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Que el presidente Javier Milei es un personaje confrontativo que creció políticamente fustigando a sus adversarios ideológicos y políticos es cosa sabida. Que una vez llegado al poder como presidente de los argentinos sigue siendo igual, también es evidente.
Política 21/05/2024Por Fernando Pérez
Diplomacia de choque
Ahora bien. Excéntricos, son todos pero que crea que eso puede otorgarle dividendos políticos conduciéndose del mismo modo en su manejo de la política exterior es otro tema. Y es preocupante.
El presidente, que pasó de economista burocrático a personaje mediático merced a su verborragia, a la falta de temor al ridículo y de su proverbial capacidad para excitar los ánimos mediante arranques de rabia, creyó que no debía cambiar su conducta para llegar a la presidencia, porque ese temperamento era el que lo había catapultado a la fama.
Y la realidad le dio la razón. Una parte de la sociedad, harta y con razón de los políticos tradicionales, sublimó sus decepciones buscando un outsider que la representara de manera directa “contra los mismos de siempre”. Pocas ideas han tenido tanto éxito de cara a las demandas públicas como la de “luchar contra la casta”.
Tantos dividendos le dieron ese temperamento que sigue utilizando la confrontación permanente —al menos de manera discursiva—, polarizando entre sus convicciones y el resto, que son muchos, muy malos y sin posibilidad de persuasión posible: zurdos, socialistas, comunistas, peronistas, sindicalistas, etc. etc. etc.…
Teniendo en cuenta sus antecedentes neomísticos, con perros que le hablan, una hermana tarotista que influye demasiado en sus decisiones y una tenaz sobreideologización, tamizado todo esto por una psiquis fronteriza, decíamos, teniendo en cuenta esto, no es raro que se la pase insultando constantemente.
Tal es así que de hecho se la pasa más tiempo en juntarse con sus amigos (o los que cree tales) que en apariciones relacionadas con el trabajo para el que fue elegido. Todavía no lo hemos visto inaugurar siquiera una plaza de pueblo.
El problema es cuando esta personalidad, sin matices ni mesura alguna, se proyecta en sus relaciones con estadistas y políticos del exterior. Porque allí está en juego la defensa del interés nacional de los argentinos.
En su faceta diplomática, Milei, lo asuma o no, nos está representando a todos: a los que lo votaron y a los que no; a los que lo siguen como a los que lo detestan; a sus militantes, a los que tiene en contra y también a los apolíticos.
La conducción de la política exterior debe ser diferente del gobierno de las cuestiones domésticas. Un asunto de política interior tiene el Congreso, poderes provinciales, municipales, judiciales… Nada de eso existe en la política internacional, por lo que allí estamos librados a la sabiduría y prudencia del Jefe de Estado.
Mal favor le hace al país que el presidente se maneje con sobrecarga ideológica y ánimos encrespados en un mundo donde el realismo político es el que manda. No se puede ser un fanático en un mundo de lobos hambrientos.
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