Llaryora quiere todo: Córdoba, Schiaretti y el futuro

Martín Llaryora se lanza a monopolizar el cordobesismo, la marca política más rentable de la provincia, pero enfrente tiene una figura que conoce de linaje y resistencia: Natalia de la Sota.

Política 29/07/2025
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Rosca cordobesa y pulseada federal

 

Mientras el gobernador se alinea tácticamente con Milei por fondos, la hija del histórico exgobernador apuesta a un peronismo autónomo, incómodo para todos.


Y Llaryora lo entendió rápido. El gobernador “criticodialoguista” sabe que la firma “cordobesismo” es la marca política más valiosa al sur del norte, y la quiere en exclusiva. Pero como todo sello de poder, no se hereda sin costo. Lo que fue de Schiaretti (y antes de De la Sota padre), ahora está en disputa entre un Llaryora que gobierna, un Schiaretti que todavía mide y una Natalia que no quiere ser furgón de cola ni de Milei, ni de nadie.

El último movimiento lo dejó claro: con la excusa del fallo judicial que obligó a Nación a saldar parte de la deuda previsional, Llaryora metió un aumento jubilatorio que lo sube al podio de los “mejores sueldos mínimos del país”. Todo eso, claro, con plata de la Nación. Traducido al castellano de la rosca: le cobró a Milei y después usó esa caja para blindarse políticamente. Pero lo vendió como si hubiera puesto de su bolsillo.

Mientras tanto, en otro despacho, Natalia de la Sota aprieta los dientes. No sólo le bajaron la candidatura en nombre de la “unidad cordobesa”, sino que ahora la empujan a correrse sin chistar. Pero Natalia no es improvisada. Es hija de quien construyó el relato provincial que Schiaretti consolidó y que Llaryora ahora intenta capitalizar como propio. Ella sabe que con su nombre puede encabezar otra lista, más nacional, más peronista, y sobre todo: más incómoda.

Porque si hay algo que Córdoba no perdona es el ruido ideológico. La identidad cordobesa no se discute, se performa. Por eso la interna no es solo una pelea por bancas: es una batalla por la representación simbólica de esa identidad. Llaryora la quiere toda, sin grietas. Pero De la Sota amenaza con abrir otra vía que combine peronismo con disidencia, identidad cordobesa con autonomía, y —por qué no— con una proyección nacional. Algo que molesta al PJ, al schiarettismo y al mileísmo por igual.

En paralelo, la Región Centro —con Frigerio, Pullaro y el propio Llaryora— agita la bandera del “federalismo productivo”, ese que suena lindo pero necesita caja para sostenerse. Las fotos juntos muestran cordialidad, pero detrás hay otra carrera: la de posicionarse para 2027. Todos quieren llegar con un pie en el interior y otro en el tablero nacional.

Y mientras tanto, en Córdoba, cada movimiento electoral de octubre es un ensayo general. ¿Quién se queda con la jefatura simbólica del peronismo mediterráneo? ¿Quién contiene al massismo cordobés sin que explote? ¿Quién le pone límites al avance libertario sin terminar pareciendo kirchnerista? Por algo es clave: Natalia De la Sota, es peronista con identidad cordobesa pero sin perder de vista que la unidad debe ser la flecha contra Milei.

Llaryora juega a todo. A ser el gobernador con gestión, el heredero sin herencia y el federalista con chequera ajena. Natalia, en cambio, camina más sola, pero con apellido. Una flor que, si florece, puede arruinarle el jardín al oficialismo.

En Córdoba, nadie gana sin apropiarse del relato. Pero el relato no se compra: se conquista. Y mientras Llaryora lo quiere reescribir con firma propia, Natalia de la Sota amenaza con devolverle alma a un peronismo que ya no sabe si quiere ser provincia o nación. Esa tensión, lejos de apagarse, va a marcar el pulso del octubre cordobés. Porque acá, el que no molesta, no existe. Y el que se duerme, pierde la boleta.

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