El plan Milei de guerra a los bancos: inflación y depresión económica

El Banco Central llevó los encajes al nivel más alto en tres décadas y tensionó al máximo su relación con los bancos. El Gobierno sube tasas para planchar al dólar, pero el malestar financiero es enorme y la economía real se paraliza.

Política 27/08/2025
NOTA

El Banco Central volvió a ajustar el torniquete monetario y llevó los encajes al 53,5%, un nivel que no se veía desde principios de los años noventa. En ese entonces, Domingo Cavallo sostenía la convertibilidad con la lógica de la caja de hierro. Hoy, el tándem Caputo–Bausili repite la jugada con un objetivo inmediato: que no haya pesos circulando que puedan ir a engrosar la demanda de dólares.

 

La medida fue recibida con bronca en los bancos, que ven cómo su margen de rentabilidad se achica a pasos agigantados. Ya no se trata de invitarlos a financiar al Estado: es obligarlos. La nueva normativa del Central permite que una parte de esos encajes se coloque en títulos públicos, lo que en la práctica convierte a los bancos en compradores cautivos de deuda. Si no lo hacen, quedan con fondos inmovilizados a tasa cero.

 

El malestar en la city es inocultable. La comparación que circula en chats de tesoreros es la de la “banca Simons”, un modelo teórico que propone encajes del 100% y que, en la práctica, anula la capacidad de los bancos de prestar dinero. Milei, que en campaña agitaba esa idea como parte de su cruzada contra el Banco Central, ahora aplica una versión criolla: un encaje que supera la mitad de los depósitos y que funciona como mordaza financiera.

 

Los bancos sienten que son rehenes de un plan económico pensado más para llegar a las elecciones de octubre que para garantizar sustentabilidad. El dólar oficial planchado es el objetivo número uno, aunque la inflación de los bolsillos siga firme. Para eso, el Gobierno seca la plaza de pesos, sube tasas al 90% o más y juega con fuego: cada punto de tasa es un golpe más a la actividad económica y un riesgo más sobre la deuda pública en pesos.

 

Guerra con los bancos y un riesgo país en alza

 

La relación entre Milei y los bancos nunca fue cómoda. El Presidente los acusa de ser parte del “régimen casta” y los banqueros lo soportan porque no tienen alternativa. Pero la última suba de encajes tensó la cuerda al límite. Los directivos financieros advierten que no pueden seguir operando con semejante represión monetaria sin consecuencias sobre la cadena de pagos y el crédito.

El trasfondo es político. El escándalo de coimas que salpica a Karina Milei y a funcionarios del área de Discapacidad minó la credibilidad del Gobierno. 

 

Y el mercado castiga la desconfianza. El riesgo país subió casi 50% en lo que va del año, volviendo a niveles de 2023. Los bonos soberanos caen, las tasas se disparan y los bancos sienten que, además de ser usados como financistas obligados, quedan expuestos a un clima de inestabilidad creciente.

La paradoja es evidente: Milei, que se presentó como paladín anticasta, hoy depende de la paciencia de los bancos, que son la representación local del capital financiero internacional. Un capital que nunca perdona y que mide cada decisión en dólares. El “dólar quieto” es celebrado en el corto plazo, pero se paga con más deuda en pesos, más riesgo y más desconfianza.

 

El Gobierno juega a ser revolucionario con encajes récord, pero en realidad está improvisando una huida hacia adelante. Cada suba de tasas destruye la rentabilidad productiva y multiplica la deuda en pesos. Y cada día que el dólar oficial se mantiene artificialmente bajo, aumenta la tentación de dolarización en el mercado paralelo.

 

El golpe directo sobre pymes y economía real

 

La represión monetaria no se queda en la city: golpea en la economía de carne y hueso. Las pymes, que dependen del crédito para pagar salarios, comprar insumos o sostener la producción, hoy enfrentan tasas cercanas al 90% o más. Pedir un préstamo en este contexto es suicida: significa hipotecar cualquier chance de rentabilidad futura.

 

El sistema de Sociedades de Garantía Recíproca, que durante años funcionó como un salvavidas para que pequeñas y medianas empresas accedieran a crédito, también está en crisis. Con esta volatilidad de tasas, los avales se encarecieron tanto que dejaron de ser una alternativa real. Lo que queda es un panorama de morosidad incipiente, plazos de pago que se estiran y proveedores que descuentan cheques a tasas usurarias.

 

La cadena de pagos se estira como un elástico a punto de romperse. Ejemplos concretos abundan: empresas que entregan mercadería y cobran a 30 días, pero al descontar el cheque en el mercado pierden hasta un 20% del valor. Ese agujero lo cubren recortando personal, reduciendo turnos o directamente cerrando líneas de producción.

 

El Gobierno celebra que el dólar oficial no se mueve. Pero el precio es una economía en recesión, sin crédito y con riesgo de que la inflación rebote cuando la olla no aguante más presión. No hay magia: si se seca la plaza, la actividad se frena. Y si la actividad se frena, la recaudación cae, el déficit vuelve y el círculo se retroalimenta.

 

Depresión económica e inflación 

 

La historia argentina ya probó las recetas de represión monetaria. Siempre terminaron igual: con un estallido cambiario, una devaluación abrupta o una hiperinflación. El riesgo del plan Milei es inédito: combinar recesión profunda con inflación desatada. Una depresión inflacionaria que sería trágica para el tejido social y productivo.

 

La guerra con los bancos puede venderse como épica antisistema, pero no es más que un pulso desesperado para estirar los tiempos hasta octubre. Mientras tanto, el capital financiero mide, el riesgo país sube, y la economía real se asfixia.

 

Milei quiso encarnar la motosierra de la casta financiera. Hoy es rehén de la misma lógica que decía combatir: secar la plaza, subir las tasas y esperar que el dólar no se dispare. Pero la represión monetaria no dura para siempre. Y cuando la música se detenga, lo que puede quedar no es estabilidad, sino ruina.

 

La prioridad oficial es planchar el dólar, aunque el costo sea encarecer el crédito, frenar la producción y empujar el riesgo país al alza.

 

 

 

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