Inundaciones y el plan maestro que no llega

Las lluvias históricas dejaron anegadas más de 711 mil hectáreas en Bolívar, Carlos Casares, 9 de Julio y otros distritos. Sin obras hídricas estratégicas, peligra la próxima campaña de trigo, maíz y soja. Productores reclaman un plan regional que atienda las particularidades de cada zona.

Región 17/08/2025
NOTA 2

Crisis en el centro oeste provincial

 

En el oeste de la provincia de Buenos Aires, el agua ya no es un aliado: es un enemigo que arrasa. Tras semanas de lluvias que superaron todos los promedios históricos, más de 711 mil hectáreas quedaron bajo el agua o anegadas en el centro-oeste bonaerense. Los partidos de Bolívar, Carlos Casares y 9 de Julio concentran casi la mitad de esa superficie, con caminos intransitables y lotes enteros de maíz y soja perdidos.

 

Los datos satelitales confirmaron lo que los productores venían denunciando: no se pudo sembrar buena parte del trigo y la próxima campaña de maíz y soja está en riesgo. El problema no es solo la lluvia: es la falta de mantenimiento de canales y alcantarillas, y la parálisis de obras estratégicas que duermen en la carpeta de Nación.

 

Producción y vida cotidiana en jaque

 

El agua no afecta únicamente a la agricultura. La ganadería y la lechería también sufren: tambos que deben tirar leche porque los camiones no entran, pariciones en el barro que ponen en riesgo al ganado, haciendas que deben trasladarse a las apuradas con un costo enorme. Los caminos rurales, abandonados, impiden la llegada de insumos y la salida de la producción.

“De tres accesos al campo, solo uno está transitable y solo con camioneta doble tracción”, relata un productor de Hipólito Yrigoyen. “Pagamos la tasa vial todos los meses y recibimos abandono”. La bronca se combina con el cansancio físico: trabajar en el agua es también una carga para peones y familias rurales, que ven cómo el barro les arruina la rutina y la salud.

 

Un mapa desigual

 

La magnitud de la emergencia muestra también la diversidad de realidades. En algunas localidades, la infraestructura de desagüe logra drenar más rápido; en otras, el agua solo se irá por evaporación, recién en noviembre. Productores denuncian además el efecto de canales clandestinos que derivan agua desde zonas altas, como Córdoba, hacia campos bonaerenses.

 

La foto es clara: sin un plan integral que considere las características de cada cuenca, las obras aisladas solo trasladan el problema de un distrito a otro. La cuenca del río Salado es el ejemplo más evidente: sus proyectos llevan décadas de retraso y sin esa obra troncal, cada lluvia extraordinaria se convierte en catástrofe.

 

El costo social del agua

 

Más allá de los números productivos, la emergencia hídrica es también un drama humano. Pequeños productores que pierden la campaña completa y deben endeudarse para sostenerse, trabajadores rurales que ven peligrar su empleo, familias que quedan aisladas por caminos intransitables. El agua, cuando no se controla, no solo arruina cosechas: rompe la vida cotidiana de las comunidades.

 

Las inundaciones en el centro-oeste bonaerense no son un fenómeno nuevo. Lo novedoso es la intensidad, la frecuencia y la falta de respuestas estructurales. Productores, municipios y entidades rurales coinciden en un reclamo: se necesita un plan maestro regionalizado, que entienda que no es lo mismo Bolívar que 9 de Julio, ni Saladillo que Pehuajó. Cada cuenca requiere obras adaptadas, control de canales ilegales y un Estado que no solo reaccione con parches.

 

El agua seguirá cayendo. La pregunta es si la Provincia y la Nación seguirán apostando a la resignación o si alguna vez asumirán que cada hectárea perdida es también un empleo menos, un ingreso que se evapora y una comunidad que queda a la deriva. Porque el campo bonaerense no pide milagros: pide planificación y la mayoría no son terratenientes, son arrendatarios que tiene que pagar igual por un campo que no es de ellos. 

 

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