejan de prestarle al Tesoro.

El resultado: menos crédito, más fuga, menos inversión. Un circuito vicioso que se acelera cuanto más tiempo se prolonga el espejismo. Porque cuando no hay dólares, lo que empieza a escasear también es la paciencia.

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