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Andreotti e Ishii encarnan dos modelos opuestos de liderazgo: uno basado en la cercanía y la gestión, el otro en el control territorial.
Política 12/08/2025En la provincia de Buenos Aires, el peronismo está atravesando un momento de redefinición que, más allá de las elecciones, pone en discusión su propia estructura de poder. En esa tensión, se contraponen dos estilos bien marcados: el del barón del conurbano, con control vertical del territorio y redes políticas asentadas en décadas de liderazgo, y el de los intendentes que apuestan a un modelo más horizontal, anclado en la gestión y la cercanía con el vecino.
Luis Andreotti, ex intendente de San Fernando, representa esa segunda vertiente. Su gestión, reconocida por altos niveles de aceptación, se caracterizó por un fuerte enfoque en lo local: obras visibles, mejora de servicios y una administración con escucha más activa. No necesitó proyectarse más allá de su distrito para consolidar poder. Eso es lo interesante, se asienta sobre lo local. Su figura es un caso testigo de que el capital político no siempre requiere de una estructura vertical y cerrada.
Del otro lado, Mario Ishii en José C. Paz encarna el arquetipo del barón del conurbano. Del viejo estilo de Ballestrini en La Matanza, o de Hugo Curto en Tres de Febrero, cuando Valenzuela se desempeñaba como periodista. El estilo de conducción es personalista, con una importante capacidad de sostener un electorado leal. La presencia de Ishii en la lista de senadores provinciales como candidatura testimonial muestra una forma de hacer política que prioriza el control del territorio, por sobre la gestión como herramienta de legitimidad. En su distrito, el voto no se construye solo con obras, sino con una trama de favores, lealtades y un liderazgo prácticamente incuestionable.
El contraste no es sólo estético. Responde a una transformación cultural en parte del electorado. Los municipios con fuerte identidad local y población más conectada a las redes sociales tienden a premiar a los intendentes que rinden cuentas, muestran resultados y hablan el lenguaje de la cercanía. Andreotti, junto con dirigentes como Leonardo Nardini en Malvinas Argentinas, Fernando Gray en Esteban Echeverría apuntan a un peronismo municipalista que busca legitimidad en la gestión más que en la rosca.
Sin embargo, la vieja guardia no se retira sin dar pelea. Ishii, Gustavo Menéndez en Merlo, y en menor medida otros históricos como Alejandro Granados en Ezeiza, mantienen la lógica de concentración del poder en torno a la figura del intendente y su círculo más estrecho. Son liderazgos que, aunque resistidos por sectores del electorado, siguen siendo determinantes en cualquier armado provincial.
Es más, para cualquiera que tenga aspiraciones de conducir el peronismo bonaerense es fundamental contar con ellos, por lo que su poder de negociación, sumado al “aparato” en cada comicio electoral, los vuelve fundamentales.
El dilema para el peronismo bonaerense es si la transición hacia liderazgos más horizontales será el resultado de un recambio natural o de otro tipo. En un contexto donde la fragmentación política y el voto volátil obligan a competir en un terreno cada vez más parejo, aparece de fondo una pelea grande: la gobernación bonaerense en 2027. Hoy no parecemos tener en claro quienes pueden ser potenciales gobernadores, y que representan dentro del peronismo bonaerense.
En los próximos años, la supervivencia política no dependerá solo de la capacidad de controlar el aparato electoral, sino de adaptarse a un electorado que cada vez demanda más transparencia, cercanía y resultados concretos. Andreotti e Ishii no solo representan dos estilos de intendencia: marcan dos futuros posibles para el peronismo.
Si el modelo de los caudillos del conurbano pierde peso, el peronismo bonaerense podría vivir una etapa de descentralización inédita: intendentes con autonomía real, gestiones más transparentes y una lógica electoral menos dependiente de la rosca provincial. Esto abriría espacio para liderazgos nuevos y para una competencia más abierta dentro del propio oficialismo, obligando a los dirigentes a construir legitimidad en base a resultados y no solo a estructuras.
Pero si el modelo de barones logra reinventarse —incorporando discursos renovadores, presencia digital y cierta apertura sin ceder el control centralizado—, podrían conservar poder durante otra generación, amalgamando lo mejor de la gestión con la fortaleza de las redes territoriales. El riesgo es que el electorado más exigente termine migrando a opciones por fuera del peronismo, acelerando un recambio que no siempre será favorable para quienes no sepan leer el clima de época.
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