
Mientras José Luis Espert se diluye entre escándalos y ausencias, Diego Santilli empieza a ponerle el cuerpo a la campaña en la Provincia. Los amarillos repintados de violeta ocupan el vacío que dejan las internas de Karina Milei y Santiago Caputo.
Mientras el peronismo bonaerense arma unidad contra Milei en septiembre, Máximo Kirchner, líder de La Cámpora convoca a internas partidarias para diciembre, midiendo fuerzas con el sector de Axel Kicillof. Pero el verdadero comodín son los intendentes, hartos de la "dedocracia" camporista y más alineados con quien les resuelve problemas de la gestión cotidiana.
Política 14/08/2025Los peronistas votarán nueva “post elecciones”
En el laberinto del peronismo bonaerense, donde los intereses se entretejen como cables pelados listos para un cortocircuito, Máximo Kirchner acaba de prender la mecha. Como presidente del PJ provincial, cuyo mandato se le vence en diciembre, el hijo de Cristina está por convocar formalmente a elecciones internas.
No es un gesto de buena onda: es una jugada calculada para dirimir en el barro las tensiones que explotaron en el cierre de listas para septiembre. Y aunque la fachada de unidad contra Milei se mantiene para las urnas del 7, el verdadero ring se arma para después, con Axel Kicillof y su Movimiento Derecho al Futuro como rivales directos. Pero los intendentes –los del territorio y el barrio– podrían inclinar la balanza, y no precisamente hacia La Cámpora.
La movida de Máximo llega en un momento donde el peronismo huele a pólvora. Sin PASO que ordene los pollitos, las listas para las provinciales se armaron a los codazos, dejando heridos por todos lados.
En el PJ, cristinistas y axelistas conviven en un equilibrio precario, casi mitad y mitad. Verónica Magario, vicegobernadora y vice del partido, juega de puente con Kicillof, mientras figuras como Walter Correa, Gabriel Katopodis o Jorge Ferraresi mascullan por lo bajo contra los movimientos de Kirchner hijo. "Acá se disputa poder, y Máximo no le esquiva", susurra una fuente cercana, con esa ironía de quien sabe que, en política, el verticalismo es un lujo que se gana a trompadas.
El fantasma de las internas
Lo que Máximo propone no es un cafecito de reconciliación. Si no hay consenso –y las chances son bajas, dada la rosca traumática de las listas–, las internas podrían caer en noviembre o diciembre, con los resultados de septiembre y octubre ya sobre la mesa. Para La Cámpora, es una chance de recuperar terreno: "Fuimos a PASO en Lanús, Quilmes, Hurlingham y las ganamos", se jacta un camporista, recordando cómo le doblaron el brazo a intendentes macristas. Pero del otro lado, el sector de Kicillof ve en esto un riesgo: podrían perder el control del PJ si los axelistas se imponen. Y Axel, en una entrevista radial antes del cierre lo había dejado claro sin decirlo del todo: "No hay veto para nadie, pero tenemos que ponernos de acuerdo entre todos". Traducción: Máximo puede candidatearse para diputado en octubre, pero la boleta única contra Milei es sagrada, y las diferencias internas se saldan después.
Ahí entra el factor X: los intendentes. Fernando Gray, de Esteban Echeverría, es el pionero en esta rebelión sorda. Hace más de dos años que enfrenta a La Cámpora, denunciando su "dedocracia" y exigiendo internas reales para legitimar la conducción. Gray no es un traidor: peronista de ley, reivindica a Néstor y a Cristina hasta el quiebre con los pibes de Máximo en 2013.
Enemigo acérrimo de Milei desde el minuto cero, no se hace el distraído con los problemas del barrio: alquileres por las nubes, ingresos que no alcanzan, fondos nacionales que brillan por su ausencia. "Esto es un simulacro vacío de contenido", disparó meses atrás, apuntando al reparto de cargos como prioridad por sobre los problemas reales.
Y aunque Gray se quedó en Fuerza Patria tras amagar con irse –gracias a charlas con jefes comunales de zona sur y norte de peso territorial–, su postura filtra lo que muchos intendentes piensan en voz baja: están hartos de que La Cámpora les dicte desde arriba. Muchos de ellos, se sienten más cerca de Kicillof, que les resuelve con políticas y plata local lo que Nación les niega. Gobernar es hacer obras y músculo cotidiano.
Los intendentes, el comodín que nadie ve venir
En esta rosca, los intendentes son los reyes del mazo. No gritan en público, pero su peso territorial es brutal. Gray lo dice sin vueltas: el peronismo perdió conexión con las bases porque prioriza la foto de unidad sobre un proyecto con patas. Y en el conurbano, donde Milei aunque ya no pisa tan fuerte con su predica antisistema pero los asfixia, los jefes comunales saben que sin fondos ni respuestas concretas, las estampitas de Cristina no pagan las cuentas.
Kicillof lo entiende: "Conseguimos una sola boleta, mientras ellos van divididos", presume, refiriéndose al PRO teñido de violeta y los radicales en desbandada. Pero Máximo, con su herencia kirchnerista, apuesta a que una interna ordene el espacio, pensando en el día después de las urnas.
Al final, esta convocatoria de Máximo no es solo sobre renovar autoridades: es un test de lealtades en un peronismo que cojea, donde los intereses chocan como autos en hora pico. Kicillof quiere frenar a Milei con unidad táctica; Máximo, medir fuerzas para no perder el timón. Y los intendentes podrían ser los que definan si el PJ se renueva o se rompe. Porque en política, como en la vida, el poder no se hereda: se conquista. Y en este ring bonaerense, el barro ya está listo para la pelea. Finalmente, la confrontación es la esencia de la política.
El sectarismo que enferma al peronismo
La interna del PJ bonaerense es un campo minado donde La Cámpora y Axel Kicillof chocan, pero no por diferencias ideológicas profundas, sino por un sectarismo que Perón, en Conducción Política, tildó de "muerte de toda conducción". La Cámpora, con Máximo Kirchner al frente, se aferra a un verticalismo nostálgico, más preocupado por repartir cargos que por conectar con un conurbano que sangra por el ajuste de Milei. Su sobreideologización, esa fiebre por la pureza kirchnerista, los aleja de los problemas reales: alquileres que asfixian, changas que no alcanzan, barrios donde la esperanza es un lujo. En su cruzada por marcar territorio, pintan un "leales y traidores" que no solo es innecesario, sino suicida, dividiendo un peronismo que necesita unidad para no ser devorado por el discurso antisistema de LLA.
Axel Kicillof, mientras tanto, no es el héroe que algunos quieren ver. Como único peronista con poder real en la Provincia –el que firma los fondos que mantienen a flote a los municipios–, demoró demasiado en reclamar la conducción que ejerce de hecho. Su tibieza para tomar las riendas del PJ, dejando que Máximo juegue al sheriff, ha alimentado un vacío que La Cámpora llena con sectarismo. Kicillof resuelve en el territorio, pero su indefinición política le pasa factura: no se puede liderar solo con cheques si no hay un proyecto claro que ordene la rosca.
En el medio, los intendentes, que no mean agua bendita, pero son la primera línea en el barro. Pelean con la realidad de cloacas desbordadas y vecinos que no llegan a fin de mes, mientras La Cámpora los mira desde la torre de marfil y Axel transfiere fondos pero no los pone bajo su orden.
Hartos de la "dedocracia", piden internas legítimas, no simulacros. Este juego de lealtades forzadas, que Perón ya advirtió como veneno, no resuelve los problemas del conurbano ni frena a Milei. Si el peronismo no baja del pedestal ideológico y Kicillof sigue en la duda, el sectarismo los enterrará a todos en el mismo barro que dicen defender. Por ahora, busca fuerza en las elecciones de septiembre. Aunque confesó un intendente, “ya nos debería haber encuadrado”.
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