El cometa 3I/ATLAS pasa y “no pasa nada”, solo maravilla

El 31 de octubre, mientras muchos buscaban aliens o señales misteriosas, un cometa real y antiquísimo cruzó el cielo. No trajo apocalipsis ni conspiraciones: trajo preguntas. El 3I/ATLAS viene de otro sistema estelar, viaja a más de 200.000 kilómetros por hora y nos recuerda lo asombroso.

Cultura 05/11/2025
NOTA

La noche del 31 de octubre el cielo hizo algo que la mayoría no notó. Un cometa, nacido hace unos 10.000 millones de años, pasó cerca del Sol, saludó a la Tierra a la distancia y siguió su camino.

No cayó, no explotó, no abrió portales a otras dimensiones. Pasó. Y eso, en ciencia, a veces es lo más fascinante de todo: que algo tan antiguo y veloz simplemente exista y siga su viaje.

Se llama 3I/ATLAS, y no es un cometa común. Es apenas el tercer objeto interestelar —es decir, que viene de fuera del Sistema Solar— que logramos detectar en la historia.

Lo descubrió el telescopio chileno Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System (de ahí su nombre), y los astrónomos lo siguen como quien persigue una postal del pasado: una roca de hielo y gas que nació antes que nuestro Sol y viaja a una velocidad absurda, más de 210.000 kilómetros por hora. Cuando de la vuelta y nos muestra de nuevo su cara, lo podremos observar. Irá rumbo a Marte y nunca volverá.

 

El visitante que no se queda

Los cometas son como mensajeros de lo que fuimos: traen en su cuerpo la memoria química del lugar donde nacieron.

Este, el 3I/ATLAS, viene de otro sistema solar, tal vez de una estrella que ya ni existe. Por eso cada dato que deja —su color, su brillo, su composición— es una pista sobre cómo era la materia antes de que apareciéramos.

Lo curioso es que este cometa desobedeció todas las expectativas. Sobrevivió a su paso cerca del Sol cuando muchos creían que se desintegraría, y encima se volvió más luminoso, con una tonalidad azul que desconcertó incluso a los expertos.

“Debería verse rojo, porque es más frío que el Sol. Pero se ve azul. Y eso significa que está emitiendo luz de una forma que todavía no entendemos”, explicó el astrónomo Avi Loeb, de la Universidad de Harvard.

Algunos lo interpretaron como un misterio con sabor extraterrestre. Otros, como un regalo científico: un laboratorio que viaja gratis por el universo. “Este cometa tiene más dióxido de carbono que agua, y una proporción de níquel muy distinta a la de los cuerpos de nuestro sistema”, explicó la radioastrónoma Laura Nicole Driessen, desde la Universidad de Sídney. Traducido: es materia de otro barrio cósmico. Y eso vale más que cualquier historia de aliens babosos.

Ciencia contra la tentación del mito

Cada vez que algo inexplicable aparece en el cielo, la imaginación humana se enciende antes que el telescopio. Lo raro se llena de historias, las redes se llenan de teorías, y de pronto el cometa ya no es un objeto de estudio sino un personaje de ciencia ficción. Pero lo que los astrónomos repiten una y otra vez es más simple —y más hermoso—: no saberlo todo no significa que haya extraterrestres; significa que tenemos trabajo por hacer.

La ciencia no necesita monstruos para ser apasionante. Basta pensar que ese cometa estuvo viajando durante miles de millones de años por un espacio vacío, oscuro y helado, solo para pasar unas pocas semanas rozando nuestro Sol.

Y que desde un observatorio en la Tierra, un grupo de personas logró calcular su velocidad, su trayectoria, su edad, su química, su paso por Marte y su futuro. No hubo ovnis ni mensajes ocultos: hubo datos, observación y curiosidad humana.

El 3I/ATLAS ya se aleja. En diciembre alcanzará su punto más cercano a la Tierra —unos 270 millones de kilómetros— y luego desaparecerá hacia el fondo del universo, sin volver jamás. No vino a traernos respuestas. Vino a recordarnos preguntas: cómo nació la materia, qué hay más allá de nuestras órbitas, cuántos mundos posibles hubo antes del nuestro. No dejó rastros visibles, pero sí un recordatorio invisible: vivimos en un cosmos donde lo normal ya es un milagro.

Y en tiempos donde la ansiedad busca signos de catástrofe o invasión, este cometa silencioso nos enseña algo esencial: a veces, lo más increíble es que el universo siga su curso, sin ruido, sin drama, pero lleno de belleza.

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