PYMES ahogadas: tasas altas, importación barata y quiebras

El Gobierno eligió sostener el dólar con un apretón monetario sin precedentes: tasas que duplican la inflación, encajes récord y ventas de reservas. El costo lo paga la economía real: pymes sin crédito, consumo desplomado y advertencias de que el “martillazo final” puede llegar antes de las elecciones.

Actualidad03/09/2025
NOTA

Crisis industrial y suba de tasas

 

La política económica argentina se ha convertido en un pulso de relojes: el del Gobierno, que promete llegar a octubre con el dólar planchado, y el del sector productivo, que no sabe si sobrevive una semana más. 

 

Para contener la fuga de divisas y calmar el tipo de cambio, el Banco Central y el Tesoro armaron un cóctel explosivo: tasas de interés de entre 75% y 100% anual, encajes en niveles no vistos en tres décadas y ventas directas de dólares en el mercado. En los papeles, el plan es ganar tiempo; en la realidad, el costo lo absorben las pequeñas y medianas empresas, las mismas que sostienen más del 60% del empleo privado.

 

El diagnóstico de los empresarios es unánime: sin crédito no hay producción. El textil Marco Meloni lo definió con brutalidad: estas tasas son el “martillazo final” para las pymes manufactureras. 

 

Con inflación en torno al 35%, pensar en financiar capital de trabajo al 85% es directamente un delirio. Nadie tiene márgenes del 50% para bancar semejante costo, mientras competidores externos acceden a tasas diez veces menores. La paradoja es cruel: las fábricas locales se ahogan mientras las importaciones llegan a precio de ganga gracias a un dólar subsidiado.

 

Tasas imposibles

 

El encadenamiento de medidas monetarias secó todos los canales de financiamiento. Comercios que hasta hace poco ofrecían cuotas dejaron de hacerlo. Empresas que descontaban cheques ya no tienen cómo cubrir la cadena de pagos. El presidente del Banco Provincia, Juan Cuattromo, lo admitió: “el Gobierno secó todos los circuitos de financiamiento”. 

 

Lo que en la city se festeja como ortodoxia, en la economía real se traduce en suspensiones, caída de turnos y reducción de personal.

 

El presidente de la Confederación General Empresaria, Marcelo Fernández, advirtió que la combinación de tasas altísimas y caída del consumo ya se refleja en la capacidad instalada: apenas se usa la mitad de la maquinaria industrial. Cada punto extra de tasa se traslada al precio final y se suma a la lista de trabas para la producción nacional.

 

Octubre queda lejos

La economía electoral del mileísmo se sostiene en una premisa: aguantar hasta los comicios, vender los dólares que queden y, después, recomponer. Pero para los empresarios, octubre es un horizonte demasiado lejano. La advertencia se repite como un mantra: “no llegamos”. 

 

Quiebras y despidos ya aparecen como escenario inminente, no como hipótesis de manual.

 

El dilema es político: contener el dólar al costo que sea permite a Milei mostrar estabilidad en campaña. Pero el costo lo paga el tejido productivo, que se deshilacha en silencio. Las pymes no marchan en la city ni hacen lobby en Washington, pero son las que dan trabajo en los barrios, sostienen proveedores locales y dinamizan economías regionales. Cuando se corta esa cadena, lo que se pierde no son balances: son empleos y consumo.

 

El realismo político es implacable: la apuesta a un dólar barato y a tasas de usura puede dar rédito electoral, pero destroza la base productiva que sostiene cualquier modelo de país. El Gobierno eligió demonizar al gasto y rendirse ante la lógica financiera, olvidando que la economía real no espera.

 

En la cuenta regresiva hacia octubre, Milei se juega a que la política le alcance para tapar la recesión. Pero la calle tiene otro ritmo: fábricas que cierran, comercios que bajan persianas y trabajadores que ven achicarse el salario. 

 

El reloj electoral puede llegar a tiempo para el oficialismo, pero para el aparato productivo argentino, cada día extra bajo estas condiciones es un paso más cerca del abismo. Y ahí no hay relato que alcance: la aritmética de las quiebras es tan contundente como un resultado electoral.

 

 

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