Crisis política y tensión con las provincias

El jefe de Gabinete intenta bajar el tono del conflicto entre Milei y Villarruel y niega la guerra con los gobernadores, pero sus gestos y palabras revelan la profundidad de una crisis política que ya no puede disimularse.

Política 17/07/2025
NOTA

Francos niega la guerra, pero la confirma

 

La estrategia del negacionismo cordial tiene un límite, y Guillermo Francos lo está alcanzando. El jefe de Gabinete insiste en que no hay guerra con los gobernadores ni crisis institucional entre Javier Milei y Victoria Villarruel. Pero el solo hecho de tener que salir a aclararlo, una y otra vez, lo expone como el bombero designado para apagar un incendio que no provocó, y que ya le tomó los brazos, los tobillos y la cara. Francos habla, explica, baja el tono, pero no negocia. Porque no tiene con qué. Su función es la del emisario razonable en un gobierno que desprecia el acuerdo.

A cada paso que da, confirma sin querer lo que niega: la crisis política existe, es profunda y se agudiza. Y lo que se esconde detrás del lenguaje calmo es la impotencia. Porque la gestión Milei ha convertido el conflicto con los gobernadores en una herramienta de fidelización interna y disciplinamiento externo. Es una guerra de desgaste donde las provincias pierden recursos, pero el Presidente gana protagonismo.

 

Francos, el emisario sin herramientas

El problema no es que Francos dialogue: el problema es que sus interlocutores ya no creen que pueda ofrecer nada. Es el encargado de tender puentes, pero sin cemento, sin madera, sin un mísero clavo fiscal. Su frase más sincera fue también la más elocuente: “No tengo muchos elementos para negociar”. Es decir, no hay plata, pero tampoco hay margen político para conceder nada.

En cualquier otro esquema de poder, un jefe de Gabinete con vocación de diálogo estaría dotado de herramientas para acercar posiciones: fondos, programas, obras, algo que ofrecer. Pero Francos quedó reducido a ser el rostro amable de un gobierno que no cree en la negociación como instrumento político. En su figura, se refleja una contradicción estructural: necesita acordar con gobernadores a los que Milei humilla, recorta y desfinancia como parte de su show de pureza ideológica.

Y aun así, el jefe de Gabinete recorre los pasillos de La Rural como si nada, saluda, sonríe, y repite: “no estamos en guerra”. Pero mientras tanto, el Presidente se prepara para vetar cualquier ley que surja del Congreso y no haya sido redactada por su círculo íntimo. ¿Qué significa eso? Que no hay juego institucional posible. Que la única ley válida es la del veto. Que el sistema republicano se convirtió en un obstáculo, no en un mecanismo.

 

La interna oficialista como telón de fondo

Todo esto ocurre, además, con una grieta interna que ya no se oculta: la pelea entre Javier Milei y Victoria Villarruel dejó de ser un rumor para convertirse en un hecho político. La vice, con relaciones más fluidas con el peronismo federal y algunos sectores del Senado, quedó marcada tras la aprobación de los proyectos que el Ejecutivo promete vetar. El presidente no le perdona haberle soltado la mano. La tensión ya no es solo institucional, es personal.

Y aunque Francos intente relativizar el conflicto, lo cierto es que las señales son claras. La presidencia del Senado ya no actúa como apéndice del Ejecutivo, y la posibilidad de un bloque propio en la Cámara alta se discute en voz baja. Es decir, mientras el Presidente concentra el poder, su vice explora salidas institucionales por fuera del dogma libertario.

La intervención de figuras como Julio Cobos no hace más que reforzar esta lectura. El exvicepresidente, con experiencia en choques entre Casa Rosada y Senado, advierte que el desgaste institucional es real y que el oficialismo carece de cuadros legislativos con experiencia para manejarlo. En esa carencia también se explica el papel cada vez más solitario de Francos, cuya función es tapar fisuras con gestos, porque no puede sellarlas con acuerdos.

Guillermo Francos se ha transformado en el traductor de un gobierno que no quiere ser comprendido. Aclara lo que Milei grita, modera lo que el Presidente incendia, pone paños fríos sobre una caldera institucional que no baja la presión. Pero la política no se sostiene con gestos: se sostiene con poder, con recursos, con acuerdos. Y en esa dimensión, Francos quedó desarmado.

Negar la guerra no detiene los disparos. Y repetir que todo está bajo control no alcanza cuando los actores del sistema —gobernadores, legisladores, funcionarios— ya se mueven con autonomía. El problema no es Francos. El problema es que la lógica del veto permanente dejó al gobierno sin alianzas, sin operadores creíbles y sin margen. En ese contexto, la sonrisa de Francos ya no convence: apenas intenta sostener lo que por dentro se desmorona.

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