No tan alineado: Milei cacarea, pero la “antena” de China sigue

El gobierno nacional intentó mostrarse alineado a Washington con un supuesto “freno” al proyecto espacial sino-argentino en San Juan. Pero en el terreno nadie recibió órdenes oficiales: todo sigue suspendido por una demora aduanera.

Actualidad07/11/2025
NOTA

Entre los gestos hacia Trump y la dependencia económica de Pekín, la Argentina vuelve a ser tablero y no jugador.

 

Primero fue un rumor. En la Casa Rosada se filtró que Javier Milei había ordenado cerrar el proyecto espacial con China en San Juan. Una señal “ideológica” para agradar al Departamento de Estado y mostrar que la Argentina volvía al eje occidental. Pero cuando las luces del prime time se apagaron y los periodistas se retiraron, la versión se desinfló. En San Juan, las autoridades desmintieron cualquier instrucción oficial. El radiotelescopio CART “Complejo Argentino-Chino de Radioastronomía” no fue clausurado, apenas está detenido por una falta de piezas: un embarque retenido en Aduana por un error tan absurdo como revelador. Entre los componentes tecnológicos habían viajado zapatillas, platos y cepillos de dientes de los técnicos chinos que iban a montar la estructura. Nada de espionaje ni conflicto diplomático, solo burocracia y mala suerte.

El proyecto, iniciado en 2016 por la Universidad Nacional de San Juan, el Conicet y la Academia China de Ciencias, es una de las obras científicas más ambiciosas de la región. China aporta la tecnología, San Juan la infraestructura y Argentina el conocimiento. Todo aprobado por Cancillería y Defensa durante el gobierno de Macri, que descartó riesgos de seguridad. Hoy el mismo esquema incomoda al libertarismo de Milei, que necesita gestos de alineamiento con Washington para sostener el salvataje financiero que Trump prometió a través de Scott Bessent, el actual secretario del Tesoro republicano.

En ese contexto, el CART terminó convertido en símbolo de la nueva tensión geopolítica: un presidente que quiere mostrar pureza ideológica mientras su economía depende del dinero del rival.

El problema de fondo no es técnico ni diplomático: es de equilibrio. Milei intenta sostener la fantasía de una ruptura con China que ni su propia balanza comercial resiste. Las importaciones del gigante asiático crecen sin freno y las plataformas chinas copan el mercado local. Mientras el Gobierno firma selfies con emisarios republicanos, en los puertos de Buenos Aires siguen entrando contenedores de Shanghái. La diplomacia de las apariencias nunca tuvo tanto volumen de carga.

Entre bueyes no hay cornadas

En el lenguaje de las potencias, la competencia no implica ruptura. Estados Unidos y China juegan una partida eterna: se disputan el mando pero comparten las ganancias. Argentina, como siempre, queda atrapada entre los dos. Milei quiso mostrar obediencia a Trump con la foto de la ruptura, pero en los hechos sigue atado a la economía china. Las cifras lo delatan: solo en 2025 las compras de productos chinos se triplicaron. Y en medio de ese boom de importaciones, el mercado interno se sostiene gracias a esos mismos bienes baratos que el Gobierno dice querer limitar.

El fundador de Mercado Libre, Marcos Galperin, rompió el silencio para reclamar barreras arancelarias contra Temu y Shein. La escena rozó el surrealismo: el paladín del libre mercado pidiendo proteccionismo para competir con China. El Gobierno celebró la sintonía, pero nadie se animó a recordar que la apertura que permitió esa invasión fue una decisión propia. Lo que Milei llama “libertad económica” terminó siendo una bomba de tiempo fabricada en Shenzhen.

China mira el espectáculo sin perder la calma. No hay comunicados ni amenazas, solo un silencio estratégico. Saben que Milei necesita renovar el swap para no fundirse, que el Banco Central se alimenta de su financiamiento y que ningún dólar norteamericano llegará sin condiciones. Por eso la embajada china no se mueve: observa, espera y toma nota. Cada gesto de Milei para Trump refuerza su dependencia de Pekín.

Detrás de las puertas cerradas de la Casa Rosada, los asesores intentan disfrazar la contradicción. Hablan de un “reposicionamiento estratégico occidental” para no admitir la realidad: Estados Unidos puede tener primus inter pares político, pero China tiene primacía económica. Y eso no se discute ni en las reuniones de Gabinete. Los que mandan el swap no necesitan levantar la voz.

El radiotelescopio de San Juan se volvió metáfora del país: imponente pero inmóvil, iniciado por una alianza científica y congelado por una alianza política. Los científicos esperan piezas; los funcionarios, señales de Washington. La diferencia es que los primeros buscan entender el universo y los segundos solo quieren seguir en órbita.

La retórica anti-China de Milei funciona en los foros internacionales, pero no en los balances del Banco Central. Los números son lapidarios: el déficit comercial con Pekín ya supera los 6.500 millones de dólares, y las inversiones chinas siguen ancladas en energía, minería y tecnología. El presidente argentino puede disfrazarse de Trump, pero cobra en yuanes. Bessent lo sabe, Xi lo entiende y los productores de soja de Estados Unidos se desesperan por volver a venderle al mercado que dijeron perder. Entre bueyes no hay cornadas: el capital global no se pelea, se reparte.

Milei no rompió con China. Solo ensayó un gesto para la foto y espera que Trump lo aplauda en el próximo encuentro. Mientras tanto, el CART permanece ahí, bajo el cielo infinito de la cordillera sanjuanina, como un monumento a la ambigüedad nacional. La obra sigue detenida, pero el negocio no. China sigue vendiendo, Estados Unidos sigue presionando y Argentina sigue comprando.

En la trama del poder global, la ideología es apenas un idioma para negociar. Los que entienden de intereses hablan en silencio, como los jugadores de póker que esperan la carta justa. Y en esa mesa, Milei apuesta todo a una mano que no le pertenece. El radiotelescopio de San Juan sigue mirando al cielo, pero la Argentina, otra vez, solo mira de reojo quién pone los dólares.

En la realpolitik global el enemigo de hoy puede ser el proveedor de mañana. Todo depende de quién pague la siguiente cuota del swap.

En la guerra fría versión 2.0 los misiles son créditos, los radares son swaps y las batallas se libran en aduanas y plataformas de e-commerce.

 

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