
La vicepresidenta aprovechó el Día de la Industria para mostrarse en una fábrica de neumáticos y protagonizó un tenso cruce con Alejandro Crespo.
El fiscal dijo que investigará la denuncia por conspiración y espionaje ilegal, pero blindó la garantía constitucional de las fuentes periodísticas: no habrá allanamientos a periodistas ni cacería de redacciones. Milei pedirá ayuda al servicio de inteligencia israelí Mossad. Una crisis terminal.
Política 03/09/2025La libertad de prensa en la mira
El gobierno quiso apagar un fuego con nafta y terminó incendiando el galpón. La denuncia por “red de espionaje ilegal” para explicar los audios que salpican a la cúpula —con la hermana del Presidente en el centro del huracán— fue recibida por Carlos Stornelli con una definición que ordena el tablero: la investigación puede avanzar, pero las fuentes periodísticas no se tocan.
Nada de allanamientos a periodistas ni caravana de patrulleros en la puerta de medios. En criollo: se persigue el delito, no al mensajero. Un fiscal al que suelen acusar de “forum shopping” terminó poniendo límite a la tentación autoritaria de un gobierno que, cuando se le complica, prefiere culpar a “espías disfrazados de periodistas”.
La escena es de realpolitik cruda. El Ejecutivo consiguió una cautelar para amordazar audios, corrió el eje a “inteligencia extranjera” y montó la épica del complot.
Pero el boomerang volvió: no hay prueba seria de embajadas conspirando; sí hay un dato incómodo para Balcarce 50: el propio oficialismo admite que la grabación clave pudo hacerse en el Congreso, en reuniones internas.
En vez de 007 rusos en la Rosada, habría celulares argentinos en los pasillos del poder. La película cambia si el “enemigo externo” es, en realidad, el espejo.
La línea dura de Casa Rosada eligió otra ruta: enganchar periodistas al relato del espionaje y salir a cazar fantasmas. La operación semántica es clara: si el problema no es la trama de coimas ni la descoordinación política, el problema “son los espías”.
El Presidente repite la fórmula en X, el vocero amplifica, y el círculo áulico sueña con una gesta contra “los que quieren voltear al Gobierno”. Lo que no pueden explicar es por qué cada semana aparece un audio nuevo, por qué el oficialismo se graba entre sí, y por qué los cortocircuitos del propio bloque terminan en televisión.
La interna libertaria, sin filtro ni borrador
El caso de las grabaciones expuso lo que se rumoreaba: desconfianza endémica en la bancada oficialista, desplantes a la conducción y egos en guerra. Las denuncias cruzadas vuelan: que una diputada grababa reuniones, que otra juntó “horas de cinta”, que en la Presidencia de Diputados hubo voces que no debían oírse fuera de la sala. Si el Gobierno busca enemigos afuera, la filtración sugiere otra cosa: hay topos adentro y el sistema de seguridad política está en ruinas.
Mientras tanto, el dispositivo de campaña se oxida. Un día se anuncia ofensiva judicial contra periodistas; al siguiente, se rectifica para no quedar del lado de la censura explícita. Un asesor estrella baja línea para no ir contra un exfuncionario que no ratificó dichos; la mesa chica lo contradice 24 horas después. Un viaje a Estados Unidos pierde escala de show en Las Vegas “por problemas técnicos”. La rosca libertaria no luce épica: luce descoordinación y miedo.
En ese clima, Stornelli marca la cancha: investigar, sí; apretar periodistas, no. No es un detalle técnico: es una frontera institucional. El Estado puede —y debe— indagar si hubo espionaje ilegal, quién grabó, con qué fin y bajo qué órdenes. Lo que no puede hacer es construir un enemigo interno a medida para tapar el boquete político. La libertad de prensa no es un comodín: está en la Constitución, y la defensa de las fuentes es un cimiento que no conviene dinamitar ni por conveniencia electoral ni por pánico de último minuto.
Mossad, Rusia y la fantasía de la salvación externa
Como si la política doméstica no alcanzara, el oficialismo dejó trascender que evalúa pedir asistencia al Mossad para “entrenar” a la SIDE libertaria en contrainteligencia. La escena bordea la parodia: pedir ayuda afuera para que no graben adentro. Si eso no alcanza, se agrega el comodín geopolítico: Rusia y Venezuela como sospechosos de manual. Moscú respondió con lenguaje diplomático y un subrayado que, en porteño, suena a “no estamos para boludeces”. Es lo que pasa cuando la geopolítica se usa de salvavidas doméstico: los países serios no entran en pantomimas electorales.
El corazón del asunto no está en el extranjero: está en la crisis de conducción. Cuando el oficialismo necesita blindar a Karina, la narrativa se parte: se dice que “no es ministra” y no puede ser interpelada, pero su rol político es evidente en cada crisis. Cuando un Presidente dedica horas a increpar periodistas en redes, confiesa sin querer que perdió la agenda. Y cuando los propios admiten que los audios se originaron en oficinas del Congreso, el libreto del “golpe blando externo” se vuelve un sainete.
En paralelo, el Congreso mueve sus fichas: la comisión que investiga $Libra ya tiene reglamento, puede citar con auxilio de la fuerza pública y se dispone a ordenar tandas de comparecencias con plazos. La oposición huele oportunidad y el oficialismo intenta boicotear el funcionamiento para denunciar “persecución”. Es la clásica pelea por el ring: quien define el foro, define el relato. Y hoy la pelota está en Diputados.
A días de las elecciones en la Provincia, el cuadro es nítido: la gestión no consigue paz. A la fragilidad económica y la fuga de dólares se le superpone la saga de audios, cautelares mordaza, peleas intestinas y amenazas de jerarquizar a los servicios de inteligencia… de otro país. El problema no es la “casta” que complota: es la improvisación en serie. Se gobierna por tuit, se acusa por impulso, se rectifica por vergüenza y se delega la seguridad política a terceros. Resultado: más ruido, menos control.
La ironía final la escribió la realidad: un fiscal polémico al que el oficialismo suele detestar por sus propios antecedentes, terminó defendiendo un principio básico de la República que hoy el poder necesita recordar. La democracia es ruidosa, los medios molestan, las filtraciones lastiman —sobre todo cuando son propias—, pero el límite es la libertad de prensa.
El Gobierno puede insistir con espías extranjeros y periodistas “infiltrados”; puede soñar con que el Mossad le enseñe a cerrar ventanas que se abren desde adentro; puede acusar a Rusia y Venezuela para encender patrioterismos de campaña. Nada de eso resuelve lo esencial: quién manda, cómo manda y con qué reglas. La política no se gobierna con teorías conspirativas sino con conducción. Hoy, el oficialismo corre detrás de su propia sombra.
Pagano le apunta a Lemoine: “Es la única que grababa reuniones”
Mientras Milei grita “espías” y denuncia complots, la novela de los audios apunta puertas adentro: Pagano sugiere que Lemoine grababa reuniones y Menem admitió que el registro clave pudo salir de su propia Presidencia de Diputados. Conventillo, pero de Estado.
El caso $Libra abrió una hendija y se vio todo: celos de bloque, teléfonos siempre en “rec”. La diputada Marcela Pagano asegura que la extravagante Lilia Lemoine “grababa conversaciones” en reuniones internas. No es un chisme de pasillo: es el reconocimiento descarnado de que la bancada oficialista desconfía de sí misma. Para colmo, Martín Menem blanqueó que el audio que compromete a la hermana del Presidente “parecería” haberse tomado en el Congreso.
La línea de Balcarce 50 es culpar a “periodistas-espías” y victimizarse con una cautelar mordaza. Pero el boomerang vuelve: si el micrófono estaba adentro, el enemigo no es externo, es endógeno. La guerra de egos libertaria dejó huellas de voz, y ahora todos corren para ver quién borra más rápido su propio rastro digital.
La política real es menos glamorosa que un thriller de inteligencia: es un conventillo con poder. Y cuando el oficialismo graba a su propio oficialismo, no hay operación externa que tape el ruido. El problema ya no es quién filtró, sino quién manda. Porque si la Casa Rosada necesita culpar a medio mundo para explicar un audio tomado en su propio ring, la trama no es espionaje: es conducción perdida.
Stornelli avala investigar espionaje y conspiración, pero traza una línea roja: las fuentes periodísticas son intocables y no habrá cacería de periodistas.
La vicepresidenta aprovechó el Día de la Industria para mostrarse en una fábrica de neumáticos y protagonizó un tenso cruce con Alejandro Crespo.
El Gobierno admitió que el Tesoro venderá reservas para contener el tipo de cambio. La jugada contradice su propio discurso, tensiona el acuerdo con el FMI y expone la fragilidad de un plan que ya opera en “modo fin de ciclo”. De Libertario a “estatista empobrecedor”.
La vicepresidenta recorrió la planta de neumáticos en un contexto de fuerte recesión y conflictividad laboral. El sindicato SUTNA cuestionó la política industrial del Gobierno y denunció despidos e importaciones indiscriminadas.
En medio de internas, escándalos y desconfianza ciudadana, la sección más poblada de la provincia será clave para medir fuerzas y proyectar poder en la campaña nacional.
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