
El escándalo por los 200 mil dólares de Fred Machado convirtió a José Luis Espert en un candidato tóxico.
La vicepresidenta acusó penalmente a influencers, periodistas y dirigentes libertarios cercanos a Milei. Lemoine salió como abanderada de los denunciados y pidió su renuncia. Lo que parece un escándalo tuitero es, en realidad, una ofensiva directa contra el corazón comunicacional del Presidente.
Política 06/08/2025Guerra política y fuego cruzado judicial
Si la pelea fuera solo de egos, ya habría pasado. Pero cuando una vicepresidenta acusa penalmente a la diputada más fanática del Presidente, al biógrafo personal de Milei y al medio más afín al oficialismo, la cosa huele a fractura profunda. Y a estrategia política.
Victoria Villarruel no solo se distanció: denunció en la Justicia a Lilia Lemoine, a Javier Negre (director de La Derecha Diario), al abogado libertario Nicolás Márquez, a una decena de cuentas de X (ex Twitter) y hasta a su alter ego digital, @Mialygosa. Los acusa de delitos graves: amenazas, intimidación pública, incitación a la violencia colectiva y hasta atentado contra el orden constitucional.
Desde el entorno presidencial hubo silencio. Desde Karina Milei, distancia. Desde Lilia Lemoine, fuego. “Renunciá, Victoria. No uses más tu cargo para perjudicar al Presidente. Presentate a elecciones y ganá sola si podés”, escribió la diputada, elevando la pelea a un plano personal, institucional y electoral.
La reacción de Lemoine fue inmediata, pero no aislada. Márquez redobló la apuesta y se preguntó si Villarruel está “en condiciones mentales de ejercer el cargo”. El español Javier Negre —importado para dirigir la narrativa oficialista— la acusó de usar el aparato del Senado para perseguir a los propios.
Pero el golpe que lanzó Villarruel no es caprichoso. Apuntó directo a la estructura comunicacional informal que sostiene a Milei: el ecosistema libertario digital, que mezcla trolls, influencers, medios militantes y discursos de trinchera. Lo que la vicepresidenta intenta, con su jugada judicial, es dejar registro. Marca un límite. Se desmarca. Y avisa que no va a comerse el sapo de la radicalización ni de la violencia simbólica.
A cambio, la acusan de “traidora”, de “querer quedarse con el gobierno si Milei cae”, de “soñar con ser Presidenta”. Ella responde con otra jugada: armar expediente. Los tribunales federales son, en este país, el campo donde las internas se archivan… o se activan cuando conviene.
El episodio no es menor. Muestra que Milei ya no controla del todo a su núcleo duro. Que Karina Milei no logró disciplinar a la Vice. Que Villarruel juega su juego, con autonomía y perfil propio. Y que la estructura digital libertaria puede pasar de aliada a enemiga en dos posteos.
Mientras el Presidente pierde fuerza parlamentaria, su espacio se fragmenta en duelos personales y acusaciones cruzadas. Lo que empezó como una revolución liberal termina pareciéndose a una guerra de sectas. Nadie habla de gestión. Todos se ocupan de marcar territorio, de subir el volumen, de no ceder ni una coma en la batalla simbólica.
La Vicepresidenta denunció a los suyos y nadie salió a defenderla. Pero lo más grave no es el silencio: es que la pelea por la sucesión ya empezó y el Presidente todavía no se enteró. En un gobierno que se define por las redes, ser acusado de atentar contra la democracia por tu propia compañera de fórmula no es solo un problema: es un síntoma de que el poder se está fugando.
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