Interna peronista y falta de conducción

Con Javier Milei consolidado y el peronismo enredado en disputas intestinas, la interna entre Grabois, Massa y el sector de Kicillof evidencia una verdad incómoda: nadie conduce.

Política 30/07/2025
NOTA

¿Quién conduce la comparsa peronista?

 

En una elección nacional clave, el movimiento que nació para organizar la esperanza se debate entre egos, roscas y amenazas sin plan. Y Cristina, otra vez, en modo oráculo.

El peronismo está en modo asamblea: grita, discute, se interrumpe, pero no decide. A días del cierre definitivo de alianzas y listas, los sectores que deberían estar construyendo unidad estratégica están más preocupados por marcar territorio que por disputar poder real. Grabois juega al antisistema desde adentro, Massa contesta con sus perros guardianes de Twitter, y Kicillof —el gobernador más consolidado del país— prefiere mandar señales vía Katopodis en lugar de asumir el conflicto de frente.

Mientras tanto, Cristina Kirchner está callada. Y cuando Cristina calla, todos hablan de más.

La escena es absurda: el país vive una crisis social de magnitud, Milei crece sin techo, y el peronismo bonaerense —que debería liderar una estrategia federal— sigue discutiendo nombres de fantasía, lugares en las listas y traumas del pasado reciente. En los hechos, no hay conducción. Y el peronismo, sin conducción, no es más que un rejunte emocional con nostalgia de poder.

El acting de Grabois y el silencio que habilita

Juan Grabois dice que va a ser candidato “sí o sí”. Que Massa no lo representa. Que mide más que él. Que los genios de la política no lo quieren dejar pasar. Que puede ir con lista propia. Que tiene encuestas. Que tiene mística. Que tiene razón.

Pero Grabois no tiene estructura, ni intendentes, ni fiscales, ni recursos. Tiene visibilidad. Tiene narrativa. Y tiene el misterio de San José 1111: esa reunión solitaria con Cristina Kirchner en su departamento, una semana antes del cierre, fue la mecha que encendió todas las suspicacias. ¿Lo mandó ella? ¿Se le escapó? ¿Es el ariete para marcarle la cancha a Massa?

En un movimiento sin liderazgo visible, toda jugada se vuelve sospechosa. El silencio de Cristina no es prudencia: es ruido blanco. Porque mientras ella calla, Grabois amenaza, Massa responde, Kicillof esquiva, y los gobernadores dudan de subirse a una marca electoral sin garantías.

Massa no es amor, es pragmatismo

El exministro de Economía no despierta ternura, pero sí genera miedo entre los propios. Su gente —empezando por Sebastián Galmarini— sale a bajarle el precio a Grabois con munición gruesa: “nunca ganaste ni una sociedad de fomento”, “tus votantes terminaron eligiendo a Milei”, “sos funcional a la derrota”. Es violento, sí. Pero es realpolitik. Y el peronismo, guste o no, es eso: territorio, resultados y pragmatismo.

Massa sabe que, sin Cristina de candidata, él ocupa ese lugar borroso del “mal menor competitivo”. Y el massismo no está dispuesto a regalarle ni una boleta más a quien los erosiona desde el micrófono.

Pero eso no significa que Massa lidere. Significa que defiende su lugar en el desorden generalizado, como un sobreviviente que aprendió a oler sangre en la política como otros huelen pan.

Kicillof en pausa, esperando que se maten solos

El gobernador de Buenos Aires tiene todo para ser el ordenador de este proceso: gestión fuerte, base territorial, buen posicionamiento público. Pero no baja al barro de la interna, como si temiera mancharse. Manda a Katopodis como vocero diplomático y se mantiene en una línea discursiva de “unidad” que, en este contexto, suena a autoayuda.

La pregunta es cuánto más puede sostener esa ambigüedad. Porque en algún momento, Kicillof también va a tener que elegir entre Grabois y Massa. Y no por convicción, sino por necesidad. Porque si no ordena él, el sistema se desangra por los bordes.

El sello, las provincias y el miedo al papelón

“Fuerza Patria” fue el nombre consensuado a último momento para juntar los pedazos. Pero ni eso está asegurado. En las provincias, los gobernadores dudan. Catamarca, La Pampa, Santiago, Formosa, La Rioja… todos preguntan si vale la pena subirse al quilombo bonaerense. No quieren repetir el papelón de las legislativas, donde muchos terminaron compitiendo por separado para salvar los trapos.

Y si las provincias empiezan a bajarse del sello común, lo que viene no es solo derrota: es implosión. Porque no hay “voto peronista” sin boleta peronista. Y no hay boleta que aguante si cada sector arma su propio kiosco sin habilitar caja central.

El peronismo siempre fue vertical. El que no entienda eso, no entiende nada. El que juega a la horizontalidad, se queda sin electorado. Hoy el pueblo necesita respuestas, no egos.

Necesita conducción, no roscas. Necesita síntesis, no gritos. Y si el peronismo sigue priorizando el microclima por sobre el país real, la motosierra de Milei no va a necesitar afilarse mucho más.

Porque los sectores populares —los que están sufriendo el ajuste, la inflación, la precarización— no están mirando qué hashtag gana, están mirando quién los cuida, quién les propone futuro, quién baja al barro con decisión y no con slogans reciclados. La pregunta ya no es quién tiene razón. La pregunta es: ¿quién tiene el poder y el coraje para poner orden? Porque si nadie lo hace, el peronismo no solo va a perder esta elección. Va a perder el alma. Y si eso pasa, el pueblo no perdona.

 

 

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