
Vicente López reordena su mapa político: entre la autonomía libertaria y la negociación del PRO con Milei en Provincia.
Un exasesor de Javier Milei admitió que la caída del consumo es clave para explicar la desaceleración inflacionaria. La recesión actúa como ancla, pero a costa del mercado interno. El modelo enfría los precios con la heladera vacía.
Región 16/07/2025
El relato oficial insiste en celebrar la baja de la inflación como si fuera producto exclusivo de la virtud técnica. Pero esta semana, una voz cercana al presidente Milei dejó entrever la verdad incómoda: lo que contiene los precios no es el éxito de la política, sino el fracaso del consumo. En otras palabras, no es que las cosas valen menos, es que la gente compra menos. Y las empresas, ante el desplome de ventas, simplemente ya no pueden remarcar como antes.
Fausto Spotorno, economista que formó parte del Consejo de Asesores del Presidente, reconoció que “las ventas contienen la inflación”. No fue un desliz: fue una admisión. En un contexto donde el salario promedio se derrite, las jubilaciones pierden poder adquisitivo y los niveles de actividad se retraen de forma sostenida, la inflación baja porque nadie con hambre negocia precios. Las góndolas están llenas, pero los changuitos van vacíos. Y eso tiene un límite.
La dinámica del consumo masivo, uno de los motores fundamentales de la economía argentina, está en estado crítico. El ajuste fiscal no solo licuó el gasto público, también pulverizó la capacidad de compra de millones de hogares. El freno no se nota solo en los almacenes: también cae la producción, se retrasa la inversión y se acelera el cierre de comercios.
El costo social de una inflación “controlada”
Spotorno explicó que la baja del índice no fue lineal, sino en escalones. Esa imagen resume bien el modelo actual: cada vez que la economía se contrae, los precios bajan otro tanto. Pero eso no es estabilización. Es parálisis.
El exasesor también destacó que el tipo de cambio comenzó a corregirse sin trasladarse de forma directa a los precios. Pero eso ocurre porque la demanda está tan deprimida que ni siquiera un dólar más caro logra sacudir la dinámica de precios. El mercado está tan frío que ya no reacciona con la lógica habitual.
Los sectores más afectados son los de consumo cotidiano: alimentos, indumentaria y servicios básicos, que absorben el impacto sin trasladarlo por completo. No por generosidad, sino porque no hay margen para aumentar lo que ya casi no se vende. En paralelo, parte del crédito viró hacia bienes durables como motos o electrodomésticos, pero esa minoría no compensa la caída estructural del conjunto.
El límite del ajuste
Si los precios bajan pero el consumo colapsa, no hay victoria, hay deterioro. Argentina no resolvió su problema inflacionario, solo lo trasladó al desempleo, la pobreza y el achique productivo. La “estabilidad” se sostiene sobre una estructura frágil que no genera crecimiento ni mejora del poder adquisitivo. Es un equilibrio en el abismo.
El riesgo es que el Gobierno confunda esta coyuntura con una confirmación del rumbo. Incluso entre quienes defendían el ajuste comienza a reconocerse lo evidente: el modelo de Milei baja la inflación con recesión, no con reformas virtuosas. Y eso, tarde o temprano, cobra su factura política y social.
La pregunta que queda abierta es si la economía puede sostener esta lógica sin estallar por otro lado. Porque contener precios con hambre no es una solución: es un espejismo. Y los espejismos, en política económica, duran lo que dura la paciencia social.
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