Milei pierde imagen y gana bronca: crece el voto castigo

La figura de Javier Milei se desgasta al ritmo de su propio personaje. La economía ajusta, pero no convence. Y el rechazo ya no es ruido: es estrategia emocional y política de un electorado que se hartó del show sin gestión. Fuerte caída de su imagen.

Política 22/07/2025
NOTA

Caída de imagen y rechazo creciente

 

Si en 2023 Javier Milei fue el emergente de una bronca social transversal, en 2025 corre el riesgo de convertirse en el blanco preferido de esa misma furia. El que vino a encarnar la ruptura con la casta hoy se ve envuelto en un laberinto de vetos, crueldades de Excel y chicanas que ya no hacen reír. El Presidente libertario, disruptivo por naturaleza, parece estar quemando en tiempo récord ese capital simbólico que lo depositó en el sillón de Rivadavia. No es que cambió la política: es que la política lo está devorando a él.

Según los últimos relevamientos de opinión, el 56,8% de los argentinos desaprueba su gestión. La cifra no sorprende, pero sí alarma a quienes todavía confiaban en el aguante emocional del mileísmo duro. El problema no es sólo de números: es de clima social. Más del 52% dice que va a votar para castigarlo. No es disidencia. Es hastío. El grito original de “¡que se vayan todos!” mutó en algo más sofisticado: “no nos gusta ninguno, pero menos este”. Los datos surgen de dos encuestadora prolíficas: Zubán Córdoba y Analogías. 

 

El personaje se comió al Presidente

El Milei mediático que se pasea por redes, estalla contra periodistas y responde con memes parece no haber entendido que, pasado el impacto inicial, la sociedad empieza a pedir resultados. El ajuste brutal se tolera (con resignación) si hay destino, pero se vuelve intolerable cuando se mezcla con desprecio, crueldad y un relato autorreferencial. La épica del "león" que lucha contra la "casta" empieza a sonar a excusa adolescente.

No se trata sólo de imagen. Hay algo más profundo: una crisis de representación, donde el que vino a representar el hartazgo se convirtió en un síntoma más del problema. La lógica de veto, aislamiento y marketing digital puede haber servido para llegar, pero está mostrando límites graves a la hora de gobernar. Y ese límite tiene nombre: la vida real.

Las encuestas lo gritan. No sólo sube la desaprobación: crece el antimileísmo como identidad política. El 53,6% se ubica ahí. No es poco. Más que el antikirchnerismo, más que cualquier otro sentimiento negativo dominante en la política argentina de los últimos veinte años. Es el signo de los tiempos: Milei unificó lo que nadie podía. Generó un “no” masivo, transversal y con vocación electoral.

 

Economía sin anestesia, política sin aliados

El ajuste fiscal –que algunos sectores valoraban– ya no alcanza para sostener expectativas. La inflación bajó, sí, pero no la vida cotidiana. El consumo cayó, la recesión se profundiza, y los jubilados, trabajadores y sectores medios empiezan a entender que no hay final feliz para ellos en este guion. Las promesas de crecimiento, lluvia de inversiones y desregulación milagrosa no se cumplen. Y la “motosierra” que entusiasmaba en el TikTok ahora se siente en el bolsillo y en la heladera.

En paralelo, Milei se va quedando solo. El vínculo con los gobernadores está quebrado, el Congreso se convirtió en una sala de espera para sus vetos, y sus aliados ocasionales aparecen cada vez más incómodos con el traje de cómplices. No hay coalición, ni gabinete sólido, ni plan B. La política tradicional se reacomoda. No por amor propio, sino porque olfatea que el león herido es negocio.

Y entonces, empieza la otra película. El voto castigo. El electorado que antes se abstenía ahora se activa, no por esperanza sino por defensa. La defensa del Estado, de lo común, de lo que se había construido con errores, sí, pero también con esfuerzo. Lo que está en juego ya no es ideología: es supervivencia cotidiana.

Mientras Milei agita el relato épico, el país real se rompe. No hay obra pública, no hay salud pública financiada, no hay universidades protegidas. Sólo hay relatos. Y relatos no dan de comer. El problema no es que el mileísmo haya sido una estafa, sino que se convirtió en una secta sin empatía, donde el sufrimiento ajeno es motivo de celebración libertaria.

Milei prometió incendiar la política, y cumplió. El problema es que en ese incendio también ardió su legitimidad. Y aunque aún conserva una base leal, empieza a verse claro que la ola libertaria fue más espuma que marea. En un país donde las emociones políticas mutan rápido, el mileísmo pasó de moda antes de consolidarse. El antimileísmo, en cambio, ya no es reacción: es identidad, argumento, plan y revancha.

Y como en toda tragedia griega, el héroe que desafiaba a los dioses terminó desbordado por su propio personaje. El problema no es la casta. El problema es que el show ya aburre. Y cuando el show aburre, el poder se fuga. Ahora el telón no baja. Se cae. Y en la platea, ya no hay risas. Hay silencio. Y voto castigo.

 

Violencia y saturación que cansan

El personaje disruptivo que Javier Milei construyó con insultos, gritos y teatralidad digital parece estar entrando en fase terminal. Una reciente encuesta de la consultora Analogías reveló que el 73% de los argentinos rechaza sus agravios constantes, y que dos de cada tres lo consideran directamente un presidente violento. La novedad no es que insulte: es que eso ya no seduce, ni siquiera divierte.

El humor social cambió. Los empresarios lo dicen en voz baja, los votantes lo empiezan a murmurar y los aliados ya lo anotan en la libreta del 2025: no se bancan dos años más con esta forma de ejercer el poder. El Milei vociferante que supo representar la furia ahora transmite incomodidad, desgaste y una peligrosa soledad emocional desde la cima del poder.

Aunque un 51% todavía cree que “así es él” y que sus formas son auténticas, el 32% considera que su estilo es una actuación forzada, más cerca del acting que de la honestidad brutal. El problema es que el acting sin gestión se vuelve burdo. Y que el guapo de barrio que insulta a todos pero no resuelve nada, pasa de ídolo a meme. De símbolo a obstáculo.

La caída de cuatro puntos en su imagen positiva durante julio marca tendencia: el show está agotado. La inflación puede bajar, pero si la bronca sube, el rédito político se evapora. Hoy, incluso los sectores antiperonistas que acompañaron “el cambio” empiezan a descreer de este liderazgo a los gritos, donde cada crítica se convierte en “enemigo”, cada gobernador es “un traidor”, y cada periodista, un “ensobradosaurio”.

El mileísmo se enfrenta ahora a su peor enemigo: la saturación. Porque cuando hasta el maltrato se vuelve rutina, lo que se erosiona no es sólo la imagen: es la autoridad simbólica que sostiene el mando. Y sin eso, no hay motosierra que aguante.

 

 

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