El libro de Pilar Calveiro y sus hijas sobre una familia rota por la dictadura

En su libro “El Petrus y nosotras”, la politóloga Pilar Calveiro recupera junto a sus dos hijas la historia de su compañero Horacio Campiglia, un militante desaparecido en 1980 al que evocan en textos e imágenes que dialogan con el contexto de la lucha armada en los 70.

Actualidad 18/04/2024
NOTA 1 CONJURAR EL DOLOR

Una obra muy atípica en el corpus de Calveiro, la ensayista que en títulos como “Poder y desaparición” o “Política y/o violencia” se dedicó a analizar el terrorismo de Estado y la militancia revolucionaria de los 70. La singularidad no está en el tema –que se inscribe en su campo de indagación habitual- sino en el registro y la forma: el uso de una primera persona que desde el espejo retrovisor de su pasado propone un ejercicio de memoria junto a sus dos hijas, Mercedes y María Campiglia, a través de tres textos autónomos escritos por cada una de ellas en los que confluyen el recuerdo, el relato ajeno y hasta la invención. 

Pilar Calveiro y Horacio “el Petrus” Campiglia se conocieron en 1967 cuando cursaban el último año en el Colegio Nacional Buenos Aires y en la trama urgente de esos años armaron una familia al mismo tiempo que llevaban adelante un proyecto político, como muchos otros jóvenes de esa generación. La militancia, primero en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y luego en su fusión con Montoneros, los obligó a transitar la clandestinidad y a llevar una vida al acecho del peligro que implicó cambiar de identidad y abandonar casas enteras sin llevarse ni un objeto. Pese a todo, hubo tiempo para construir una cotidianeidad austera con charlas y siestas en San Miguel de Tucumán y la localidad bonaerense de San Antonio de Padua, hasta que un grupo militar secuestró a Calveiro el 7 de mayo de 1977 y la llevó a la Esma. 

Las dos niñas –Mercedes de poco más de un año y María de casi dos meses- quedaron a cargo de los abuelos maternos, mientras que los paternos cuidaban de Pili, la pequeña hija de la hermana de Horacio que también había desaparecido en ese mismo lapso. Calveiro sufrió la tortura y se imaginó muerta, pero un año y medio después fue liberada por sus captores. Partió con sus hijas hacia Madrid, donde se reencontró con Campiglia en 1979 en una coyuntura adversa. “Mi condición de sobreviviente, crítica de las políticas de la organización y especialmente de la conducción, me hacían inaceptable como pareja de uno de sus miembros”, evoca en “El Petrus y nosotras”. 

Mientras la politóloga se exiliaba junto a sus hijas en México, donde aún residen las tres, Campiglia se había convertido en pieza clave de la conducción de Montoneros y desde el exilio planeaba la Contraofensiva, el proyecto por el que muchos militantes que habían logrado salir del país regresaron convencidos de que el poder militar estaba en repliegue. La iniciativa dio origen a una nueva camada de desapariciones, entre ellas la de “el Petrus”, secuestrado en 1980 en Rio de Janeiro cuando atravesaba la última escala de su vuelo a Buenos Aires. Nunca se conoció cómo lo mataron ni se recuperaron sus restos: un duelo en perpetuo suspenso, “una historia rota”, como la define Mercedes, su hija mayor. 

A lo largo de los años, Calveiro encontró la manera de recuperar para sus hijas una dimensión cotidiana de “el Petrus” que no llevara el signo del recuerdo ajado por el tiempo: desenrolló para ellas el retrato de un padre amoroso que las instaba a vivir sin el lastre de la nostalgia y les mostró que el dolor no es un blindaje eterno que impida volver a saborear un helado o del mar resbalando por la piel. “Los que sobrevivieron nos enseñaron el compromiso de disfrutar la vida, desde la comida hasta las zambullidas en el agua y las idas al cine con un cesto lleno de pochoclo”, dice Mercedes. 

En “El Petrus y nosotras” (Siglo XXI) la evocación epocal del capítulo más sombrío de la historia argentina se funde con una memoria subjetiva que ensambla tres registros: una crónica en la que Calveiro se ajusta a la cronología de los hechos procurando que el uso de la primera persona no genere un protagonismo ruidoso, una pesquisa de tránsito poético en la que Mercedes se hunde en el mapa genealógico de la familia para encontrar la huella de su padre y una carta en la que María imagina el tiempo final de “el Petrus”, a través de “imágenes de sótanos habitados por personajes siniestros y patéticos”. 

 “Hay un trato distinto con los hijos que con los sobrevivientes. Cuando una como hija cuenta esta historia suele convocar una cosa de ternura y de empatía. Y sin embargo, siento que hay un trato poco sensible con los sobrevivientes”, destaca mientras observa de reojo a su madre, que admite: “Creo que hay cierta dificultad para escuchar la palabra del sobreviviente. El sobreviviente es incómodo para todo el mundo”, dice Calveiro.

– Somos Télam: “La única memoria a la que puedo acceder es a la memoria del dolor de tu ausencia”, dice Mercedes en el texto, en alusión a ese padre al que apenas han llegado a conocer y con el que casi no hay experiencias compartidas. ¿Ese registro que fueron recopilando se nutrió también de contrapuntos como ocurre cada vez que se entabla un ejercicio de memoria con otros? 

– Mercedes Campliglia: Hubo muchas divergencias pero también muchas convergencias que permitieron construir el cuerpo del texto. En mi caso, una primera búsqueda tuvo que ver con la genealogía, con mis abuelos, con conocer algo de mi padre a través de esos padres que lo criaron. Y luego hay un segundo momento donde viene la búsqueda en los restos: las fotos, los fragmentos de cintas, los objetos que estaban en su casa. Hay un siguiente momento que tiene que ver con los relatos de otros. Mi padre siempre estuvo presente a través del relato de mi madre, que lo trajo constantemente. Pero en este caso empezamos a rastrear también a los amigos, a los compañeros del secundario, a los de militancia, como para recoger esas otras voces. 

Después viene un intento de buscar en mi propia piel. O sea, el desafío es cómo construir a mi padre que finalmente es un personaje fantástico -porque son una serie de restos amalgamados con una serie de fantasías y de historias propias-, cómo construirlo para darle ese abrazo de despedida que no le pudimos dar a su cuerpo. Lo que queríamos no era construir algo muerto, sino algo vivo con lo que poder dialogar. 

-T.: Tanto el texto de María como el de Mercedes recogen la huella profunda que deja la biología o la genética, en el sentido de que acá hay un padre a quien casi no han conocido pero al que las liga un sentimiento intenso ¿Cómo se puede amar a alguien a quien casi no se conoce? La dictadura las privó de la presencia de su padre, pero no pudo con la potencia de su ausencia…  

– María Campiglia: Hay una sensación loca de “conocerlo”. Por un lado, nosotras crecimos con los relatos de sus papás o de mi mamá en relación a él. Hay una extraña sensación de la presencia del otro en uno, que no sé si lo llamaría biológico, es como un flujo vital de una misma cosa. Yo, que no guardo ningún recuerdo de él, tengo esta sensación como de una misma energía viva que pasa y que nos atraviesa. Este padre querido, pero brumoso, es fundamental y constitutivo de lo que somos nosotras. El dejó una herencia muy poderosa. La carta y la cinta que se transcriben en el texto son lo más valioso que tenemos porque hay una herencia que da cuenta del amor y de una convicción acerca de la importancia que tiene luchar por aquello en lo que se cree, no pensar la vida de manera individual y autocentrada. Ahí estuvieron no solo mi papá, sino mi mamá.  

 

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