Bullrich lo llamó abusador, Cúneo le ofreció la Justicia

Mientras la ministra de Seguridad se jacta de haberle cerrado la puerta a Tim Ballard por sus múltiples denuncias de abuso sexual, el ministro de Justicia de Milei le prometía jueces, medios, leyes a medida… y una alfombra roja a su medida. La crisis se agrava y ya no alcanza con mirar para otro lado.

Política 30/07/2025
nota

Más que escándalo, un prostíbulo institucional

 

El escándalo de Mariano Cúneo Libarona ya dejó de ser un video incómodo y pasó a ser un síntoma estructural del mileísmo: un gobierno donde los principios se negocian por delivery y la ética es un trámite que se terceriza. A la grabación donde el ministro de Justicia ofrecía sus influencias a Tim Ballard —exagente norteamericano acusado de abuso sexual y autoproclamado cazador de pedófilos—, se le sumó ahora un archivo revelador: Patricia Bullrich lo había señalado como un “abusador con 23 causas” y dijo que ella misma le impidió reunirse con el Presidente.

Sí, leíste bien. Mientras la ministra de Seguridad ponía cara de orden y rechazo, su par de Justicia le prometía reuniones con jueces, prensa amiga y una ley penal escrita un fin de semana inspirado por Sonido de Libertad, la película que vendió a Ballard como un héroe mientras acumulaba denuncias por abuso sexual en la vida real.

En otras palabras: mientras una parte del gabinete le cerraba la puerta al escándalo, la otra le ofrecía las llaves del Estado.

 

¿Gobierno moralista o casa tomada?

Lo que más indigna no es solo la conexión con un personaje tan turbio como Ballard, sino la impudicia con la que se hace. Cúneo no solo lo recibe, no solo le ofrece contactos: le promete una ley escrita por él mismo para beneficio del visitante. Dice, textual: “La semana que viene te voy a mandar, para que tu abogada vea, las figuras penales y delitos que yo creé el fin de semana siguiente al ver tu película.”

El mensaje es brutal: la legislación argentina, al parecer, puede redactarse en jogging viendo Netflix, y después ajustarse a los deseos de un extranjero acusado de abuso. Para colmo, adorna el encuentro con un comentario sobre las “chilenas bonitas” en tiempos de toque de queda, como si estuviéramos en una reunión de varones en el tercer tiempo del rugby, y no en una supuesta conversación oficial con impacto institucional.

El poder judicial como mesa de tragos, el Congreso como pelotero ideológico, y el ministro como anfitrión de una orgía de impunidad. Todo filmado, todo dicho con liviandad, y todo bancado por un presidente que todavía no abrió la boca.

 

Bullrich sabía, pero calló. ¿Hasta ahora?

El archivo donde Bullrich reconoce que Ballard tiene más de 20 denuncias por abuso sexual y fue expulsado de todas las organizaciones contra la trata, expone algo más profundo que un desacuerdo interno. Muestra que el Gobierno ya sabía quién era Ballard. Lo tenían fichado. Lo consideraban un riesgo. Y sin embargo, alguien lo recibió.

Ese “alguien” fue el ministro de Justicia, nada menos. No un ignoto funcionario de tercera. El que debe garantizar la legalidad, la imparcialidad y el cuidado de la institucionalidad argentina.

El mismo que le prometió medios, jueces, diputados y hasta una legislación hecha a mano para el invitado. Como si el país fuera un prostíbulo legal y él, el regente que cobra por hora en moneda moral.

Milei llegó al poder con la promesa de exterminar la casta. Hoy tiene a un ministro que se comporta como si la casta fuera su club de fidelización. Las escenas son tan obscenas como simbólicas: un espía acusado de abuso, una escort, un ministro sonriente y un presidente en silencio. Todo en un mismo plano, todo en un mismo gobierno.

Mientras Bullrich intenta despegarse con cara de “yo te avisé”, Cúneo Libarona sigue en su despacho, como si el video no fuera suficiente para echar a cualquiera. Pero claro: en esta gestión, la vara de la decencia está tan enterrada como la república.

Y si esto no es tráfico de influencias, si esto no es corrupción explícita, entonces el mileísmo no solo mintió: nos vendió la libertad envuelta en un prontuario.

 

 

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